15 Noviembre de 2018 09:20
El mausoleo donde se guardan los restos de Ramón Falcón, que fuera objeto de un atentado el miércoles, fue el último destino de una vida marcada por la violencia. Símbolo de la "mano dura", el que fue jefe de policía de Buenos Aires desde 1906 hasta 1909 recurrió a cuestionables métodos para enfrentarse a huelgas y manifestaciones obreras.
Ramón Falcón, el jefe de policía que se convirtió en el azote de los gremios.
Designado durante la presidencia de José Figueroa Alcorta, Falcón llegó a sus funciones en el marco de un clima de gran ebullición social, influenciado por la creciente organización obrera en torno a sindicatos influenciados por ideas políticas anarquistas y de izquierda.
En la ciudad y la provincia, los trabajadores -en su mayoría inmigrantes europeos- vivían en deficientes condiciones habitacionales y soportando jornadas laborales prácticamente esclavizantes.
La precaria situación de la vivienda de los obreros estalló a mediados de 1907, con 150 mil personas viviendo hacinadas en unos 2000 conventillos y el gobierno aumentando los precios de los alquileres.
En respuesta, un grupo de inquilinos organizó una protesta en el barrio de San Telmo reclamando un descenso del 30 por ciento en los montos de arrendamiento, mejores condiciones de higiene en las viviendas y la eliminación del pedido de tres meses de depósito para acceder a una habitación.
En los conventillos se vivía una situación de hacinamiento y falta de higiene.
Pronto, la huelga se extendió a otros barrios y más de dos centenares de conventillos fueron tomados por sus inquilinos. Falcón ordenó entonces un violento desalojo.
Así, el conventillo 14 Provincias fue escenario de una represión policial en la que fue asesinado Miguel Pepe, un adolescente de 17 años. En pleno invierno, las familias fueron "manguereadas" con agua helada por los bomberos. Sin hogar, los inquilinos se refugiaron en campamentos organizados por gremios anarquistas.
Represión brutal
El 1° de mayo de 1909, Día del Trabajador, fue otra ocasión en la que Falcón eligió métodos crueles para combatir las protestas obreras. Ese día, los sindicatos nucleados en la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) convocaron una concentración en Plaza Lorea que llegó a reunir más de 70 mil personas.
En un claro gesto provocador, el jefe de policía se presentó personalmente en la huelga, instigando gritos de repudio de los trabajadores. Falcón respondió ordenando el ataque de las fuerzas policiales que dispararon sin miramientos contra los manifestantes: 12 murieron y 80 resultaron heridos.
No conforme con el baño de sangre, el represor envió agentes para dispersar a tiros a la columna obrera que acompañó la procesión fúnebre de los fallecidos al cementerio de la Chacarita, tres días después.
Las huelgas de la primera semana de mayo desataron la furia policial.
El gobierno tuvo que sentarse a negociar con los sindicatos pero se negó a remover a Falcón de su cargo. Los gremios respondieron con un paro y la policía, con sucesivas "razzias" y clausuras de ocales obreros y partidarios. Los acontecimientos de esos días quedarían inscritos para siempre en la memoria colectiva argentina bajo el nombre de "Semana Roja".
El atentado
Seis meses después de aquellos sangrientos sucesos, Falcón fue asesinado. El ucraniano Simón Radowitzky, un adolescente anarquista de 17 años recién llegado a Argentina, colocó una bomba de fabricación casera bajo el carruaje que transportaba al jefe de policía, quien se dirigía al entierro de Antonio Ballvé, director de la Penitenciaría Nacional.
Simón Radowitzy terminó preso en el penal de Ushuaia.
En la esquina de Quintana y Junín, el artefacto colocado entre las piernas de Falcón estalló. El represor encontró su final momentos después, tendido en los adoquines, desangrado. Apresado casi al instante -había seguido al carruaje para observar el momento de la explosión- Radowitzky terminaría preso en el penal de Ushuaia, en confinamiento solitario, hasta que Hipólito Yrigoyen lo indultó en 1930.