Una tormenta perfecta se cierne sobre el comercio global. En el centro del vendaval, una vieja conocida: la guerra de aranceles. Esta vez, los protagonistas no solo son Estados Unidos y China. La Unión Europea acaba de lanzar una advertencia que suena más a ultimátum: impondrá aranceles por 28.000 millones de dólares a productos estadounidenses en caso de que Donald Trump no de el brazo a torcer. Y no, no es simbólico: hablamos de bourbon, semiconductores, papel higiénico, carne, electrodomésticos y hasta chicles. Todo un arsenal comercial disfrazado de lista de supermercado... pero con consecuencias explosivas.
La represalia europea es una respuesta directa a los nuevos aranceles del presidente Trump sobre el acero, el aluminio y, en una jugada especialmente sensible, los automóviles provenientes del viejo continente. El primer capítulo de esta escalada tendrá lugar el 15 de abril, con una segunda ola que promete más dolor del otro lado del Atlántico. Y como si fuera un guion de Hollywood, Trump ya contraatacó con su estilo inconfundible: amenazó con represalias del 200% si Europa cumple su promesa. El magnate devenido en presidente parece dispuesto a incendiar la alfombra roja de los tratados comerciales en plena campaña.
La Comisión Europea fue quirúrgica. Publicó una lista de 99 páginas con productos que podrían sufrir los nuevos gravámenes. ¿Casualidad o táctica política? Muchos de los bienes apuntan directamente a estados que votaron republicano, como Luisiana, cuna del bourbon y tierra natal del presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson. Desde Bruselas dejaron claro que no buscan una guerra, pero tampoco se dejarán avasallar. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ofreció a Washington una salida elegante: "cero por cero" en aranceles industriales.
Pero mientras mantiene la mano extendida, la otra prepara el puño: "Si no hay acuerdo, habrá acción", advirtió sin rodeos. La batalla no termina en el eje Washington-Bruselas. Canadá y China ya prendieron sus propias mechas. El primer ministro canadiense Mark Carney anunció que igualará los aranceles automotrices del 25% aplicados por Trump, con medidas que impactarán a vehículos estadounidenses. No es su primer golpe: en marzo, Ottawa ya había impuesto aranceles por más de 40.000 millones de dólares a productos norteamericanos.
China, por su parte, fue la primera en reaccionar. El 4 de abril, lanzó un misil arancelario del 34% sobre productos made in USA. Antes, ya había encarecido la entrada de carbón, gas natural, petróleo y maquinaria agrícola estadounidense con tasas del 10 al 15%. Y como si estuviera jugando ajedrez en tres tableros, Beijing apuntó con precisión quirúrgica a los estados más republicanos: Iowa, Misuri, Carolina del Norte. En todos ellos, las industrias afectadas no solo son clave para sus economías locales... sino también para las urnas.
Entre tanto fuego cruzado, algunos se animan a soñar. Elon Musk, asesor oficioso del gobierno de EE.UU., lanzó la idea de una zona de libre comercio entre Europa y Estados Unidos. El ministro de Economía alemán, Robert Habeck, le respondió con ironía: "Si tiene algo que decir, que se lo diga a su presidente. Que termine este sinsentido". El italiano Antonio Tajani y el francés Laurent Saint-Martin se mostraron más conciliadores. "Es una buena idea", dijeron. Pero en Bruselas saben que con Trump, las ideas buenas suelen quedarse en el papel... o peor, convertirse en tweets incendiarios.
Mientras las bolsas tiemblan y los mercados asiáticos ya sienten el coletazo del conflicto, en Europa preparan medidas adicionales para blindarse ante el desvío de comercio. Se creará un Grupo de Vigilancia de Importaciones para detectar aumentos anómalos de productos que podrían inundar el continente desde terceros países. "Preferimos una solución negociada", repite Von der Leyen. Pero sabe que en esta partida nadie quiere parecer débil. Y que, en el juego del poder global, cada arancel no es solo una tasa: es una declaración de guerra. Lo cierto es que las tarifas suben, los discursos se endurecen y las economías tiemblan.