02 Mayo de 2019 10:58
El periodista Sebastián Lorenzo Pisarello logró entrevistar a Sol, la mamá de Lucía, la niña de 11 años que estuvo embarazada por una violación y fue obligada a parir en Tucumán. A dos meses del revuelo social que generó su historia, su mamá repasó las torturas a las que fue sometida su hija durante casi 28 días por parte del sistema provincial de salud, que además contó con el apoyo espiritual de la Iglesia.
Después del calvario vivido, desde la violación hasta todo lo ocurrido en el hospital, Lucía sólo tenía un sueño: volver a la escuela. Fue una de las razones que la sostuvo durante las largas noches que pasó entre médicos que la querían obligar a continuar con un embarazo que no deseaba, sacerdotes que insistían en salvar las dos vidas y su mamá, que no se despegaba de ella.
Su vida comenzó a ordenarse recién hace unas semanas. La mañana del primer día de clases, dos semanas después del alta hospitalaria, Lucía se despertó temprano. Desayunó café con leche, comió unas tortillas, se puso el jogging, la remera y el guardapolvo blanco. Se fue a la escuela caminando con su mamá y sus tíos. Entró al aula y se sentó junto a su nueva compañera de banco. Por primera vez en mucho tiempo, Sol vio que Lucía volvía a sonreír. La larga noche que concluyó con una microcesárea el 26 de febrero quedaba atrás.
Lucía tiene 11 años. Vivía en 7 de abril, un pueblo en el límite de Tucumán con Santiago del Estero y Salta. Fue abusada por el novio de la abuela y quedó embarazada producto de esa violación. Lucía pidió "que me saquen esto que me puso adentro el viejo", pero fue obligada a parir. Es una de las 137 niñas que dieron a luz en Tucumán.
Lucía no se llama Lucía. Ese fue el nombre elegido para resguardar su intimidad. Se convirtió en el símbolo de todas las niñas que son obligadas a maternar, la doble o triple violación. El Estado decide actuar según los mandatos religiosos, olvidando que son niñas y que tienen derechos constitucionales.
Quince días después de la internación de Lucía en el Hospital del Este un médico le dijo a Sol que si su hija abortaba podía morirse y que ella sería la culpable. Un sacerdote le dijo que Dios no quería muerte. Incluso, mientras esperaba que terminen de practicarle la Interrupción Legal del Embarazo (ILE), un grupo de personas le gritaba asesina desde la vereda.
Sol sostuvo la mano de su hija y no podía dejar de pensar en las palabras que le había dicho el médico. Pero nada de eso pasó. Al termino de la ILE, Sol respiró con alivio: su hija estaba bien.
"Cuando me enteré de que mi hija estaba embarazada, tiritaba de los nervios, de miedo. Al principio pensé que me podía hacer cargo de esa bebé. Pero después de que mi hija me dijo que no, que no quería saber nada, me terminé de convencer. Ella en ningún momento lo ha querido. Y yo no quería criar una niña en medio de un odio, de un desprecio; no me iba a sentir bien a cargo de una criatura que no haya sido querida, que no haya sido deseada y que sea odiada por su madre, que es mi hija de 11 años. Apenas llegué al hospital del Este se lo dije a la doctora, Tatiana (Obeid). Ella me explicó que había una ley que a la chiquita la amparaba, que podía hacer un aborto y que iba a hacer todo lo posible para que se haga. Nos mandó a la casa cuatro días. Cuando me reuní con la fiscal Reuter le pregunté si había esta ley y me dice que sí, que existía y que la amparaba. Cuando la vuelvo a internar, hablo con el doctor Gustavo (Vigliocco) y me dijo que por qué quería que le hicieran un aborto, que la chiquita corría riesgo de muerte. Todo el tiempo me insistía con que corría riesgo de morir. Había cosas que me decían que yo no entendía. Me explicaban de la matriz de ella, me decían que tenía que firmar la operación y que si mi hija moría la única responsable iba a ser yo. Me daba miedo firmar por eso", recordó Sol, en diálogo con Laftem.org.
