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La historia de vida de Nadia Báez: no vidente, madre, casi psicóloga y campeona paralímpica de natación

Desde que nació la vida la puso a prueba, y ella en lugar de deprimirse o darse por vencida, fue por todo y más.

por Agustina Acciardi

08 Marzo de 2019 13:01
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Este viernes se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer, y en medio de tanta violencia, abusos y desigualdades, cientos de personas en la Argentina marcharán hacia el Congreso de la Nación para hacer visible las problemáticas a las que deben enfrentarse las mujeres sólo por su condición.

Como es una fecha sensible, nada puede resultar mejor que contar la historia de vida de una mujer joven que a pesar de haberse enfrentado a muchas dificultades, logró sobreponerse a las adversidades y se convirtió en una luchadora digna de total admiración.

Nadia Báez tiene 29 años, está casada, es mamá de un niño pequeño, está a punto de terminar su tesis de Psicología y se destaca por algo muy especial: es nadadora profesional y a lo largo de su carrera ganó varias medallas que la consagraron como una deportista muy talentosa.

Nadia Báez es nadadora profesional y ha ganado varias medallas.

Aunque perdió la visión total cuando tenía sólo 14 años, su vida y la de su familia cambió rotundamente mucho antes: el día en que los médicos del Hospital Garrahan le diagnosticaron retinoblastoma bilateral, un cáncer ocular que afecta en gran medida a niños.

Nadia tenía sólo 8 meses cuando su pediatra notó que algo raro había en su mirada. Preocupado, le dijo a Beatriz, su mamá, que la llevara al Garrahan para que la vieran, y le dio una carta de recomendación para que los médicos del lugar supieran que esa beba era paciente de uno de sus colegas.

"Cuando leyeron la carta, me dijeron: 'No, hay que hacerle hoy un fondo de ojos'. A las 12 del mediodía se lo hicieron y ahí sí salieron los tumores. El pediatra de allá me dijo: 'Esto ya es muy tarde, esta chica queda ciega, hay que sacarle un ojo'. Yo pensé que estaban todos locos. Cada vez entendía menos. Ese día estuvimos todo el día allá, y cuando terminaron los estudios, como a las cinco de la tarde del miércoles, el oftalmólogo me dio turno y me dijo: 'El lunes te la opero' ", contó Beatriz en una charla íntima que mantuve con ella en su casa en el 2015, día en que la entrevisté para comenzar un perfil sobre su hija.

Nadia Baéz empezó con la natación en los primeros años de su adolescencia.

La infancia de Nadia transcurrió en Moreno, donde vivía con sus padres y su hermano. Aunque sabe que la suya no fue una niñez típica, porque se pasaba los días con sesiones de quimioterapia y con controles médicos, tampoco cree haberla pasado mal. Por el contrario, la pasó bien. Algunas veces se angustiaba, es cierto, sobre todo cuando sentía que había cosas que no podía hacer, como calcar un mapa en la escuela, o leer desde su pupitre lo que la maestra había escrito en el pizarrón.

A pesar de eso, la realidad es que la primaria y la secundaria las hizo en un colegio normal y también en la escuela especial 505, donde le enseñaron a escribir en braille, a usar el bastón y a manejarse sola por la calle, entre otras actividades que hoy en día hace con total soltura.

“Por un lado yo sentía que era una carga para mis compañeros que me tenían que dictar todo el tiempo, y me costaba integrarme en los juegos. Yo era muy cerrada, no hablaba nada. Entonces, me costaba mucho integrarme a los grupos. Y también, algo que de grande entendí, es que los niños que han tenido cáncer, de chicos tienen una madurez, están más adelantados, porque están siempre en contacto con los médicos, y los tratamientos”, dijo, y por eso explicó que en su adolescencia decidió acercarse más a su grupo de amigos ciegos de la escuela especial.

 

Aunque hasta los 13 años Nadia veía muy poco, ya había tomado la decisión de aprender braille por si algún día sus ojos definitivamente dejaban de ver. Cuando ese momento llegó poco tiempo después, no fue una sorpresa para nadie. Su familia se dio cuenta de que las cosas habían empeorado mucho porque un día, sin querer, se chocó con una pared.

Allí comenzó una nueva etapa para ella y sus padres, quienes sufrían y temían cada vez que su hija hacía actividades sola. Para ellos era difícil dejar que una chica de su edad y de su condición se tomara un colectivo o prendiera la hornalla de la cocina sin ayuda porque todo les parecía un riesgo descomunal.

Con el tiempo, ella supo demostrar que la mejor forma para tener una vida normal era que la dejaran hacer las cosas a su manera, y así fue como también llegó la natación a su vida. Aunque al principio su anhelo no era ser una deportista profesional, lo cierto es que a medida que su talento crecía, las propuestas y las ganas de mejorar aumentaron cada vez más.

Nadia Báez ganó la medalla de bronce en el Mundial de Escocia en 2015.

Por eso mismo, empezó a entrenar en serio, hasta que su talento la llevó a competir en los Juegos Parapanamericanos de 2007 de Río de Janeiro momento en que recibió su primera medalla de bronce en los 50 m y 100 m estilo libre, y la medalla de plata en los 100 m estilo espalda.

Después de eso, obtuvo en el 2010 la medalla de plata en el Mundial de Eindhoven en los 100 m pecho, y en el 2012 consiguió la medalla de bronce en los juegos paralímpicos de Londres. Después siguió con una medalla de plata en el 2013 y con el bronce en el mundial de Escocia en 2015.

