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Médicos desde la trinchera: “Dos de cada tres pacientes que entran a terapia intensiva mueren”

El médico intensivista Arnaldo Dubin fue entrevistado por BigBang e hizo un profundo análisis sobre la situación del sistema de salud a nivel nacional.

por Matias Ayrala

30 Mayo de 2021 10:00
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La segunda ola pegó de lleno en Argentina. Mientras el Gobierno Nacional evalúa si las últimas medidas sanitarias tuvieron cierto efecto en los casos de coronavirus, en la última semana, el reporte sanitario indicó que el país rompió un triste récord con más de 41.000 contagios. 

En una entrevista con BigBang, Arnaldo Dubin, médico intensivista, jefe de Terapia Intensiva del Sanatorio Otamendi y es profesor e investigador de la Universidad Nacional de La Plata afirmó, sobre la situación del sistema de salud: “Las terapias intensivas del AMBA y de casi todo el resto del país ya están colapsadas”.

-Hay muchas personas que no creen que el sistema de salud y las terapias intensivas en particular estén en medio de un colapso. ¿Qué indicadores hay que seguir para explicar que el sistema se encuentra en un colapso?

-El marcador más importante del colapso de las terapias intensivas es el aumento abrupto de la mortalidad. Y la provincia de Buenos Aires, hace unos días, comunicó una cifra que es preocupante. Eso es que el 67% de los pacientes que ingresan a terapia intensiva, mueren. Para ser más simple 2 de cada 3 pacientes que son internados en terapia, no sobreviven. Y seguramente, eso está ocurriendo en el resto del país.

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-¿Hay una baja en la edad de los fallecidos?

-Absolutamente. A ese dato de los pacientes, le agregaría que también están falleciendo cada vez más jóvenes. Incluso sin comorbilidades. Otro dato que dio la provincia es que, durante la segunda ola, fallecieron 15 mujeres embarazadas. Y digo, enfáticamente, que el sistema está colapsado porque hay insuficiencia de recursos físicos, tecnológicos, humanos, de insumos, de medicación para satisfacer las demandas que impone la pandemia, que son muchísimas, sobre todo en esta realidad epidemiológica que está desatada. Ese desborde del sistema se expresa primariamente en el aumento de la mortalidad. Y también lo vemos diariamente en un montón de cosas.

 

-¿Cómo cuáles?-Pacientes que pasan horas y horas deambulando en una ambulancia. Otros esperando en la casa para poder ser internados. Algunos pacientes que son derivados desde muchísimos kilómetros, en esos casos, hay pacientes que desde Recoleta son internados en el Conurbano. Otros pacientes que ahora están habitaciones comunes pero que, en condiciones normales, estarían en terapia intensiva pero ahora no tienen lugar. Y cotidianamente estamos ventilando pacientes fuera de la terapia intensiva en guardias, en shockrooms y en habitaciones. Todas áreas que no están preparadas para esos objetivos. Y la otra medida del colapso es la fatiga del personal de salud como enfermeros, kinesiólogos e intensivistas.

-Ese es un punto fundamental en este escenario.

-Es fundamental porque no es una cuestión que queda en nosotros. Si la pasáramos mal por el cansancio, se acabó. Pero la fatiga trasciende a nosotros mismo e impacta en el rendimiento del sistema. De la misma forma que sin uno corre, uno se cansa y por más esfuerzo que ponga, corre más despacio. La fatiga en la terapia intensiva tiene el crudo resultado de que los pacientes se mueren más. Y eso es lo que está pasando ahora. Y lo que también pasó durante la primera ola. El año pasado, pese a que se llegaron a atender a todos los pacientes, tuvimos una situación de estrés enorme. Nosotros hicimos un estudio que ahora va a ser publicado en la revista Lancet Respiratory Medicine, una publicación muy prestigiosa, en el que analizamos las causas de mortalidad. Obviamente la mortalidad está vinculada a las enfermedades previas que ayudan al desarrollo cuadros graves, las características del paciente como las enfermedades previas y edad, y las características  del tratamiento. Pero en este estudio aparecieron otros dos puntos vinculados a la mortalidad que son muy importantes y que ahora cobran mayor relevancia: uno es la intubación afuera de la terapia intensiva. Algo que ahora es cotidiano y que al paciente le va peor. 

 

-¿Por qué?

-Porque es un escenario que no está preparado para eso. El personal no tiene el entrenamiento adecuado.

-¿Y cuál es el otro determinante que influye en la mortalidad cuál es?