El 7 de febrero, Sol llevó a la niña a un control en el Hospital y solicitó por primera vez que le realicen un aborto. "'Llevala a la chiquita y pensalo'", le respondieron. Cuatro días después, la madre de la nena se reunió con María del Carmen Reuter, a cargo de la Fiscalía Especializada en Delitos Contra la Integridad Sexual. En el hospital le habían dicho que tenía que hacer la denuncia el abuso sexual antes de solicitar el aborto, cosa que no exige la ley. Además, Sol le pidió a Reuter volver a tener a cargo a Lucía, debido a que la menor estaba siendo criada por la abuela. Esto se debía a que la ex pareja de Sol había abusado de las hermanas de Lucía. La pesadilla se repitió y de la peor manera. La historia de estas mujeres está atravesada por la violencia de género extrema.
Ese día, Lucía habló en Cámara Gesell y dejó clara su intención: "Quiero que me saquen de adentro lo que me puso el viejo", rogó. Esa noche quedó internada y Sol reclamó que le practiquen la Interrupción Legal del Embarazo. "Necesito que le saquen este bebé", le rogó a Tatiana Obeid, jefa del Servicio de Tocoginecología del Hospital del Este. Obeid respondió que lo pensaría e insistió con los riesgos de muerte, al tiempo que le informó que necesitaba dos donantes de sangre como requisito para practicarle la ILE. Sol los consiguió, firmó los papeles y esperó novedades. Pasaron dos días, pero nadie retiraba el documento para iniciar el proceso. Luego llegó Gustavo Vigliocco, el secretario ejecutivo del Sistema Provincial de Salud (Siprosa) de Tucumán, el segundo en orden jerárquico dentro del Ministerio de Salud.
Quiero que me saquen de adentro lo que me puso el viejo"
Fue la primera vez que se acercaba a hablar con Sol. "Me dijo que estaba llena de coágulos, con la matriz a la altura del abdomen y que podía morir desangrada si le hacían una cirugía. Según él, la única opción para que Lucía no se muera era esperar cuatro semanas más en el hospital para que el embarazo sea de 7 meses y una semana", contó.
"En esos días le han hecho cita al padre de ella para que venga a firmar la autorización para que la operen. Con la firma de los dos decían que la podían operar. Según ellos, estaba en riesgo, estaba anémica, tenía que esperar hasta el 7 de marzo para que la operen (le realicen la ILE). Me decían que le iban a dar una pastilla por la boca y que se iba a morir, que se la iban a sacar por la vagina. Yo les he dicho que no por lo que ella estaba sufriendo, no iba a dejar que sufra más. Ellas me decían que era la única opción, con menos peligro, que le iba a doler la cintura y que iba a sentir todo lo que se siente al parir, que iba a romper bolsa. Esas eran las única opciones que me daban. Pero han tardado un montón, un montón. El que tiene toda la culpa de que las cosas no han seguido los tiempos que tienen es el doctor Gustado Vigliocco. Me decía que espere hasta que mi hija cumpla los 7 meses, que ahí ya no había tanto riesgo y que yo iba a salvar dos vidas, la de mi hija y la de esa criatura. Yo le respondía que no quería esperar, y él me repetía que yo iba a llevar una carga de conciencia con la muerte de mi hija y de mi nieta.
"El iba todos los días a vernos. Si yo le decía a las 12 de la noche: 'Doctor, tengo que hablar con usted, necesito que me explique una cosa', él se venia la hospital. Por mensaje me preguntaba cómo estaba Lucía, qué necesitaba. Le mandó una tablet de regalo y se la hizo cambiar porque andaba mal".
"Me llegó a decir que si estaba preocupada por la bebé que no me preocupe, porque él la iba a hacer reconocer, la iba a criar como a su hija y que me iba a ayudar para que ella estudara. Que le iba a construir una casa a Lucía para que esté bien. De hecho, fue a 7 de Abril (barrio en el que viven) hizo destechar cuatro habitaciones de mi casa. Supuestamente iba a tirarla abajo para construirla de nuevo. Nunca volvió y mi casa quedó sin esos techos. Nunca pensé que estaba como comprando a la criatura. Yo pensé que lo hacía por amor. Cuando se ha enterado que yo he pedido que le habían hecho el aborto a la chiquita, desapareció", relató Sol.
