por Daniel Riera
19 Marzo de 2020 10:32
Si Carlos Gregorio Malbrán viviera, sería, sin dudas, hombre de consulta permanente para el presidente Alberto Fernández y el ministro Ginés González García, en momentos en que, como es lógico, la defensa de la salud pública no es la prioridad número uno, sino, simplemente, la única. Su nombre te suena, pero no sabés de dónde: seguramente escuchaste la expresión "El Malbrán". Así se llama el Instituto Nacional de Enfermedades Infecciosas, el único lugar del país donde (al menos por el momento) se pueden hacer análisis para saber si alguien tiene o no coronavirus.
Malbrán defendió la salud pública incluso cuando el concepto de "salud pública" no estaba demasiado desarrollado en el país. A principios del siglo XX, cuando no existía la Ley Sáenz Peña, la mayor parte de los ciudadanos no votaba y, al igual que durante la segunda mitad del gobierno de Mauricio Macri, no existía el Ministerio de Salud. Era catamarqueño, había nacido en 1862 en Andalgalá. Se recibió de médico a los 25 años en la Facultad de Medicina, comenzó a trabajar en el hospital que hoy llamamos "Ramos Mejía" y entonces se llamaba San Roque, y terminó la carrera con una tesis denominada "La patología del cólera". Precisamente, una epidemia de esa enfermedad en la provincia de Mendoza le permitió poner en práctica sus conocimientos.
La microbiología [rama de la ciencia desarrollada por Luis Pasteur] y las enfermedades infectocontagiosas: allí se sentía como un pez en el agua. En el agua contaminada por microbios, por supuesto. En 1889 lo nombraron miembro de la Comisión de Buenos Aires para la Gestión de Residuos. En 1892 lo nombraron Jefe del Laboratorio del Departamento Nacional de Higiene y lo mandaron a Europa a estudiar los sueros contra la tuberculosis y la difteria. Malbrán capacitó al personal para que pudiera fabricar el suero y gestionó su distribución gratuita entre la gente humilde. Por entonces comenzó a promover la medicina preventiva como método para evitar las enfermedades y como política de Estado.
La peste bubónica, la viruela y la malaria eran su mundo. Las enfermedades capaces de propagarse y matar gente a toda velocidad eran sus favoritas, su principal desafío intelectual. Al arte de combatirlas le dedicaba su vida. En 1900 fue nombrado presidente del Departamento Nacional de Higiene. El comienzo de su gestión no fue nada sencillo.
Así lo cuenta en su libro Apuntes sobre la salud pública, editado en el año 1931:
“A mi regreso del Paraguay fui honrado por el gobierno de mi país con la presidencia del Departamento Nacional de Higiene. [...] Pocos días después de hacerme cargo de esta función recibí una carta de una persona de mi intimidad que residía en Rosario de Santa Fe, en que me expresaba su asombro por la frecuencia con que veía pasar por la calle en que vivía vehículos en que se llevaban cadáveres al cementerio. [...] En el acto me asaltó la sospecha que se trataba de casos de peste y se la transmití al Dr. Isidro Quiroga, distinguido facultativo que ocupaba la dirección de la Asistencia Pública de Rosario, quien vino a Buenos Aires ese mismo día y puestos de acuerdo, iniciamos al día siguiente en Rosario una investigación. [...] Desde el primer momento se vio con claridad que los casos producidos en el trimestre estudiado (último de 1899) estaban concentrados en los alrededores de la barraca Germania y de la estación Sunchales del FCCA y también de los graneros situados en el puerto. [...] En Buenos Aires, el primer caso fue denunciado por el Dr. Milene, en un enfermo de la calle..., el 5 de febrero de 1900. Al hacerme cargo del D.N.H. se descubrió que en los sótanos de los almacenes de la aduana se encontraban muchas ratas muertas”.
Luego de luchar a capa y espada contra las ratas (vivas y muertas), Malbrán se propuso crear un Instituto de Bacteriología donde se enseñara a combatir las enfermedades infectocontagiosas, pero a su vez se crearan sueros, vacunas y demás. Así lo hizo. “Desde que me hice cargo de esta repartición vi muy claros los grandes deberes que imponía el ejercicio de sus altas funciones. Pero vi también que el país carecía de una Ley de Sanidad Nacional, necesaria para hacer efectiva la defensa de la salud pública en todo su territorio, dentro de las reservas de nuestro régimen federal de gobierno.”, escribió.
Tal vez por eso mismo, luego de estudiar el desarrollo de la lepra se mudó por unos años del laboratorio al Senado de la Nación, ahora para promover leyes sobre cuestiones como la vacunación obligatoria [que un siglo después cuestionan sanitaristas de fuste como Mariana Fabbiani, Nicolás Pauls y Cadorna de Facebook], impuestos para financiar la salud pública, normativas para el funcionamiento de las farmacias. Murió el 1° de agosto de 1940. En estos días preocupantes se recuerda respetuosamente su legado.