-El otro punto que encontramos es el mes de internación. Cuando aparece una enfermedad nueva, lo habitual es que la mortalidad vaya disminuyendo a lo largo del tiempo porque los equipos médicos adquieren conocimientos, experiencias y surgen nuevos tratamientos. Acá fue al revés. Si alguien se internaba en octubre o en noviembre, le iba significativamente peor si se internaba en abril o en mayo. Y eso tiene que ver con el estrés que tuvo el sistema. La tensión que tuvo el sistema y como parte de eso, la fatiga de los intensivistas. Estas cuestiones son ahora mucho más relevantes que nunca.

-En los últimos días los contagios aumentaron, ¿qué análisis hace sobre esas cifras?

-El número de contagios está desatado. Incluso no hemos visto un impacto claro de las medidas restrictivas. Pero hay un retraso entre el momento de aparición de los contagios, el impacto de la terapias intensivas y el número de muertes, que será el último. En Buenos Aires hubo cerca de 3.600 contagios. De esos contagiados, el 5% van a desarrollar una enfermedad grave que requiera terapia intensiva. Es decir, entre 160 y 180 pacientes van a necesitar terapia intensiva en la Ciudad de Buenos Aires en 10 días. Y, probablemente, dos o tres semanas después, 120 de esos pacientes o 150 de esos pacientes, puedan fallecer por la enfermedad. Hoy más que nunca frente a la situación con dos componentes de alto número de contagios y un sistema de salud tensionado, lo único que podemos hacer para disminuir el desastre sanitario, es ser absolutamente respetuoso de las restricciones del gobierno. 

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-¿Las medidas sanitarias que duraron nueve días fueron suficiente?

-Sentí un gran alivio cuando el presidente Alberto Fernández anunció esas medidas. Un mes antes, le dije al presidente que entendía que el DNU que había emitido en ese momento, no solamente era tardío sino que resultaban insuficientes. Pese a eso, con medidas que para mi gusto no alcanzaban a cubrir las necesidades, hubo una resistencia brutal. Hubo funcionarios de la Ciudad de Buenos Aires que hablaron de Estado de Sitio. Hubo judicialización de medidas sanitarias. Ahora todos esos negacionistas se vieron avasallados por la contundencia de una realidad que no tiene reparos. De todos modos, esos mismos sectores ya volvieron con discusiones absolutamente desfasadas de la realidad como la cuestión de la presencialidad en las escuelas. Entiendo que es algo muy importante para los chicos, pero es una nimiedad intentar comparar el potencial daño psicológico que los chicos pueden tener por perder semanas de clases con la definitiva secuelas que van a llevar de por vida si pierden a padres o abuelos. 

-Además los países que ya superaron la pandemia, como Israel por ejemplo, en su momento suspendieron las clases presenciales por varios meses. 

-Por supuesto. Pero eso se da porque hay evidencia científica muy fuerte que demuestra que la suspensión de las actividades en los establecimientos educativos es una de las medidas más efectivas para controlar la pandemia. Esos sectores volvieron a la carga y es muy complicado.

-En la semana hubo marchas en contra de las medidas sanitarias sin barbijos, ni distanciamiento, el tránsito por las calles parecería casi normal, los funcionarios opositores que atacan las restricciones y todo eso en medio de restricciones de circulación. ¿Qué le pase a usted cuando ve eso?

-Creo que hay mundos paralelos. Uno es el que vemos en las terapias intensivas, con un sistema desbordado, con un trabajo descomunal, conviviendo con la muerte y viendo morir a gente joven. Algo que no tiene precedentes en la historia argentina. A eso se le suma la angustia y el dolor de los familiares. Y por otro lado, funcionarios que dicen que la ocupación de la terapia intensiva es del 80%, algo que no entendemos. También hay gente en las calles. Hasta hace una semana, había gente adentro de los bares, aunque estaba prohibido. Vivo en La Plata e hice una denuncia en Control Urbano por lo que vi en un bar. Y la respuesta fue absolutamente nada. No hubo ninguna medida. Lo cual demuestra que es una decisión política, en este caso del intendente Garro, de no controlar. Y yo sospecho que lo mismo ocurría en la Ciudad de Buenos Aires. A eso se suman las manifestaciones de políticos, medios de comunicación que cuestionan las medidas y, por supuesto, la explosión de la gente extraña, con componentes terraplanistas y fundamentalistas, que es rescatada contra algunos medios de prensa. Esa gente no tiene contexto de realidad. Esas protestas absurdas, reivindicadas por medios de prensa masivos, no tienen ningún tipo de sentido. 

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