El relato es escalofriante y es la muestra de lo que ocurre en Tucumán, una provincia que no está adherida a la la ley nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable que tiene como objetivo alcanzar para la población el nivel más elevado de salud sexual y procreación responsable, reducir la morbimortalidad materno-infantil, promover la participación femenina en al toma de decisiones relativas a a su salud sexual y procreación responsable; entre otros. Lo contradictorio es que Tucumán tiene una de las tasas más altas del país de embarazo adolescente: el 17,8% de los embarazos son de menos de 19 años. El promedio nacional es del 15% aproximadamente.
Otras de las situaciones que Sol y Lucía debieron soportar fue la visita de un cura. "Entraba con el teléfono en la mano, le hacía la señal de la cruz en la frente a mi hija y le decía que Dios no quería que haya muertes, (preguntaba) por qué yo le quería hacer el aborto si podía seguir con la criatura. Lucía no dejaba que el cura le haga la cruz, no permití que se le acerque ningún hombre. Pero iba todos los días. Es el capellán del Hospital, Roque Olea. Iba con ropa normal, nunca fue vestido de cura. Por ahí iba con un cosito blanco en el cuello. Me preguntaba qué iba a pasar con la bebé, si la iba a dar en adopción o si la iba a criar. No iba a rezar. Sólo a preguntar cosas. A mi me parecía raro porque sólo preguntaba sobre el bebé. A veces venía mañana y tarde. Me molestaba que él vaya. Si es el cura, ¿por qué nunca nos llevó ni una estampita de la Virgen? Yo soy católica", contó la madre de la niña y siguió.
"A mi hija la tuvieron desde el mediodía hasta la noche sin comer, ni tomar nada. Ya lloraba de hambre. Me pedía algo para comer y no me autorizaban. El día anterior viene la doctora Tatiana (Obeid) y me dice que le tenían que poner un inyectable para la anemia. Cuando vienen con la segunda inyección el día que le hicieron la operación, mi prima les vuelve a preguntar para qué era y la enfermera le dice que era para la maduración de los pulmones del bebé y que era la segunda dosis. Después la doctora Obeid me dijo que tenía que firmar el acta para que la lleven a un sanatorio para que le hagan el aborto, porque en el hospital no había ningún médico que lo pueda hacer. Nadie la quería operar supuestamente porque corría riesgo de muerte. Decía que había un remise esperando para que la lleve, pero yo no quería firmar el alta. Ahí me dijeron que iban a buscar unos médicos para que la operen. Lucía seguía con hambre. Yo la hacía jugar y le pasaba un algodón con agua por la boca porque no podía tomar, ni comer nada. En eso llegan una doctora y un doctor, a quien les tengo que agradecer porque gracias a ellos tengo a mi hija con vida (Cecilia Ousset y José Gijena). Me dijeron que la iban a operar y les pedí que la salven, tenía miedo que se me muera. (...) Le pusieron seis inyectables en la columna. Estaba semidormida y gritaba cuando le ponían las agujas. Yo quería que no la hagan sufrir más, que la hagan dormir. Me pilló la mano y me dijo 'mamá, no me deje'. Yo le hice escuchar una alabanza porque ella va a la iglesia. Cuando la veo, estaba morada. Pensé lo peor, que la perdía. Era que le había subido la presión cuando la estaban operando. La vi con 170 de presión. Por suerte estaban esos doctores que le salvaron la vida. Cuando mi hija se despertó, los miró y les dijo 'gracias'. Lucía nunca quiso que esta criatura nazca. Ella pedía que se la saquen", finalizó con alivio.
Al otro día, la niña no sabía que le sacaron un bebé. Aún cree que la herida que tiene es de una operación de apéndice. Se saca fotos de la cicatriz. Ya está en clases, con sus lentes nuevos, y sin que nadie le toque la panza ni le hablen de un "bebé de verdad", tal como le decían. Y ahora se prepara para realizar un viaje de estudios, para jugar y construir casa de tierra, con piedras y arena, como tanto le gusta jugar.