La aparición de látigos, cilicios y elementos de auto flagelación en un convento de Nogoyá, en la provincia de Entre Ríos confirmó las torturas a las que eran sometidas las monjas Carmelitas Descalzas. Ex religiosas y familiares que dan cuenta del maltrato y la violencia de la que fueron víctimas, aseguraron que "las secuelas físicas y psíquicas han sido muy fuertes".
Por más de dos años, el periodista Daniel Enz investigó lo que ocurría puertas adentro del convento, luego que familiares de las hermanas lo contactaran para que cuente lo que pasaba en esa comunidad religiosa. Tras conocerse la investigación la Justicia allanó el convento de Nogoyá la semana pasada.
Torturas, sometimiento y enclaustramiento forzado son algunas de las formas en las que eran maltratada las hermanas. "Era habitual el uso del látigo y el cilicio para la autoflagelación. Además existía una estricta prohibición de no hablar de lo que sucedía en el convento", por lo cual "varias de las ex monjas están con tratamientos psicológicos por las secuelas", comentó el periodista en medios locales.
La colocación de un cilicio alrededor de las extremidades era una práctica habitual en el convento.
Las situaciones de tortura exigían como castigo el uso del cilicio, un implemento de púas que que se coloca en piernas, brazos o torso y el flagelo con un látigo de varias puntas con pelotas en sus extremos que generan intenso dolor al ser golpeadas con ello. Según el relato las monjas debían auto flagelarse desnudas, pegándose en las nalgas durante 30 minutos.
También "las obligaban a usar la mordaza. Les hacían abrir la boca (y les colocaban) un tubo que va atado con un elástico, el cual se lo hacían usar por 24 horas y solamente se lo podían sacar para comer", relató Enz.
Los látigos encontrados en el convento con el cual las monjas debían autoflagelarse.
En cuanto al lugar donde habitaban las religiosas, se dió a conocer que cada una tenía su habitación, sin calefacción ni ventilación de techo. Como parte del martirio, durante las épocas de mucho frío se les hacían usar sandalias sin medias, así como en el verano, ropa de lana.
"El lugar está rodeado de muros altos de más de cinco metros, con alambres de púa en el extremo superior", precisó el periodista, y detalló que cuando una mujer quería ingresar "su voto de silencio era obligatorio" y "si un familiar iba de visita, siempre había alguien escuchando las conversaciones para que no hablaran de temas vulgares".
Las monjas no podían hablar con sus familiares sin que alguien estuviera escuchando.
En la investigación periodística se destaca que las hermanas "nunca pudieron abrazar a un familiar. Tampoco darle la mano. Una de ellas no pudo ver a su padre por diez años, porque se había divorciado de su madre y por ende era “un pecador público”.
De la misma manera, no se podían mirar a un espejo porque es símbolo de “vanidad” y si alguna de ellas intentaba ver su reflejo en el vidrio de alguna ventana, había un inmediato castigo. Hubo veces que solamente se podían bañar una vez cada siete días.
Varias monjas pidieron abandonar la congregación y el pedido les fue negado.
Por otro lado existía una regla que debían respetar las hermanas: no hablar o hablar de Dios. Además tantos las cartas enviadas o recibidas eran leídas por la superiora.
También se conoció que aquellas hermanas que pidieron salir de la congregación se les negó dicha posibilidad. Por lo que además de investigarse a la congregación por el delito de torturas se le suma el de privación ilegítima de la libertad.
Entre las hermanas que fueron rescatadas del convento se registran varios casos de desnutrición., ya que parte de las torturas comprende también vivir a “pan y agua” durante una semana.
"Hubo demasiadas víctimas entre las que lograron salir del convento, de las cuales dos llegaron a cometer intentos de suicidio en los últimos años", por lo que "el arzobispo (Juan Alberto) Puiggari debería preocuparse realmente de revertir lo que sucede", remarcó Einz.
En el convento de las Carmelitas Descalzas de Nogoyá, se encontraron 18 religiosas. La mayoría ingresó con 18 años al convento, pero hubo algunas que lo hicieron a los 16, por lo cual tuvieron que hacerlo con permiso de sus padres.