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Del día que un policía mató a dos personas en situación de calle a la olla popular en pandemia

BigBang dialogó con Carlos Durañona, uno de los fundadores del popular comedor "El Gomero de Barrancas", que asiste a cientos de familias. Su historia de lucha y amor por el prójimo. 

por Alejo Paredes

22 Agosto de 2021 08:00
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Todo lo que podamos escribir de Carlos Durañona en esta nota seguramente quedará con sabor a poco. Y es que todos aquellos que conocen a este orgulloso abuelo de cuatro nietos y edad que prefiere no revelar, lograron comprobar que la Argentina efectivamente es un país de "buena gente". Aunque este hombre supo llevar este clásico slogan presidencial a otro nivel gracias a la noble hazaña que encabeza desde hace más 20 años.

Carlos es uno de los fundadores del comedor de Barrancas, una olla popular ubicada en uno de los barrios porteños más privilegiados del país: Belgrano. Pero lo que hace gigante a su figura, respetada por propios y extraños, es el hecho de que inició esta movida solidaria en plena crisis económica y social del país en diciembre de 2001, cuando él había perdido su trabajo y, lejos de caer en la depresión, decidió ayudar al prójimo.

Según le explicó a este sitio, el comedor arrancó a través de una asamblea de vecinos autoconvocados, que, por aquella época, estaban más preocupados por el famoso "corralito" (restringía la extracción de dinero en efectivo de los bancos) que por darle una mano a aquellos que habían quedado en la calle a causa del estallido financiero que había sufrido el país. "Nosotros teníamos una expectativa más de carácter social y muchos fueron abandonando". aclaró.

El pasado 1° de julio, el Comedor cumplió 19 años de brindarle un plato de comida, ropa, contención, y útiles escolares para los más chicos, entre muchas otras cosas, a personas que se encuentran sin un techo fijo. La ayuda comenzó a los cartoneros del Tren Blanco del ramal Tigre del Mitre y, tras la cancelación del servicio por parte de Trenes de Buenos Aires y el violento desalojo que padecieron en la estación Belgrano C, pasó a asistir a gente en situación de calle.

BigBang tuvo el placer de mantener una charla íntima con Carlos, el único fundador que queda de pie tras estas casi dos décadas de esfuerzo. "Lo que hacemos no es un acto frío de llevar caridad, sino que intentamos ponernos en el lugar de la persona a la que intentamos ayudar. Es esa persona la que me da la posibilidad de ser mejor hombre. Ese es el beneficio o ventaja que nosotros sacamos", resalta.

Actualmente, el comedor está atendiendo alrededor de 120 personas por noche que se suman a todos aquellos que, debido a la pandemia, no pueden hacerse presentes en el lugar: se trata de otras 100 familias distribuidas por Moreno, José C.Paz, San Miguel, Pilar, San Fernando, José León Suárez, Pacheco, Tigre, Escobar, San Isidro y la Villa 31. "Somos 35 personas los que colaboramos y hay dos grupos que se ocupan de ayudar a la gente del Gran Buenos Aires", explicó.

Lo que no mencionamos hasta ahora y que hace aún más importante la tarea de Carlos y del grupo que lo acompaña es la ubicación del comedor: se encuentros debajo de un  "gomero, o árbol del caucho". Bajo su frondosidad, la comunidad del Comedor comparte desde hace 19 años los encuentros y vienen resistiendo distintas presiones de parte de los vecinos, el Gobierno de la Ciudad y de la Policía por desterrarlos.

De acuerdo con Carlos, durante estos años aparecieron dirigentes, personas "extrañas" y efectivos de seguridad dispuestos a "prepotearnos y amenazarnos", acusándolos de "alimentar vagos y de traer la delincuencia al barrio". "Nos acusaron de alimentar vagos y esa es una mentalidad jodida. Algunos, incluso, me acusaron de traer la delincuencia al barrio. Es desagradable ver la pobreza, pero mucho peor es vivirla", remarcó.

Si bien no recibió ni recibe ayuda de parte del Estado, de hecho sostiene que tuvo algunos roces con el macrismo durante estos años, Carlos se las ingenia junto a su mujer para cocinar y alimentar a este gran número de personas. "Un muchacho que tenía permiso para circular llevaba las viandas que preparábamos y que eran personalizadas por cuestiones de cuidado personal", contó.

Y sobre este acto de amor y respeto que decidió implementar, señaló: "Cada vianda tienen papel film, servilleta, tenedor y una carta como una suerte de mensaje o motivación. Me ayudan mis nietas mellizas a escribir el mensaje personalizado. Para escribir la carta, me imagino quien va a recibir esta vianda y eso me motiva. Hoy somos un grupo capaz de garantizar la comida los siete días a la semana y nadie lleva agua a su molino".

La entrevista completa a Carlos Durañona, un hombre con el corazón de oro

¿Cómo surgió "El Gomero de Barrancas"?

