Mientras la atención del país estaba centrada en la conferencia de prensa en la que Alberto Fernández anunció el comienzo del aislamiento obligatorio, más de 327 personas vivían una odisea a sólo 17 kilómetros de la residencia de Olivos. Incomunicados y encerrados en el barco Juan Patricio de la empresa Buquebús, los pasajeros permanecieron más de cinco horas dentro de la embarcación sin saber que junto a ellos había viajado un joven de 21 años con coronavirus. Falta de controles, exposición masiva y la grave denuncia de una de las pasajeras en cuarentena obligatoria en el hotel Panamericano: "Muchos pasajeros venían de Europa, no lo declararon y nadie lo está controlando".
Mariana tiene 31 años y es argentina. El sábado 14 viajó a Uruguay para visitar a parte de su familia que vive en Cabo Polonio. Para ese entonces, el país vecino sólo había confirmado dos casos de coronavirus. "Es un lugar en el que no hay señal de Internet. No sabía nada de lo que estaba pasando. El miércoles logré conectarme y se desató toda esta locura. Hasta ese momento había dos o tres casos nada más", reconoció en diálogo telefónico con BigBang.
El lunes por la noche, después de que el presidente confirmara el cierre de fronteras para el 31 de marzo, Mariana decidió emprender la vuelta. Fue el comienzo de la odisea. El primer obstáculo que encontró fue el de Colonia Express, la empresa con la que había viajado al país vecino. "Me dijeron que la empresa ya no operaba, así que tuve que pagar de mi bolsillo un pasaje de Buquebús, que era la única compañía que iba a mantener la frecuencia. Si bien tengo familia en Uruguay, lo único que pensé en ese momento era que prefería hacer la cuarentena en mi país".
En Uruguay no nos controlaron ni la temperatura. Sólo nos dieron un papel en el que teníamos que poner nuestros datos"
Mariana pagó de sus bolsillos los 30 dólares para asegurarse un lugar en el barco, una de las últimas frecuencias de repatriación. Amaneció en Colonia y aguardó hasta las cinco de la tarde, horario en el que llegó al puerto. Para ese entonces, los medios sólo hablaban de una cosa: los rumores de que por la noche el presidente argentino anunciaría la reclusión obligatoria. Pasaje en mano, agarró su mochila y subió al barco. Eran las seis y media de la tarde. "No nos controlaron la temperatura, ni nada. Ni siquiera hicimos fila en migraciones. Lo único que nos dieron fue un papel, que encima era una hoja partida al medio sin ningún tipo de sello oficial. Teníamos que poner nuestros datos: nombre, número documento, teléfono y firma; nada más".
El viaje a sólo cuatro filas del paciente con Coronavirus
La joven viajó en el primer piso de la embarcación. No lo sabía, pero estaba a sólo cuatro filas del joven de 21 años que había embarcado, pese a saber que tenía coronavirus. "Cerca de las ocho y media de la noche atracamos en el puerto de Buenos Aires. Desde el altavoz, nos dijeron que nos quedáramos en nuestros respectivos asientos y que aguardáramos instrucciones". Hasta ese momento, nadie había notado nada raro. "Si el chico se sintió mal, no lo vimos".De acuerdo a la información confirmada por la empresa, el joven alertó en medio del viaje a la tripulación que no se sentía bien y que era un paciente infectado. "Viajó con otros tres amigos y en ningún momento los aislaron. De hecho, hasta donde tengo entendido, están en cuarentena con nosotros en el hotel. Nadie los separó, ni nada. La última vez que los vi, estaban haciendo la fila para trasladarse al hotel. De todos modos, después de la hora de viaje y de las cinco horas de encierro, ya estábamos súper expuestos".
En las últimas horas, la fiscal Alejandra Mángano imputó al joven de 21 años que había estado de vacaciones en Europa y viajó desde Uruguay, pese a tener síntomas. Mariana se entera mientras dialoga con BigBang. No se sorprende. "En el barco había muchísima gente que venía de Europa", alerta desde la habitación del hotel. "Muchos llegaron a Carrasco con pasaporte y volvieron a la Argentina con el DNI. Nadie cruzó esos datos. En un momento, mientras estábamos en el barco, llamaron por alto parlante a todos los que habían estado en zonas de riesgo y pude contar al menos 20 personas que se levantaron".
La falta de control podría multiplicar los casos de exposición, tanto en la Argentina, como en Uruguay. "Si este chico estaba en Punta del Este y viajó a Colonia en micro para tomarse el barco, ¿hay alguien que esté controlando a todas las personas que viajaron con él sin saber que era positivo? Mi familia me cuenta que en Uruguay los medios están hablando del caso, pero nadie hace hincapié en los otros posibles contagios. Es grave".
Si este chico estaba en Punta del Este y viajó a Colonia en micro para tomarse el barco, ¿hay alguien que esté controlando a todas las personas que viajaron con él sin saber que era positivo?"
"Estuvimos una hora en el puerto y encerrados sin información oficial. Nos fuimos enterando de lo que sucedía por nuestras familias. Recién a las nueve de la noche subieron cuatro personas del Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria). Nos empezaron a hablar a los gritos, porque no usaron el alta voz del barco. Nos dijeron que íbamos a tener que firmar una declaración jurada uno por uno. Imaginate: cuatro personas repartiendo el formulario a 400 personas. Ni siquiera tenían lapiceras, así que nos empezamos a prestar biromes entre los pasajeros. En un momento, incluso, se quedaron sin formularios y tuvieron que ir a buscar más".
