11 Julio de 2019 18:40
Se sabe que es difícil sacar al paladar argentino de lugares deliciosamente familiares como las carnes, el chocolate, el dulce de leche, el vino y la cerveza. Sin embargo, hubo un plato venido desde Japón que logró vencer tal resistencia convirtiéndose en un gran favorito: el sushi.
En la Argentina, su aterrizaje llegó en los '90, de la mano de la inevitable apertura de la globalización pero, también, de los consumos aspiracionales impulsados por el menemismo y su disfrute del "1 a1".
En su libro Crónica de la gastronomía porteña, tradición e identidad, la analista cultural Carina Perticone y el antropólogo Marcelo Álvarez remarcan que el sushi es una comida que "posiblemente hubiese tardado años en ser aceptada por nuestra sociedad de no haber estado asociada a imágenes de prestigio".
"El sushi existía como un ítem en las cartas de los restaurantes japoneses tradicionales, y uno de los primeros negocios dedicados al sushi existía bajo la denominación 'sushi-bar' en la segunda mitad de los años ochenta. Se llamaba Kasuga", recuerdan
Perticone y Álvarez explican que el sushi como menú aislado del resto de la cocina japonesa comenzó a tener demanda más tarde, con la instalación de barras de sushi en multiespacios dedicados a público del jet-set.
"Pero este era un nuevo sushi: el californiano, producto de la fusión de las técnicas llevadas por los inmigrantes japoneses a la Costa Oeste de Estados Unidos con productos ajenos a lo oriental, como palta o queso Philadelphia", señalan.
"Como siempre, al principio fue una comida de pocos y para bolsillos abultados y habría que esperar a mediados del 2000 para que se generalizara y se terminase convirtiendo en la comida de restaurante-fetiche de la clase media, exposición televisiva mediante de la mano de los famosos y el 'grupo sushi'".