A pesar de que la natación ocupa gran parte de su vida, lo cierto es que esta talentosa nadadora le da también mucho espacio al amor: en 2009 empezó su relación con su actual marido, Diego, a quien conoció mientras jugaban al torball (un deporte para ciegos)y hace sólo un año y medio llegó a su vida su hijo León.

Báez tuvo a su bebé en el 2017.

Ya en 2015 Nadia tenía ganas de ser mamá junto a su novio, pero por el calendario olímpico le resultaba difícil poder organizarse. En ese entonces también tenía mucho miedo de que su hijo pudiera heredar su enfermedad. Cuando la entrevisté, contó que a los 11 años el médico le dijo que su trastorno podía heredarse y que había grandes posibilidades de que su bebé también naciera con él.

La idea le dio vueltas mucho tiempo en la cabeza, pero después lo pensó mejor, y se dio cuenta de que ahora existen tratamientos que antes no había, y que aún así, había chances de que su hijo no naciera con retinoblastoma. “Muchos chicos que tienen ahora mi enfermedad conservaron los dos ojos. No quedan con secuelas, no hacen rayos, sino que es con láser. Yo por lo que viví, dije: 'De última ser ciego no es tan complicado. Hay cosas peores. Los ciegos somos prácticamente normales', aseguró entre risas.

En aquella visita a su casa de Morón, la que comparte ahora con Diego y León, me impresionó la facilidad con que ella se movía por cada rincón de su hogar. Recuerdo que apenas entré, una mujer vestida de enfermera me abrió la puerta y me preguntó si podía esperar un rato porque Nadia estaba por terminar su sesión de masajes. Los sábados era el día en que se trabajaba en la relajación del cuerpo, ya que después de entrenar varios días a la semana con doble turno, los músculos necesitaban descanso.

Nadia Báez se prepara para los Juegos Panamericanos de agosto de este año.

Cuando terminó, ella apareció ya cambiada, y me invitó a ir a la cocina porque tenía ganas de tomar algo. Cargó la pava con agua, prendió el fuego y cuando estaba a punto de poner el recipiente en la hornalla, vi que un repasador muy cercano a la cocina se incendiaba. Como no sabía si debía tomarme el atrevimiento de apagarlo, le dije a Nadia lo que ocurría, y ella con una facilidad que aún hoy me sorprende lo sacó de la mesada y en dos segundos lo puso debajo de la canilla y lo apagó.

Ese suceso dio pie para que me contara que en otras oportunidades ya había tenido accidentes domésticos, pero que a pesar de eso y de la preocupación de su familia, la realidad era que ella y su novio se las arreglaban muy bien. Después de la charla que tuvimos, ella me llevó a recorrer su casa, y como una guía turística, me mostró cada habitación y hasta me confesó divertida que convirtieron el garage en un comedor porque, aunque quisieran, era imposible que ella y su novio algún día pudieran manejar.

Desde ese momento hasta ahora la vida de esta increíble deportista cambió bastante. En 2017 se casó con Diego, y en junio de ese mismo año llegó León. Sin embargo, estar embarazada no significó para ella dejar de lado su carrera. Muy por el contrario, compitió con su bebé en la panza en un torneo que hubo en el Cenard, y aunque clasificó para el Mundial, sus superiores decidieron no llevarla porque estaba próxima a tener a su hijo y pensaban que no iba a poder recuperarse físicamente luego del parto.

Báez compitió cuando estaba embarazada de ocho meses.

"Ahora sigo entrenando de lunes a sábados y tres veces por semana lo hago en doble turno. Este año en agosto tenemos el Panamericano en Lima y eso te califica para las Olimpiadas que se harán en Tokio en 2020", aseguró a BigBang, y contó que a medida que se acerque más la fecha, los entrenamientos se intensificarán para ajustar detalles. Su próxima meta es clasificar este año para el Mundial, y conseguir una nueva medalla en el 2020.

Sin embargo, este próximo torneo tendrá una particularidad especial para ella: será el primero donde se juegue todo para clasificar pero el primero que también competirá como madre. "León requiere atención y al estar mucho tiempo afuera cuesta dársela. El tiempo que yo antes tomaba de descanso ahora lo aprovecho para estar con él, o espero que se duerma para dormir yo, así que se complica. Pero también pienso que si él ve lo que hago, mi esfuerzo, después de grande verá los resultados", dijo segura.

A Nadia le encanta probar cosas nuevas. En el 2016 hizo un curso de cocina junto a su mamá, después participó de una película independiente, y todavía tiene pendiente terminar su desarrollo profesional para cuando llegue el momento de retirarse. 

Nadia Báez está casada y es mamá de un nene pequeño.

"Estoy terminando con la carrera de Psicología, tengo que entregar la tesis a fin de año y tengo que hacer las practicas. Cuando me retire quisiera encarar la psicología con el deporte, aunque también me gusta la parte de docencia", aseguró.

Cuando se le pregunta cómo se define, ella dice que es curiosa y arriesgada y que le gusta probar cosas nuevas. Sus conocidos dicen que siempre se muestra feliz, y quien la vio alguna vez sabe que después de cada frase se le escapa una risa que invita al otro a sonreir.

"En algún aspecto estoy orgullosa de lo que soy, a veces la gente me dice '¿cómo podes salir a la calle?', o me dicen 'qué difícil es andar por la calle', y al contrario, no tengo tanta dificultad, si todo fuera fácil sería aburrido. Uno aprende a vivir con eso. Hay que buscar distintas experiencias, y buscar el lado positivo de lo que me tocó, quizás si no hubiera tenido esta enfermedad no tendría una carrera, un deporte y una familia", cerró.

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