Empuño el palo del escobillón con la mano izquierda en la parte más alta y con la otra en la mitad. Se trata de un movimiento consciente, no está mecanizado. Y mientras barro pienso, ¿de dónde sale el polvo?
Barro dos, tres, cuatro veces por día,como mínimo. Sacar la tierra del piso se ha convertido en una de mis tantas obsesiones en este mes de cuarentena.
Mi compañera sugiere que es mejor andar en patas, me habla de los beneficios de conectar con la tierra. Ella me habla de la otra tierra. De la que está, por ejemplo, en el jardín del edificio vecino, deshabitado desde hace días. El pasto crece libre. No me puedo conectar mucho con la tierra a cinco pisos de altura.
Tampoco se refiere a la tierra que junto y busco en los rincones hasta que termina en el tacho de la basura. El piso se ha convertido en el lugar donde paso buena parte de la mañana mientras juego con el niño y mi compañera trabaja, o al menos eso intenta, en los momentos en que el pequeño sale corriendo a buscarla para reclamar su atención.
En uno de los cuartos -el que ocupa el otro de los niños cuando viene- la luz del sol entra a media mañana. Esa pieza se ha convertido en otro de los sitios de juego del más pequeño. Junto los chiches una y otra vez, otra de mis obsesiones.
Cuando la luz ingresa en diagonal se ven partículas flotando. Recuerdo que me habían llamado la atención cuando era chico. Lo mismo ocurre ahora con el niño. Se puede quedar un rato colgado mirando, mientras el sol le da de lleno en la cara.
Pienso si son esas partículas elementales las que terminan su planeo en el suelo y se convierten en la tierra que luego tengo que barrer. Cuando creo que el piso está impecable, como para tirarse de palomita, descubro una miga, algo diminuto que me llama la atención y me obliga a buscarlo y llevarlo al tacho.
Esa acción puede repetirse varias veces durante el día. Mucho depende de las condiciones de visibilidad, digamos. De cómo se distribuya la iluminación, los efectos de luces y sombras, que hagan visibles partículas que estaban escondidas.
Las autoridades sanitarias recomiendan ventilar las ambientes, como una forma de alejar la enfermedad de nuestras casas. Supongo entonces que la brisa que viene del exterior cuando abrimos puertas y ventanas trae el polvillo que luego debo juntar. Una medida acertada que a la vez me genera un problema.
Mientras barro por todos los ambientes del departamento -dos veces esta mañana- pienso que tengo que buscar en google de donde sale el polvillo que se acumula en las casas y si encuentro algo interesante, capaz escriba una nota.
Cuando busco partículas elementales, las búsquedas se refieren a partículas subatómicas. No es lo mío, no estoy en condiciones de leer nada tan intrincado en estos momentos de cabeza hueca, o llena de ideas al mismo tiempo.
La pregunta, que termina de escribir el buscador, como se crea el polvo en casa, tiene más de 33 millones de resultados. Hay de todo. Algunos artículos dicen que son restos de piel que se cae, pelos de animales domésticos -en casa los únicos bichos somos nosotros tres-, restos de insectos, arena y suciedad corriente. Bastante impreciso, me parece.
La wikipedia tampoco es muy precisa. Pero dice que el polvo en suspensión puede venir de erupciones volcánicas, de la tierra que levanta el viento o de la misma polución, generada por la acción del hombre.
Me interesa más cuando dice que “los insectos y otra fauna menor que habita en las casas poseen una serie de interacciones sutiles con el polvo, lo cual puede afectar la salud de los habitantes de la casa. Por ello, es recomendable mantener una cierta circulación de aire, manteniendo las ventanas o puertas parcialmente abiertas. Una vez en el exterior, las partículas de polvo son llevadas por las brisas o desintegradas por la luz solar”.
Esto me interesa un poco más. “Los ácaros del polvo doméstico se encuentran en todas las superficies y aun suspendidos en el aire. Los ácaros del polvo se alimentan de pequeñas partículas de materia orgánica, que son precisamente el principal constituyente del polvo doméstico. Excretan enzimas para digerir las partículas de polvo; estas enzimas y sus heces, a su vez, forman parte del polvo doméstico y pueden provocar reacciones alérgicas en los seres humanos”.
Es lo que le pasa a mi compañera, que de ratos estornuda una y otra vez. La alergia le pega duro y parejo. Todo va a parar al lavarropas: ácaros no pasarán. La situación mejora parcialmente.
Decía antes que había pensado en escribir una nota. Y esto salió. Más o menos o igual de banal que centenares de textos que leo o escucho en fuentes de lo más diversas en estos días de encierro.