Una herida que nunca sanará
30 Diciembre de 2024 10:07
El 30 de diciembre de 2004, la noche porteña se vio sumergida en el horror. La tragedia de Cromañón, que dejó un saldo de 194 muertos y 1.432 heridos, no solo fue un recordatorio brutal de la negligencia y la corrupción, sino también un hito que cambió para siempre el modo en que la sociedad argentina entiende la seguridad, la responsabilidad y la justicia. En el barrio de Once, el boliche República Cromañón era el epicentro de la escena rockera de Buenos Aires.
Aquella noche, Callejeros presentaba su último disco ante una multitud ansiosa por celebrar el cierre de año. En un espacio habilitado para 1.031 personas, más de 4.500 llenaban cada rincón, un exceso permitido por sobornos y falta de control estatal. Apenas inició el show, una bengala encendida por un fanático alcanzó una media sombra inflamable en el techo, desatando un incendio que en segundos cubrió el lugar de humo tóxico.
El humo negro y espeso llenó el local en cuestión de segundos, dejando a los asistentes atrapados en un laberinto de desesperación. Las salidas de emergencia estaban bloqueadas, algunas con candados y alambres, sellando el destino de muchos. Los bomberos tardaron 10 minutos en abrir una de estas puertas; cuando finalmente lo lograron, decenas de cuerpos cayeron al suelo en una imagen que resumía la magnitud del abandono y, sobre todo, del horror.
Aquellos que lograron escapar, volvieron a entrar para rescatar a amigos y familiares. Muchos de ellos no volvieron a salir. Entre las víctimas, niños que habían asistido con sus padres y jóvenes cuyo sueño era celebrar la música en un espacio que debería haber sido seguro. Días después del incendio, la ciudad se sumergió en el caos. Familias desesperadas buscaban a sus seres queridos entre hospitales y morgues. El recuento final reveló una tragedia de proporciones históricas.
Sin ir más lejos, además de las muertes inmediatas, al menos 17 sobrevivientes se suicidaron en los años posteriores, incapaces de sobrellevar el trauma y la desidia del Estado. La espuma de poliuretano que recubría el techo, al quemarse, liberó cianuro de hidrógeno y monóxido de carbono, gases letales que asfixiaron a la mayoría de las víctimas. El INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) determinó que los niveles de estos gases en el local superaban ampliamente los límites letales.
Este material inflamable no debería haber estado permitido en un espacio destinado al público. El impacto no se limitó a lo inmediato. Sobrevivientes y familiares conformaron un movimiento que exigía justicia y reformas estructurales. En el plano político, el entonces jefe de Gobierno de la Ciudad, Aníbal Ibarra, fue destituido tras un juicio político que lo responsabilizó por la falta de controles. Por otro lado, Omar Chabán, dueño del boliche, fue condenado junto a otros funcionarios y miembros de la banda Callejeros, quienes más tarde fueron absueltos y luego nuevamente acusados como coorganizadores del evento.
En 2007, los jueces Marcelo Alvero, María Cecilia Maiza y Raúl Horacio Llanos condenaron a tres integrantes de la Superintendencia de Bomberos por recibir coimas por parte de dos empresarios. En agosto de 2008, cuatro años después, solo 15 imputados llegaron al juicio oral entre ellos, Chabán y Raúl Villarreal, su mano derecha. Allí los integrantes de Callejeros, Patricio Fontanet, Elio Delgado, Maximiliano Djerfy, Eduardo Vázquez, Christián Torrejón y Juan Alberto Carbone fueron absueltos. Sin embargo, en abril de 2011 la Cámara de Casación revocó las absoluciones y encontró a la banda culpable de ser coorganizadores del recital.
El tercer juicio sucedió en 2012 donde se sentaron en el banquillo el dueño del boliche, un comisario, ex funcionarios y el director del Servicio de Seguridad Privada Vicente Rizzo. Por último, el cuarto juicio fue condenado el ex inspector del gobierno porteño Roberto Calderini por haber cobrado coimas para habilitar el boliche. Luego del incendio, la calle Bartolomé Mitre, fue cerrada al tránsito por orden judicial y abierta como peatonal años después. En una esquina se colocó un santuario que recuerda a las víctimas con fotos y ofrendas, y en el terreno adyacente a la estación de tren se inauguró una plazoleta con placas y otros elementos.
A dos décadas de aquel fatídico día, la memoria de Cromañón sigue viva. La tragedia marcó un antes y un después en la cultura del rock argentino, en las normas de seguridad para eventos masivos y en cómo los argentinos viven y disfrutan la noche. Sin embargo, también dejó una herida abierta en el tejido social, un recordatorio constante de las consecuencias de la corrupción y la negligencia. Hoy, los nombres de las 194 víctimas resuenan como un llamado de atención. A 20 años de la peor tragedia en la historia del rock argentino, la pregunta sigue vigente: ¿aprendimos lo suficiente para evitar que algo así vuelva a suceder?
