Como cada 4 de agosto, este martes se celebra el Día Nacional del Obrero Panadero. Pero, ¿por qué es esa la fecha elegida para homenajearlos?
Porque es la conmemoración de la fundación, en 1887, de la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos, el primer sindicato de todo el país que nucleó a esa profesión.
La institución fue fundada en sociedad por dos líderes obreros anarquistas: Ettore Mattei y Errico Malatesta, con la acción directa y la huelga revolucionaria como dos de sus principales bases.
Además, se subrayaba especialmente la importancia de la organización federal, con la idea de eventualmente formar una Federación Regional Argentina de Trabajadores.
Lucha y victoria
La historia de Malatesta es ciertamente apasionante: llegó a Buenos Aires en 1883 en barco, escondido entre máquinas de coser en un contenedor de carga. Ya había participado en huelgas y agitaciones sociales en Europa, donde tenía varios pedidos de captura.
En aquel entonces, la Oficina del Trabajo establecía que las jornadas laborales en nuestro país debían ser de 10 horas en invierno y 12 en verano.
Sin embargo, lejos de cualquier control oficial, los patrones las extendían incluso más, pagando míseros salarios, haciendo trabajar a menores de edad y descuidando totalmente las condiciones de seguridad e higiene.
Los obreros españoles e italianos, como Malatesta, ya tenían experiencia en organización obrera y comenzaron a transmitirla dando a luz a los primeros sindicatos, como el ya mencionado que nucleaba a los panaderos, el de Tipógrafos o La Fraternidad, que agrupaba a los trabajadores ferroviarios.
La primera huelga que encaró el gremio de los panaderos, en enero de 1888, fue para pedir un aumento salarial a raíz de la suba en alquileres y alimentos.
Su primera oferta a los patrones -un incremento de sueldo del 30%, más un peso de viáticos para adquirir comida en horario laboral, un kilo de pan por día, pago semanal del salario y eliminación de las horas de trabajo nocturnas- cayó en oídos sordos.
Con la huelga ya en marcha, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires barajó la posibilidad de traer panaderos del interior o incluso de reemplazarlos con trabajadores municipales.
Los huelguistas, por su parte, lograron sostenerse económicamente con colectas solidarias y eventualmente obtuvieron la victoria: luego de una semana, los patrones cedieron a sus pedidos.
Los mecanismos de protesta social obrera no fueron la única herencia anarquista para el sector panadero: también lo fueron los curiosos nombres que recibieron algunas facturas y perduran hasta hoy.
Ateos, creyentes en la supresión total del estado y la propiedad privada, bautizaron a las dulzuras que fabricaban con nombres que se mofaban abiertamente de instituciones como la Iglesia (sacramentos, bolas de fraile, suspiros de monja), la policía (vigilantes) y las fuerzas armadas (cañoncitos).