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Crescenti, del SAME: "Estuve sin dormir por las víctimas de Once"

Después del veredicto por la tragedia de 2012, el director del sistema de emergencias rememora la fatídica mañana en la que hubo 52 muertos y 789 heridos. Vaselina y agua para rescatar a los aprisionados; miradas desesperadas; helicópteros; amputaciones. Tres años después, se sigue lamentando por los que no se pudieron salvar: “La procesión va por dentro”.

30 Diciembre de 2015 21:22
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Los recuerdos son vívidos. Aunque pasaron 1.405 días desde aquella mañana fatídica, las sensaciones, los olores y los dolores permanecen en carne viva. Es que para la barbarie no hay entrenamiento posible. Y afrontar un episodio con 52 muertos y 789 heridos no es fácil. Como diría Andrés Calamaro: “Nadie sale vivo de aquí”.

El 22 de febrero de 2012 hubo 52 muertos y 789 heridos en la Tragedia de Once. 

Un día después de las condenas a los 21 culpables de la Tragedia de Once, Alberto Crescenti, el director del SAME, aún se entristece por las víctimas que no pudieron salvar: “Lamento todos los días la pérdida de las personas que se nos fueron aquella mañana”.

Alberto Crescenti, director del SAME. 

En su despacho, en Parque Patricios, Crescenti se muestra hiperquinético. En las paredes cuelgan algunos reconocimientos por su labor profesional. Del Rotary Club, de algún municipio, un par de láminas de Molina Campos y un certificado de hincha de San Lorenzo.

En la pared lateral, que da sobre la calle Amancio Alcorta, el médico tiene colgadas dos fotos ampliadas de su trabajo en la estación Once aquel 22 de febrero de 2012. En una se ve un helicóptero que aterriza sobre el pavimento, que le sirve como excusa para ilustrar: “Hubo 8 heridos graves que pudimos salvar gracias a los dos helicópteros. Ese día trabajaron dos, y se alternaban para descender a buscarlos”. 

Esa mañana trabajaron dos helicópteros, que se alternaban para rescatar heridos. 

“Cuando nos avisaron, nos dijeron que había una colisión de trenes con fuego; después verificamos que se trataba de la polvareda que se levantó por el amontonamiento de los vagones -recuerda-. Al llegar empezamos a organizar a los heridos”.

“Lo más terrible se dio cuando ingresamos al vagón: había 150 víctimas en 6 metros cuadrados”

Las imágenes se emitieron por tevé: una marea de cuerpos amontonados y aplastados que pedían ser socorridos con desesperación. Y también pedían agua. “Nosotros mostramos esas imágenes en nuestros cursos de emergentología. Les pixelamos la cara para proteger la identidad de las víctimas, pero es importante mostrarlas para tomar dimensión de lo ocurrido”, explica.

Ya lo dijo, pero volvió a repetir el dramatismo que se vivió. “Montamos un trípode con los bomberos, que los sacaban por el techo. Usamos vaselina y agua para tratar de despegarlos. Teníamos la cara de los heridos a centímetros de nosotros. Sus miradas...eso es algo que me va a acompañar toda la vida”.

Otro aspecto peligroso de aquel “scrum” involuntario y dramático es que se podían generar problemas cardíacos, vasculares y de aplastamiento, lo que podía llevar incluso a la pérdida de miembros inferiores. “Estaban en shock”, sentencia. 

Los bomberos sacaban a las víctimas por el techo del vagón. 

Del resultado del juicio prefiere no opinar. Ni sobre los 21 condenados ni sobre los 7 absueltos. No quiere inmiscuirse en asuntos que pueden llegar a tener ribetes políticos y defiende su trabajo profesional, al que define como “de carrera”.

Crescenti prefiere no opinar sobre el veredicto del juicio, donde se condenó a 21 personas. 

Murieron 51 personas, y una de ellas estaba embarazada, por eso el número de víctimas se contabilizó en 52. Hubo 789 heridos, y muchos de ellos se salvaron por el veloz accionar de los médicos. “Si no hubiéramos actuado rápido, hubiéramos tenido que amputar muchos miembros. Hay personas que si las mirabas en ese momento pensabas que nunca más volverían a caminar, pero pudieron”.

Con una sonrisa, Crescenti cuenta que esos mismos pasajeros lo fueron a visitar para agradecerle y algunos se sacaron fotos con él.

Los médicos y el personal que actuó aquella mañana estaban entrenados para hacerlo. Pero la procesión va por dentro. “Tuvimos que atender a muchos de nuestros profesionales con tratamiento psicológico. Yo mismo estuve 10 días sin dormir, pensando en esos ojos que me miraban, pensando en las personas que no pudimos salvar. Más allá de estar preparados, somos humanos. En el momento sos una máquina de tomar decisiones, pero cuando pasa todo empezás a sufrir vos”.