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La dramática historia de la familia que vive en un vagón abandonado de Palermo

La "vivienda" es muy codiciada. El drama que soporta Carolina y su familia desde hace casi un año. La historia.

por Agusti­n Gulman

13 Junio de 2017 11:32
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Cuando una formación del ferrocarril Belgrano Norte cruza la calle Salguero, en el límite entre Palermo y Retiro, la casa de Carolina Castillo se mueve. El piso vibra. Su hogar es un vagón abandonado de tren, recubierto con maderas que perdieron el color hace décadas y chapas que hacen las veces de techo. Hoy la temperatura les dio un respiro a ella, a su pareja, Rubén, y a sus tres hijos. Pero los últimos días no fueron fáciles, con mínimas de entre dos y seis grados. Es el primer invierno que pasa en el barrio Saldías, a metros de la villa 31. Pero no sabe si será el último.

 

“Todo el mundo acá en el barrio quiere el vagón”. Carolina describe ante BigBang cómo llegó a vivir en los restos de un viejo tren de cargas abandonado que hace años está ubicado a metros de la casa de su madre. Llegó en septiembre pasado, después de ser desalojada de la casa en la que vivía, y tras una seguidilla de episodios de violencia de género, que incluyó golpizas, maltrato psicológico y amenazas en manos de su ex marido, Fernando Mohn, el padre de tres de sus hijos.

Por dentro. Así es el vagón donde vive la familia de Carolina, a metros de la villa 31.

Pero nada fue sencillo. Cuando arribó al viejo vagón abandonado del barrio Saldías los vecinos la agredieron. “Nadie quería que esté acá, vinieron todos los vecinos, recibí agresiones. Todos quieren el vagón, hace más de diez años lo cedieron para hacer una biblioteca para el barrio. Yo entiendo que no puedo estar viviendo acá, no pido una vivienda digna, lo que quiero es que me den una mano con lo que tiene que pagarme mi ex por los chicos”, le relata a BigBang.

 

Su ex marido prácticamente no le pasa dinero por sus hijos. Por eso, los últimos meses en la vida de Carolina se transformaron en un verdadero calvario: recorridas por juzgados y fiscalías se volvieron parte de su rutina cotidiana. Mientras tanto, avanza un nuevo embarazo que cursa su sexto mes.

El vagón no es el único de la cuadra. Sobre la calle Padre Carlos Mugica, a metros de Salguero, hay al menos otros tres de características similares. El que habita Carolina junto a su pareja y tres de sus cuatro hijos - la mayor, de 16, no vive con ellos - estaba destruido. “Tuve que arreglarlo, estaba lleno de mugre y escombros. Lo limpiamos para que pudiéramos estar acá”, cuenta.

 

De un lado duermen los dos niños de 6 y 9 años, y Paulina, de 12. En el centro conviven una pequeña cocina conectada a una garrafa, la mesa de madera y unas sillas, la heladera, una pileta para lavar los platos y el lavarropas. Del otro lado - el más fresco, según grafica Carolina - duerme ella junto a su pareja.

A metros del vagón que habita Carolina hay otro similar. En total, son tres en una cuadra.

“Vivir acá es una tortura. Los chicos duermen juntos por el frío”, comenta. Carolina dedica gran parte de su día a hacer trámites para resolver la situación judicial con su ex pareja, que le permita, a su vez, destrabar el grave conflicto habitacional que atraviesa, aunque también trata de destinar algunas horas a trabajar, haciendo tareas de limpieza y dando apoyo escolar a chicos. “Hago de todo, lo que haya que hacer yo lo hago”, dice, con cierto orgullo.

Antes de las 7:30 sale rumbo a la escuela de los chicos, ubicada a unas pocas cuadras, en Palermo. Y Rubén marcha a su trabajo en un supermercado chino de la zona. Pese a las falencias, Carolina rescata que a los chicos no les falta nada. A la vez, insiste en responsabilizar al padre de los chicos por no hacerse cargo de la cuota alimentaria. "Hace poco me dijo que le estaba juntando ropa a los chicos en el edificio en el que vive", recuerda indignada.

 

- ¿Cómo se imaginan que va a seguir la situación?

- No podemos seguir viviendo acá, y menos con los chicos. La idea es irnos a Merlo. Los vecinos no quieren que estemos acá y nosotros tampoco, pero no tenemos otra posibilidad ahora. Mientras tanto, estamos arreglando acá, para que los nenes puedan estar calentitos y no pasen frío. El papá de los nenes vive calentito en un tercer piso en Caballito y no les pasa dinero a los chicos. Antes les pasaba $2.500, después un poco menos de $1.000. Cuando le dije que no tenía con qué darle de comer a los nenes, me trajo un paquete de arroz y uno de fideos para tres meses.

Carolina, de 35 años, transita su quinto embarazo. Junto a Rubén viven en el vagón de Retiro.

Carolina insiste en que la Justicia fije una cuota alimentaria que esté acorde a las necesidades de sus hijos. “Hace seis meses que no pasa dinero, la ley dice que si a los tres meses no pone nada, es un delito penal. ¿Dónde están los derechos de los nenes?”, se pregunta la mujer de 35 años, sentada alrededor de la mesa ubicada en el centro del vagón que habita, mientras espera que la Justicia le otorgue una respuesta. El paso del tren vuelve a romper con el silencio de una cuadra de casas bajas, ladrillo a la vista, donde habita la humildad. 

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