
Abrió los ojos. Pasto. Viento. Frío. Un borceguí. “¿Qué te pasó, flaco?”, escuchó. Levantó la mirada. Eran dos policías. “¿Estás bien?”. Juan escuchaba las preguntas, pero no sabía qué responder. Ya era de día. ¿En qué momento amaneció? ¿Cómo había llegado ahí? ¿Por qué estaba semi desnudo? ¿En dónde estaba su teléfono y su documentación? Nada tenía sentido. Lo último que recordaba era la difusa silueta de dos chicos y un trago.
Pasaron dos días hasta que pudo empezar a reconstruir qué pasó y a qué lo sometieron durante esas cuatro horas y media en las que “le bajaron la persiana”. “Me drogaron, me robaron todo y me violaron”, reconstruye hoy, a diez días del ataque, en una desgarradora charla con BigBangNews.com. “Por momentos quiero recordar y saber qué es lo que me hicieron; pero por otros no quiero revivir lo que me pasó. Es una pelea constante entre mi consciente y mi inconsciente”, se lamenta.
En efecto, Juan tiene en claro algunos hitos de aquella madrugada en el boliche Human, ubicado a pocos metros del Hipódromo de Palermo: una llamada telefónica que salió de su celular a las seis de la mañana, el haber despertado a más de diez cuadras sin recuerdos y un dolor que le hizo temer lo peor. “Cuando llegué a casa y fui al baño noté un sangrado importante. La médica después me confirmó que tengo un desgarro anal; me violaron”.
La entrada al boliche y los dos “chicos del trago”
Juan cenó con un grupo de amigos el sábado 9 por Palermo. Eran cuatro, pero sólo dos se sumaron a la salida posterior. “Nunca había ido a ese boliche, pero me dijeron que estaba bueno. Así que fuimos con mi amigo. Pagamos un adicional para poder entrar al VIP, pero después bajamos porque nos estábamos aburriendo”.
Hasta ahí, recuerda todo con claridad. “Había barra libre, pero no estaba borracho. No puedo tomar mucho alcohol porque soy HIV positivo y por los medicamentos que tomo me cuido bastante. Así que no estaba vulnerable en lo más mínimo”. En un momento, conocieron a dos chicos y se pusieron a hablar. “Estaba oscuro, así que las caras no las recuerdo bien”.
Si se lo cuento a mi familia me va a decir: 'Te pasó por puto'"
“Voy un toque al baño”, le dijo su amigo. “No te hagas problemas, nosotros te lo cuidamos”, le respondieron los chicos. “Yo venía tomando cerveza, pero ellos me ofrecieron un trago que era vodka con jugo. Le di un sorbo y eso es lo último que me acuerdo”, suma Juan. Su amigo salió del baño y volvió al lugar en el que lo había dejado. No estaban. Eran las cinco de la mañana y lo buscó por todo el boliche. No había rastros de Juan, ni de los dos chicos de la barra.
La misteriosa llamada a las seis de la mañana y el despertar
“Lo primero que me acuerdo es que me despertó un policía tocándome el brazo. Abrí los ojos y me percaté de que no tenía nada: me habían robado todo. Me dejaron en pelotas en Aeroparque”. Los policías lo ayudaron y lo acompañaron a la Comisaría 23 para que realizara la denuncia. “No entendía nada, seguía como dormido. Me pesaba el cuerpo. Me sentía como si me hubieran despertado de golpe de un sueño muy profundo”.
Juan entró a la comisaría casi desnudo. Estaba sin zapatillas. Tenía las medias, el bóxer y una remera. “Me dieron una campera para que me tapara mientras me tomaban la declaración, pero no me sentí contenido. En ese momento, en mi cabeza había sido sólo un robo. Esa es la carátula que tiene hoy la causa, hasta que pueda ampliar mi declaración”. Ya eran las nueve y media de la mañana. “Me dijeron: 'Andate a tu casa'. Y yo no tenía nada, estaba en calzoncillos. Les tuve que pedir que me alcanzaran a mi casa, porque encima vivo en Barracas”.
Me encontraron tres tipos de fármacos en sangre"
Juan llegó a su casa en patrullero cerca de las doce del mediodía. Sus amigos no sabían qué le había pasado. El único dato era un llamado a las seis de la mañana que ninguno llegó a atender. “Lo primero que hice fue pegarme una ducha fría para despertarme. Pero no hubo caso. Seguía todavía muy dormido. Así que me recosté hasta las seis o siete de la tarde. Volví a darme una ducha con agua fría porque estaba atontado. No era el efecto de una borrachera, no era una resaca normal”.
“El cuerpo no me respondía bien y no sentía dolor. Estaba como adormecido. Tenía las pupilas muy dilatadas. El lunes fui a trabajar y lo primero que hice fue hablar con mi encargado. Le conté todo, más que nada para explicarle por qué estaba sin teléfono. Le conté lo que le pasó y ahí entendí que tenía que ir al médico”.
Juan fue el martes al Sanatorio San José. Habían pasado dos días desde el ataque y seguía adormecido. “Me hicieron un análisis de sangre y me encontraron tres tipos de psicofármacos. Uno era Alprazolam. La médica me dijo que tenía, además, derivados de una droga más fuerte y que tuve suerte de no haber entrado en un coma. Además, me dijeron que tenía un desgarro anal”.
El después y el mensaje a las otras víctimas: “Muchos no se animan a denunciar por la estigmatización”
“Empecé a caer de a poco. Creo que todavía no lo incorporé. Por momentos es como que estoy bien y de golpe me caigo. Me siento vulnerable, como chiquito”. La frase “te rompieron el culo” y el miedo a la estigmatización se impusieron durante las horas posteriores al ataque. “Soy gay y hay mucho machismo también entre nosotros. El machismo es algo que nos atraviesa a todos. Está también el reproche: 'Te la buscaste, te rompieron el culo'. Por eso también sé que hay muchas personas que no cuentan lo que les pasó o lo denuncian por miedo al prejuicio de la sociedad. Nadie está exento de que le pase algo así”.
No fue fácil para Juan dar la entrevista. Lo hizo para que otros también se animen a denunciar y para que todos “sepan que esto pasa” y que “es más frecuente de lo que uno piensa”. “Después de esto, me puse a pensar en otras cosas. En el boliche, por ejemplo, no hubo un control estricto. Ni siquiera me requisaron. No hay control de nada”.
“Mi hermano me había violado cuando tenía diez años”
El ataque despertó en Juan otros recuerdos. Lo llevó directo a su infancia en Paraguay. “Esto me removió todo, volví a acordarme de muchas cosas. Mi hermano me violó cuando tenía diez años”. En su momento, Juan tardó ocho años en poder contárselo a su familia. Le dieron la espalda. “Se los dije a los 18, cuando me asumí y les conté que era gay. No me echaron de casa, pero me tuve que venir a vivir a la Argentina”.
Algunos de sus hermanos viven también en el país, pero no saben lo que vivió. No se los va a contar tampoco. “Si se los digo sé que se viene el sermón de siempre. Para ellos, esto me pasó por 'ser puto'. No entienden que una cosa es una relación consentida y otra que te violen. No hay diferencia. Lamentablemente siguen pensando así”.