Aproximadamente, a partir de los 15 meses inician los “berrinches” en los niños y niñas (recordemos que en algunos bebés puede ser antes y en otros después ya que todos somos diferentes). Pero, ¿qué es esto? El berrinche es algo sano: habla del desarrollo de la autonomía, de querer cosas distintas a las que quiere el adulto en ese momento y de poder expresarlo. Sin embargo, durante mucho tiempo se consideró que el niño o niña que “hacía berrinches” estaba siendo maleducado y “caprichoso”. ¡Y quiero contarles que esa afirmación está muy lejos de la realidad!
La presencia de los berrinches habla de crecimiento y construcción de la personalidad. El problema es que, muchas veces, los adultos no tenemos las herramientas emocionales para acompañarlos porque nos han enseñado que el berrinche es malo; y que, si se produce, hemos fallado de alguna manera como mapadres.
Entonces, para atravesar estos primero momentos hay que saber que los berrinches son procesos normales y válidos que ocurren durante toda la vida. ¿En serio? Sí, claro. Los adultos hacemos muchísimos berrinches, solo que generalmente no los corporalizamos. No nos tiramos al piso en el supermercado porque estamos hartos de hacer la fila, pero esto nos pone de muy mal humor y, muchas veces, nos gustaría tirarnos al piso.
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En esta época infinita de trabajo con pantallas, no vamos a negar que a veces nos genera enojo mezclado con angustia ver que nos llegan mails laborales a las 23 hs. Y así podría poner muchos ejemplos de cómo las emociones nos desbordan, y muchas veces necesitamos la ayuda de otro u otra (amigos, familia, terapeutas) para gestionar esas emociones.
Los niños y niñas nos necesitan a nosotros, que somos sus figuras de apego y sus cuidadores primarios, para atravesar esas emociones que están viviendo y no saben cómo canalizarlas. “Si quiere meter un cuchillo en el enchufe, ¿lo dejamos?”. No, para nada, pues pondría en peligro su vida. ¿Y Entonces? Entonces tenemos que empezar a construir límites.
Los límites son bordes, son lugares seguros por donde se construye la crianza. ¿Incluyen frustración? Sí, porque no se trata de cumplir todos los deseos de las y los niñas y niños, cosa que no sería sano para ellos, pero podemos acompañar esos momentos sin ceder y en forma amorosa.
Si nosotros sabemos que la exposición a las pantallas no es saludable y establecemos un cierto tiempo (digamos una hora, por ejemplo) y se lo comunicamos al niño, cuando pase el tiempo y apaguemos el televisor, puede aparecer mucho enojo. Enojo justificado: él quería seguir viendo la televisión. Entonces, ¿prendemos el tele? No, ya establecimos un límite que tiene que ver con la salud.
El enojo de los niños también puede causar enojo en nosotros: “¡Le avisamos que era una hora nada más!”... Entonces muchas veces se genera una bola gigante de enojo que termina en gritos. ¿Qué hacemos en estos casos? Hay que mantener el límite, que tiene su razón de ser. No enojarnos: esa niña o niño no está reclamando eso porque no nos escuchó o porque quiere molestarnos, sino que realmente le gusta mucho ver la televisión y no comprende porqué hay que apagarla.
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El límite no es algo malo y feo que requiere gritos y castigos: podemos seguir siendo firmes con amorosidad y sin violencia. Podemos decirles que comprendemos su enojo, que entendemos que quieran seguir viendo tele, pero que no podemos permitirlo porque le hará mal a su salud; que no está mal estar enojado o enojada, pero que en esta casa no nos tratamos mal ni nos gritamos; que podemos acompañarlos en sus enojos con un abrazo, o en silencio, o dejándolos solos un rato si lo necesitan, pero que no vamos a ceder. Ponernos a su altura y hablar con calma también son herramientas útiles en estos casos.
A veces no vamos a saber qué hacer, ¡y eso también está bien!. No somos máquinas de mapaternar con todas las respuestas. A veces tenemos ganas de llorar con ellos y ellas, sobre todo en días donde se conjugan grandes exigencias laborales, personales y de crianza. Decirles que estamos muy cansados y que nos cuesta acompañarlos ese día pero que estamos ahí para crecer juntos, les muestra a los niños y niñas que no somos omniscientes ni infalibles, que somos personas a las que también nos pasan cosas.
Criar desde el respeto y el amor no es una moda, ni un modo de crianza utópico, ni genera niños y niñas “malcriados”. Nosotros somos su lugar seguro, el punto de partida, el mirador desde donde el mundo es un poquito menos gigante y más accesible. De la mano, podemos construir una sociedad menos violenta y más sana.
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