- Nació para la gente en situación de calle. Le pusimos el "Comedor de Barrancas" y está debajo de un gomero bicentenario que es enorme. El árbol está cubierto por una reja para que no se escape (risas), pero sin embargo se escapa porque tiene unas ramas enormes que desafían las leyes de la gravedad. No elegimos ese lugar por capricho, sino porque allí se encontraban los cartoneros en el 2001, cuando estalló la crisis, con muertos y grandes cacerolazos.

Por aquel entonces, había un vacío de poder y una ansia de parte del pueblo por recuperar el poder constituyente. ¡Tuvimos cinco presidentes en una semana! Fue ahí que nos conocimos con el grupo originario en la entrada del túnel Libertador durante un corte y los últimos nos decidimos volver a reunir para ver cómo seguía esta protesta.

Los primeros días de febrero creamos una asamblea barrial, el 7 de ese mes hicimos una convocatoria y vinieron 300 personas motivadas por el corralito. Era un clima tenso, muy denso e irrespirable. Nosotros teníamos una expectativa más de carácter social y muchos fueron abandonando. Nosotros queríamos combatir el hambre y la falta de trabajo. Había gente que se disputaba patas de pollo en la basura, asaltos en los shopping y hasta cocinaban gatos para comer.

En Barrancas vi a hombres comiendo palomas asadas"

En Barrancas vi a hombres comiendo palomas asadas. Yo me sentía cómplice de alguna manera de toda esa situación si no actuaba. Empezamos reuniéndonos en una estación de servicio que estaba en Pampa y Libertador. Leíamos la constitución para ver los derechos que teníamos que defender y queríamos reconstruir, quizás de manera inocente y exagerada, ese vacío y cubrir esa sensación de que nadie gobernaba.

En las Barrancas, donde había cierto poder adquisitivo, se juntaba gente, cartoneros, que utilizaron ese trabajo para no caer en el delito. Tenían ciertas expectativas de conseguir cosas que la gente tirara, como colchones o muebles. Empezamos con este primer trabajo social haciendo varias ollas para recibirlos cuando terminaban de recolectar. Esto lo decidimos hacer en junio o julio, cuando el invierno atacaba. 

Lo hicimos con cierto pudor, los cartoneros viajaban con sus mujeres e hijos para trabajar porque no podían pagar una guardería. Nos daba pena esa situación y nos encontramos con un drama que nos desbordó. Éramos 30, de los cuales actualmente quedé yo solo, y así fue que empezamos. Por supuesto que se sumaban los problemas de necesidad, como ropa o abrigos, de la gente en situación de calle.

Hubo mucha actitud solidaria de parte de las personas, sobre todo los días sábados cuando nos poníamos en la puerta de los pequeños supermercados. Pero no pedíamos cualquier cosa, sino puntualmente a cada persona le pedíamos un kilo de arroz o una caja de tomate triturado, por ejemplo. Así fuimos forjando el presupuesto para armar las ollas para alimentar a 300 personas. Veníamos cansados de nuestros trabajos y nos poníamos a cocinar.

Fue muy sacrificado, pero lo hacíamos con gustos. Hasta que en 2007 hubo un quiebre cuando clausuraron el famoso tren blanco, con el que se trasladaban los cartoneros con la mercadería (cartones, chapas, etc.). En el tren común no podían cargar los carros y los voluntarios ya se habían desmoralizado. Yo no tenía contactos políticos ni era conocido y ellos (por los cartoneros) estaban desesperados. Por eso, hice una convocatoria con organizaciones sociales.

Ser cartonero en esa época era una salida digna porque no hay cosa peor que el hambre y la otra solución era ir a robar. Esto no pasa solo en Argentina, sino que pasa en todos lados. Para mi sorpresa, vinieron 150 personas de partidos políticos y organizaciones sociales: en Pampa y la Vía, los cartoneros hicieron un asentamiento para no perder lo recolectado. Ahí resistieron 53 días, mientras nosotros le llevábamos ropa y comida.

Hasta que el 22 de febrero de 2008, a la madrugada, vinieron 300 policías para desalojarlos. Metieron presos a algunos y fue un desastre. Las pertenencias de los cartoneros las pusieron en camiones compactadores. Fue una limpieza que los dejó sin nada. 50 personas quedaron en el lugar con lo puesto nomás.

Actualmente sigue siendo un misterio nuestra forma de organización porque no respondemos a ningún partido político, no somos una asamblea ni a una congregación religiosa. No tenemos reglamentos. Nuestro jefe es la persona que viene con un problema que atender. La sociedad los rechaza y el estado los atiende mal. Si no te enamoras de esto, es imposible ayudar tanto tiempo. El gomero pasó a ser nuestra casa y consideramos que sus ramas son brazos que abrazan y sostienen.

¿Fueron amedrentados durante parte de estos 19 años por parte de los vecinos?

- A los vecinos no les simpatizábamos. Las Barrancas es el patio delantero de los departamentos lujosos de la zona. Cuando surgió toda esta movida, no solo fue un momento para ayudar y ser solidario, sino que también tuvimos que hablar, discutir, aguantarnos los insultos de los vecinos, escucharlos y explicarles la situación. Es desagradable ver la pobreza, pero mucho peor es vivirla.

