"¿Por qué no vamos todas a la Plaza de Mayo?". Así, como una sugerencia casi casual, Azucena Villaflor lanzó su idea el 30 de abril de 1977, mientras junto a otras 14 madres de detenidos y desaparecidos durante la dictadura esperaba ser atendida por el secretario del vicario castrense, en la Curia Metropolitana.
La meta final de este grupo de mujeres era una audiencia con Jorge Rafael Videla. Querían preguntarle al dictador a la cara cuál había sido el destino de sus hijos. "Cuando vea que somos muchas, Videla tendrá que recibirnos", razonó Villaflor. Fue entonces que el pequeño grupo decidió partir a pie hasta la plaza para pararse frente a la entrada principal de la Casa Rosada.
Ante la prohibición de reuniones entre tres o más personas, y de estar inmóvil en la vía pública, establecida por el estado de sitio, la Policía intentó dispersar a las mujeres. Burlando la restricción, se tomaron del brazo en grupos de a dos y comenzaron a caminar lentamente por la plaza.
La noticia de la movilización espontánea llegó a más madres de detenidos y desaparecidos que comenzaron poco a poco a sumarse a la ronda. Entre ellas estaba Hebe de Bonafini, quien vino desde su natal La Plata para manifestarse por la desaparición de sus hijos Jorge y Raúl.
Si bien las dos primeras reuniones ocurrieron los viernes, luego se acordó el jueves a las 15.30 como cita inamovible. La Pirámide de Mayo, además, se convirtió en el eje de la ronda. En aquel entonces no llevaban ni pañuelos ni carteles, pero el día de la Virgen de Lujan decidieron partir en procesión a la Basílica identificándose con un retazo cuadrado de tela de pañal atado a la cabeza, simbolizando a sus hijos.
Horror y trascendencia
El horror también las golpeó al igual que sus hijos. El oficial de la Marina Alfredo Astiz, haciéndose pasar por hermano de un desaparecido, brindó información necesaria a la cúpula de la dictadura para que fueran secuestradas las madres Esther Ballestrino de Careaga y Mary Ponce de Bianco en la Iglesia de Santa Cruz, junto a las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet. Dos días después, Azucena Villaflor también correría el mismo destino. Ninguna reapareció.
Su esfuerzo, sin embargo, nunca cesó en su empeño y fue esencial para que los organismos internacionales se interesaran en las violaciones a los derechos humanos que ocurrían en Argentina. Los últimos momentos de la dictadura les dieron además la convicción de que el esclarecimiento de lo que sucedió con sus hijos tenía que trascender la certeza de la muerte.
"El 5 de diciembre de 1980 sacamos la famosa frase de cuestionamiento a un sistema perverso: 'aparición con vida', porque no hemos de dejar morir a nuestros hijos, aparición con vida en cada lugar donde un hombre o una mujer pelean y luchan y levantan un fusil para defenderse, ahí están ellos. ¡Aparición con vida! ¡De verdad, no es una utopía ni una locura!", supo declarar en aquel momento Hebe de Bonafini.
Y fue esa mentalidad la que continuó empujando y transformando la militancia de Madres de Plaza de Mayo, convertido con el regreso de la democracia en un grupo que amplió su lucha a la defensa de los derechos humanos no sólo en Argentina sino también en el mundo. Y que, además, no abandona hasta el día de hoy sus tradicionales rondas.