Mientras todo esto sucedía dentro del barco, al puerto comenzaban a arribar no sólo las cámaras de televisión, sino también las ambulancias del Same. Arrancaba el protocolo y la tensión comenzaba a ganar lugar. "La gente empezó a gritarles a los del Senasa que se pusieran a laburar, porque todo era muy lento. En ese momento, una señora muy alterada que decía que tenía una condición médica se puso a los gritos, se llevó por delante a las dos personas que estaban bloqueando la puerta que iba hacia la bodega y salió. El barco estaba pegado al puerto, así que saltó y empezó a correr. Creo que la detuvieron".
"Estuvimos un largo rato, hasta que empezamos a tener hambre y sed. Llevábamos tres horas encerrados y sin novedades, por lo que empezamos a pedirle a la tripulación que nos diera algo. Nos dieron un sándwich y gaseosas, todo del bar del barco. Pero alcanzó para menos de la mitad de los pasajeros. De hecho, había dos chicas celíacas que no podían comer lo que les ofrecían y tampoco les dejaron buscar comida en sus valijas. Estuvieron cinco horas sin comer directamente", denuncia Mariana.
La señal se entrecorta, no es buena. Mariana habla desde la habitación del hotel Panamericano en la que se encuentra desde las cinco y media de la mañana. Reconstruye minuto a minuto la odisea que vivió en el puerto. Sigue sin entender nada. Su contacto con el exterior depende de los datos de su plan de telefonía. "No tenemos acceso a Internet, sólo podemos ver la televisión. No tenemos idea de lo que pasó, ni de lo que va a pasar con nosotros. No nos dicen nada. ¿Tenés idea qué pasó con el chico? ¿Qué se dice de nosotros?", pregunta. Encerrada y sin información, la joven comienza a empaparse de información. Le cuento, entre otras cosas, que algunos de los pasajeros, entre ellos el joven con coronavirus, fueron derivados a hospitales: cuatro al Muñiz y cinco al sanatorio Agote.
"Seguro tenían fiebre. Todo esto es una locura". La conexión con el resto de los pasajeros es nula. Tienen prohibido circular por el hotel y nadie les responde cuando intentan comunicarse por teléfono con la recepción. "Cuando llegamos, nos recibieron con una mesa con comida en el lobby y nos llevaron a nuestras respectivas habitaciones. Nos dijeron que a las diez de la mañana nos iban a dar el desayuno, pero son las doce del mediodía y todavía no nos dieron nada. Lo único que comí fue un sandwich y estoy tomando agua de la canilla porque ya me terminé las dos botellitas del frigobar. En la tele están diciendo que estamos en un spa y no es así".
El teléfono de la habitación sonó cerca de las nueve de la mañana. Mariana no llegó a atender. Intentó comunicarse con la recepción, pero nadie le respondió. Marcó un número por error y se contactó con otra de las pasajeras aisladas en el hotel. "Hablé con una chica que me dijo que había pedido un medicamento para su hijo y que no le estaban dando respuesta. Que la llamaron para decirle que el desayuno lo tenían que mandar desde el Estado, que el hotel no se hacía cargo de nuestros alimentos. A las dos horas logré que me atendieran en recepción y me dijeron lo mismo. Todavía no mandaron ninguna vianda y seguimos sin comer".
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"Hace veinte minutos sentí movimiento en el pasillo y abrí la puerta. Ahí pude hablar con la señora que está en la habitación de enfrente. Es una mujer grande y está con su marido. Están como yo: sin comer, ni poder tomar agua potable. No sabemos cuánto tiempo vamos a estar acá, nadie nos dice nada. La lógica indica que deberíamos cumplir los 14 días de aislamiento y me mentalicé para eso desde anoche; pero si me preguntás, nadie me dijo nada. Tampoco sé quién es la autoridad competente en este caso, si Nación o Ciudad. En las dos comunicaciones que tuve con la gente del hotel, lo único que me dijeron es que ellos no se hacían cargo".
La falta de respuestas no es nueva. Mariana llegó al hotel a las cuatro y media de la mañana, en el marco de un operativo de seguridad extenso y trastabillado. "Recién a las nueve de la noche el capitán del barco nos confirmó que había un pasajero con Coronavirus y que la demora se debía a eso. Nos mandó a sentarnos en nuestros asientos y así nos tuvieron hasta las doce de la noche. Nos dividieron entres grupos, dependiendo de la proximidad con el asiento de este chico. Como viajé a pocas filas, me pusieron dentro del grupo de los que teníamos más riesgo de contagio".
No nos quisieron hacer el test, nos dijeron que sólo era para aquellos que tenían síntomas y que teníamos que estar atentos"
Dentro del grupo habían al menos 40 adultos mayores y una mujer con un bebé de cuatro meses. "Salimos por la manga y fuimos al lobby de Buquebús. Nos hicieron hacer una fila y nos dijeron que nos iban a mandar a un hotel sólo por una noche y que después se iba a ver qué hacían con nosotros. Pusieron a disposición una combi destartalada y al principio nos trasladaban de a veinte, para respetar la distancia recomendada. Estuve dos horas en esa fila. Les pedíamos a los efectivos de prefectura agua o comida y nos decían que no tenían nada. En un momento, se acercó (Alberto) Crescenti -titular del Same- para tranquilizarnos".
"No nos quisieron hacer el test, nos dijeron que sólo era para aquellos que tenían síntomas y que teníamos que estar atentos. Eso es lo único que sabemos por estas horas, por fuera de lo que nos van contando nuestras familias".