Les pedíamos que no aportaran nada, pero que no nos hicieran nada tampoco. Nos tiraban agua y huevos de los edificios. Había que hacer una docencia, explicarles y hasta venían personas ofuscadas buscando a los responsables. Todos somos los responsables de esta situación. Nos acusaron de alimentar vagos y esa es una mentalidad jodida. Estas personas no tuvieron la desgracia de nacer en una familia pobre. Algunos, incluso, me acusaron de traer la delincuencia al barrio.

¿Sufrieron presiones de parte del gobierno de la Ciudad para sacarlos del lugar?

- Cuando nació este movimiento, no recibimos tantas presiones de parte del gobierno porque nosotros, en cierto modo, le parábamos la olla de gente que podría asaltar los supermercados si no recibían un plato de comida caliente todos los días. El saqueo es famoso y por aquella época había ¡y muchos!. Pero con el macrismo tuvimos un poco más de problemas hasta que un día vino una chica de parte del Pro preguntándonos qué necesitábamos.

En su momento, nosotros le dijimos que está gente no estaba documentada y que necesitaba estarlo. Esa mujer nos había dicho que venía de parte de Macri... pero yo le dije que no quería que esta gente sea utilizada para un spot político. En esa época sufríamos la visita de gente del extranjero que venía para ver “cómo era un pobre”. Era algo casi obsceno ¡Parecía un zoológico!. Yo esta tarea la empecé sin trabajo, pero por suerte pude retomar mi actividad en otra empresa.

Tuve que vender mi auto, el teléfono y perdí todo. Llevaba las ollas a pulso por ocho cuadras, llueva o no. Cuando fue lo de Macri, le dije a la chica que no podía prohibirle a él venir a visitar la plaza, pero le pedí que no viniera con cámaras en campaña. Por supuesto que no vino nunca a nuestro lugar y el gobierno hizo lo posible en desconocernos. Nunca recibimos ayuda y eso nos dio cierta independencia.

Somos la Comuna 13 y tenemos una relación respetuosa con el gobierno porteño, pero no recibimos nada de parte de ellos. Parte de nuestra filosofía es decir que si sobrevivimos más de 19 años, ¿por qué no podemos seguir existiendo?

¿La pandemia los obligó a redoblar esfuerzos?

- Nos hizo cambiar la modalidad que veníamos desarrollando. La gente que venía del Gran Buenos Aires, qué era la gran mayoría, no podía venir. Además, nosotros nos habíamos volcado en estos últimos años a la educación de 200 chicos a los que les comprábamos los útiles, guardapolvos y llevábamos el control de que fueran a clases gracias a la Asignación Universal.

Por la pandemia, decidimos empezar a repartir víveres en seis sectores distintos, con voluntarios que pueden llevarlas. Hablé con mi mujer y ella se animó a cocinar de lunes a viernes conmigo. Un muchacho que tenía permiso para circular llevaba las viandas que preparábamos, las cuales eran personalizadas por cuestiones de cuidado personal. Tenían papel film, servilleta, tenedor y una carta como una suerte de motivación.

Me ayudan mis nietas mellizas a escribir el mensaje personalizado. Para escribir la carta, me imagino quien va a recibir esta vianda y eso me motiva. Hoy somos un grupo capaz de garantizar la comida los siete días a la semana. Nadie lleva agua a su molino, acá no se buscan votos o convertir gente a sus religiones. Acá hay budistas y evangélicos que ayudan y no piden nada a cambio.

¿Cuántas personas son las que colaboran?

- Son 5 ó 6 personas por noche. Serán 35 personas los que colaboran con el comedor y hay dos grupos que se ocupan de ayudar a la gente del Gran Buenos Aires. No se trata de un acto frío de llevar caridad, sino de ponerse en el lugar de el otro. Es esa persona la que me da la posibilidad de ser mejor hombre. Ese es el beneficio o ventaja que nosotros sacamos.

¿Cuánto se necesita que se cumpla con la ley 3.706, la cual debería garantizar los derechos de las personas en situación de calle?

- Participé en la lucha por esa ley. No tuve una participación importante, pero si estuve en varias reuniones. Está virtualmente sin efecto. Cuando fue promulgada por Macri en enero de 2011, fue sancionada en diciembre de 2010, pero le vetaron el 5to artículo dejándola paralizada. Habla que el espacio público no puede ser tocado y yo pregunto: ¿dónde podés atender a la gente si no es en el espacio público?

Hemos sufrido violencia institucional y tenemos dos muertes de personas en situación de calle. El 26 de febrero de 2019, la Policía quiso echar de Barrancas a Héctor Ferreira, alias "El Zurdo". Se defendió como pudo, uno de los efectivos lo tiró al suelo y usaron una técnica común en la fuerza: le puso la rodilla en el cuello y lo asfixió. Lo intentaron reanimar, pero falleció.

Por él nadie reclamó, solo yo hice una denuncia pública por la que debo testificar. El Estado nunca se interesó por nuestra situación, salvo por la Policía que nos visita frecuentemente y no por buenos motivos. 

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