por Leo Morales
12 Mayo de 2023 14:20En medio de la caliente frontera de Gaza, la empresa argentina Sodastream, se conirtió en una usina multicultural emplea judíos, árabes y beduinos para mostrar que la convivencia es posible. Tras el repunte de las tensiones en la Franja de Gaza -que hace poco movilizaron a Emmanuel Macron a expresar su preocupación por la situación y la voluntad de Francia de servir de mediadora entre israelíes y palestinos- una planta industrial brinda una lección de tolerancia.
La fábrica de máquinas para hacer soda en el hogar está localizada a sólo 22 kilómetros de una de las fronteras más calientes del mundo, en una pequeña ciudad llamada Rahat, y emerge como un oasis en el desierto de Néguev. Y del conflicto palestino-israelí.
Su gerencia explica que Sodastream emplea judíos, árabes, palestinos y beduinos que, a pesar de sus diferencias culturales, trabajan juntos y en armonía. “La fábrica de la paz” es un ejemplo brillante de convivencia. Aunque aquí no se hable mucho de política, este equipo inclusivo es la confirmación de que el diálogo es posible.
Diversidad de talentos
La cotidianidad y la cultura laboral que comparten respeta su diversidad religiosa: los empleados cortan parte de su turno para rezar según su propia fe y nadie los mira con recelo por ello. Dentro de este gran predio -donde se producen las máquinas para gasificar agua Sodastream que luego se exportan a todo el mundo- se puede ver una pequeña mezquita y una sinagoga.
“Esto es una gran familia aunque afuera nadie nos pueda creer. Festejamos la Pascua Judía y también a mí me invitan los árabes a sus casas para festejar el Ramadán”, declara orgulloso Eyal David, un joven judío de 30 años que es operario de la planta.
Si bien es cierto que en muchos lugares de Israel trabajan árabes y judíos a la par, no es muy común ver este clima benévolo en medio de las escaladas de violencia que se padecen en la Franja de Gaza, desde donde hace solo unas semanas el grupo terrorista Hamas lanzó cohetes hacia Israel.
“Más allá de producir y vender un producto para gasificar agua contribuimos a la paz y damos una muestra de convivencia al mundo”, sostiene Debbie Rulnick, la vocera de esta empresa que funciona desde 1903 y hoy emplea a 2.200 personas.
Integrar la Franja de Gaza
Desde que la firma fue fundada en Israel por Guy Gilbey, un sobreviviente del Holocausto, el objetivo siempre fue levantar una isla de paz, con fuerte impronta en la integración de pueblos. Actualmente, la usina cuenta con un 50% de empleados judíos y la otra mitad del equipo se conforma de beduinos, árabes y palestinos de Cisjordania.
¿Qué fábrican? Así lo explica explica Candelaria Trucco, Directora de Marketing en Argentina y Chile: “Hacer soda apretando un botón, no es solo la posibilidad de gasificar agua a demanda, en la comodidad del hogar. También es una forma de ayudar el cuidado del medioambiente. Por un lado, las botellas Sodastream son reutilizables, por lo que evitan el desecho de millones de botellas de plástico de un solo uso. Por otra parte, los cilindros de CO2 vacíos se recambian por nuevos cilindros llenos y cada uno permite crear hasta 60 litros de soda. Nuestra visión está puesta en revolucionar la forma en la que el mundo bebe toma bebidas de una manera circular, instalando un consumo sustentable”.
Y finaliza: “En nuestro país se consumen más de 2.000 millones de litros de agua con gas por año. Sodastream es una marca joven que llegó al país hace cuatro años, aprovechando la oportunidad de mercado: Argentina es el segundo país del mundo con mayor consumo de soda per cápita. Se ubica sólo detrás de Alemania”.
Aunque la empresa creció muchísimo y hoy está presente en más de 45 países con 35.000 puntos de venta en el mundo, su origen inclusivo no se negocia. Ni cuando fue adquirida por Pepsico, bajo la condición de que aquí no se quebraría la esencia de su fundador: mantener e inspirar la convivencia entre pueblos. A escasos kilómetros de la zona candente, este establecimiento se sigue sintiendo como una familia. La que recibió a la beduina Yannet Jant: “Trabajar aquí con gente de otras culturas me abrió la mente y estoy muy agradecida por ello”. También a Vicente, un judío llegado de Cuba que expresa: “Aunque nadie lo crea esta es una isla de paz. Aquí a los árabes no los vemos como terroristas”.