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El día que me acosó una octogenaria en su dormitorio

La viuda de un artista muy famoso. Las manos inquietas. La entrevista sobre su cama. Gajes del oficio.

04 Agosto de 2017 11:04
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Ella era la viuda de un artista muy famoso. Yo quería entrevistarla desde hace tiempo, porque admiro mucho a ese artista, y porque además se trata de alguien reconocido en todo el mundo, lo que me permitía venderle la entrevista a un diario extranjero. Hasta donde sé, llevaba años sin dar notas. 

Me citó en su departamento un día de semana, por la tarde. Vivía sola. Yo conocía a su nieto, un muchacho un poco más joven que yo. Cuando llegué se comportó como la mayoría de los entrevistados que reciben a un periodista en su casa: saludó con amabilidad, me ofreció un cafecito, lo preparó rápidamente mientras la esperaba en el living, lo trajo en una bandeja que incluía además su propia taza, cucharitas para ambos y la azucarera. Entonces ella tenía 79 años y le faltaba poco para cumplir 80. Yo tenía 30. Creo que dijo algo así como que parecía más joven. Ella era una dama muy elegante y muy lúcida: cabello gris, lentes, delgada y arreglada, como una vieja estrella de cine.

Carmen DellOrefice, a modo de ilustración de esta nota sobre la anciana seductora.

En un momento observé un cuadro que me pareció muy bello. Podría haberme guardado el comentario, pero lo hice, acaso para romper el hielo.

-Qué lindo cuadro -dije.

Observé que se alegraba por mi comentario.

-¿Le gusta? Lo pinté yo.

-¿En serio? Es hermoso, la felicito -dije con sinceridad.

-¡Gracias! -dijo ella, entusiasmada-. Señaló, en otra pared del living, un segundo cuadro en el cual no había reparado, y agregó:

-Ese también lo pinté yo.

Como estaba un poco lejos, me incorporé para mirarlo con detenimiento. Aunque no me agradaba tanto como el anterior, dije:

-Ese también es muy lindo.

La viuda sonrió, satisfecha.

China Zorrilla y Leo Sbaraglia: el amor entre una anciana y un joven en la película "Besos en la frente".

-¡Qué bueno que le gusten mis cuadros!

Mientras regresaba a la mesa para comenzar la entrevista, ella dijo:

-En el dormitorio tengo más.

Me incomodó un poco el comentario. La viuda insistió:

-Venga que se los muestro.

No dije nada.

-Venga, venga... -y avanzó de manera decidida. La seguí. ¿Qué otra cosa podía hacer? Creo que había tres cuadros en el dormitorio, es decir que sólo una de las paredes estaba libre de cuadros de la viuda. Había uno que me gustaba tanto como los anteriores, los otros dos no me interesaban demasiado, pero por cortesía la felicité y dije otra vez que todos eran muy lindos. La cama era doble. Ella se sentó, o debo decir se recostó sobre el acolchado.

-Hagamos la entrevista acá -propuso.

Algo no me cerraba del todo, pero al fin y al cabo no había motivos para molestarse: ella era una señora muy mayor, que tenía edad para ser mi abuela. ¿Qué diferencia había entre hacer la entrevista en el living o en el dormitorio?

Regresé al living a buscar el grabador, que estaba dentro de la mochila. Cuando entré por segunda vez en el dormitorio reparé en la diferencia de luz entre un ambiente y el otro: el living, espacioso, la luz que entraba por la ventana, el dormitorio en penumbras, apenas iluminado por la luz del velador.

Empecé la entrevista. Ella tenía una memoria prodigiosa, yo preguntaba con alegría porque estaba contando muchas cosas que desconocía, la nota iba a quedar buenísima.  Yo estaba sentado en la cama, ella semirrecostada. En una de las respuestas dijo: "Imaginate que nosotros éramos muy jóvenes" y me apoyó la mano sobre el muslo, muy cerca de la entrepierna.

"Me apoyó la mano sobre el muslo, muy cerca de la entrepierna

-Claro, por supuesto... -dije, y me corrí con suavidad, de manera que la mano de la viuda cayera sobre el acolchado.

Minutos después, volvió a apoyarme la mano. Lo hacía de manera que pareciera que le estaba dando énfasis a sus dichos. En un momento me acarició el muslo, así como quien no quiere la cosa, una sola vez. Hice la pantomima de que me acomodaba, para que otra vez su mano cayera sobre el acolchado. La situación era incómoda: si le exigía que la cortara, la entrevista se terminaba ahí. Si me quejaba, además, corría el riesgo de que me dejara en offside, que me hiciera quedar como un tipo con la mente podrida, un muchacho que no se daba cuenta de que ella podría ser mi abuela. En realidad, la que no se daba cuenta era ella, pero yo no podía decírselo. 

La entrevista duró un rato más. Ella ponía y sacaba la mano, nunca sobre "el" sitio, siempre peligrosamente cerca. En un momento ella simuló estirar los cinco dedos, y entonces su pulgar me rozó, de modo que pareciera un accidente. Entonces simulé un acceso de tos que me permitió moverme de manera brusca y liberarme de nuevo.

Cuando terminamos, le agradecí su testimonio y la viuda me agradeció a su vez por la entrevista, me dijo que se había sentido muy cómoda, que le habían venido a la mente muchos recuerdos que tenía olvidados y que eso le había hecho bien.

-Qué bueno -le dije.

Me dijo que si alguna vez quería ampliar algún dato o hacer una nueva entrevista, no dudara en llamarla, que solía tener las tardes libres y que sería un placer porque, insistió, la había pasado muy bien y se había sentido muy cómoda. Le dije que con todo gusto, me despedí y no volví a verla nunca más.