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En primera persona: la inundación de Corrientes contada por una víctima

Una madre denunció que la falta de caminos está afectando la salud de sus hijos. El drama de todos los vecinos.

14 Junio de 2017 09:07
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“Los días de lluvia son terribles. Están en muy mal estado las rutas y se nos complica la vida. Hoy en un tractor fuimos a buscar medicación y alimentos para mis hijos. Estamos mal, estresados y con angustia”, cuenta Baneza Almirón en diálogo con BigBang. Baneza es una de las vecinas afectadas por la crecida del Río Paraná y las intensas lluvias que cayeron en las últimas semanas en la provincia de Corrientes. Con la esperanza de ser escuchada, se contactó con el sitio para revelar el difícil momento que deben enfrentar y cómo se ven acorralados por la inundación. "El agua se estanca y genera un barro impresionante: no tenemos forma de salir de las casas. No hay manera", afirmó.

Fabricio junto a Gilda (izq) y las dos hermanas más pequeñas. 

Baneza vive con su marido, sus cuatro hijos y su madre en uno de los 70 parajes de Curuzú Cuatiá. La localidad está ubicada a más de 300 kilómetros de la capital de Corrientes capital. Las casas son de adobe y paja, no hay caminos asfaltados. "Todo queda lejos y llegar no es fácil", detalla. A su drama cotidiano se le suma que tiene dos hijos que necesitan continuar tratamientos médicos y ahora no tienen cómo hacerlo. Sufre por la salud de ellos, en especial de los dos más grandes: Fabricio, de 14 años, y Gilda, de 8.

“Mi primer hijo nació con problemas de salud. Lo di a luz en el campo y pasaron varios días hasta que lo controló un médico. Presenta problemas de aprendizaje, necesita medicación por sus problemas psicológicos que lo ponen agresivo. Además, ahora tiene mucho dolor en los oídos y debemos chequear si el cuadro neurológico empeoró”, resume. Baneza cuenta que es complejo conseguir los medicamentos para él. "Mi marido trabaja en el campo y para ir a trabajar tiene que pagar para que lo lleven y lo traigan. Nos afecta en todo sentido y nos preocupan los chicos", dice.

Fabricio tiene 14 años y padece un retraso madurativo.

Fabricio no sale de su cuarto. Quiere estar solo y la falta de movilidad no le permite que lo vean sus médicos. Sufre convulsiones y en 2015 tuvo un brote psicótico. “Debemos atendernos en la capital porque no hay psiquiatra para niños más cerca. Sólo hay uno y atiende a adultos. Creo que hasta las vacaciones de invierno no podrá ser atendido. Además de no poder llegar, hay demoras en los turnos”, se lamentó.

 

Lo mismo sucede con Gilda, la segunda hija de Baneza. Tiene 8 años y al nacer sufrió una parálisis en un tendón de su brazo derecho. Luego de varios tratamientos, la nena fue operada y debe realizar rehabilitación. Pero por el exceso de barro no puede hacerlo. “Llora porque no puede jugar, ni hacer deportes como el resto de los chicos”, sumó la mamá. “Aún no recibimos ayuda de nadie. Todas las familias están mal. Aumentó el valor de los alimentos, no hay clases. Hay gente no puede movilizarse de su casa porque no tiene medios”, afirmó.

En la zona hay dos escuelas. Los maestros viajan seis horas a caballo para llegar. Pero los alumnos no llegan. “Se está organizando para ver si pueden acceder en moto. Hace dos días que no llueve, pero el agua está y se forma un barro”, sostuvo.

Fabricio y Gilda son dos hermanos y tienen necesidades. Pero no son los únicos. En la zona hay otros vecinos aislados y que gracias a la solidaridad logran acceder a alimentos. La situación es grave y piden ayuda. Baneza lo explica con crudeza y sentido común: "Mis hijos necesitan ir al médico, otras personas necesitan moverse para ir a trabajar. Necesitamos que vengan a hacer caminos y terminar con este problema que lleva años".

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