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Cuarentena, día 91: algunos tips para mantener la asepsia y que el coronavirus no te joda

Ideas para no morirte ni enfermarte, aunque no en ese orden.

por Daniel Riera

18 Junio de 2020 10:38
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Sobrellevo bastante bien estos tres meses de cuarentena. Voy a contarles como hago: no es mi intención darle un consejo a nadie, pero creo que ya lo tengo todo controlado. El asunto llevó su tiempo, y, como todo, tuvo ensayo y error. Sobre todo error. Al principio salía envuelto en papel film para ir al chino: se reveló un poco impráctico y tuve que hacerle algunos retoques al formato. Es decir: comprendí que debía envolver cada pierna y cada brazo por separado, porque de otro modo se hacían imposibles los desplazamientos y terminaba rodando como un matambrito en una asadera. El tema respiratorio se me hizo un poco complejo, de todos modos, y la necesidad de un tercero que me quitara el envoltorio requirió la construcción de un aparejo bastante sencillo: un cuchillo Tramontina perpendicular a la pared, conectado a un motorcito que lo hacía desplazarse lentamente, alrededor del cual tenía que dar vueltas ni muy despacio ni muy rápido para poder desvestirme. Admito que las primeras veces fallé y hubo sangre, pero la letra con sangre entra y no volvió a ocurrir. Después lo escuché al doctor Pedro Cahn, que le dijo, no sé si a Reynaldo Sietecase o a la Negra Vernaci, que los que nos envolvíamos en papel film éramos unos pelotudos, porque el material volvía impregnado del aire de la calle, donde a lo mejor había coronavirus flotantes con ganas de hacer con nosotros su nidito de amor

. Entonces cambié de estrategia: empecé a salir normal, como todo el mundo (con barbijo, eso sí). Al llegar a casa arrojaba mi ropa en un balde de hierro con una solución aquerosenada a la cual luego arrojaba un fósforo. La solución tenía varias contraindicaciones: la primera, que los negocios de ropa no estaban abiertos y por lo tanto en poco tiempo me iba a quedar sin ropa. La segunda, que a veces se hacían difíciles de controlar los principios de incendio que se producían, y el aire a ser respirado quedaba un poco tóxico. Una vez me bañé con ácido muriático: la técnica me permitió aprender bastante sobre lo que tenemos debajo de la piel, pero no se las aconsejo, definitivamente no, sobre todo por mi nueva cara, a la que puedo calificar sin ninguna duda como "muy inferior" a la anterior. Ahora tengo que usar barbijos antiadherentes.

En busca de la asepsia perfecta iba fracasando una y otra vez. Mi casa, vamos a decirlo, dista bastante de ser un quirófano, y con el paso de los días mis costumbres, vamos a decirlo, comenzaron a relajarse. No lo hice a propósito, todo lo contrario: es que no lo pude evitar. El primer día que no me bañé me sentí un poco culpable. El segundo, sentí que olía mal. El tercero, me di asco y tuve ganas de suicidarme. El cuarto, observé que todo me importaba un carajo.Había cruzado el Rubicón de la mugre. Salgo bastante poco, pero cuando salgo, observo que todo el mundo respeta el distanciamiento social mucho más que antes. Me baño, estrictamente, una vez por semana. El pelo se endureció, se me formaron algunas costras en las pantorrillas y en las axilas, siento una capa de materia grasa entre los dedos de los pies.  y las uñas, de tanto no cortármelas, se convirtieron en, digamos, garritas. Uso una misma muda de ropa por semana: acompaña mi decadencia gradual, toca fondo conmigo. Al final de la semana, las lagañas forman casi un nuevo ojo a cada lado. Me dicen que al coronavirus le da asco y por eso no viene. Es una posibilidad, aunque los infectólogos no se ponen de acuerdo.      

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