Mientras que la Justicia se toma su tiempo para dirimir la continuidad o no de las clases presenciales en la Ciudad, el sistema de salud porteño se encuentra al borde del colapso. El propio Fernán Quirós reconoció que la ocupación de camas de terapia intensiva del sector privado se encuentra al 95 por ciento aunque, de acuerdo al último reporte oficial emitido por el Ministerio de Salud de la Ciudad, la ocupación en los hospitales públicos es del 67.3%.
"No sabemos en dónde están las camas libres de las que habla la Ciudad", denuncia en diálogo con BigBang, Edgardo Knopoff, jefe del área programática del Hospital Piñero, ubicado al sur de la Ciudad. "Hay jugadas oscuras. Algún funcionario habla del porcentaje de camas de terapia ocupadas y me encantaría que me dijera en dónde están, porque no las veo, ni las vemos".
-Sí, porque no estamos viendo camas libres. Todo lo contrario. Es una situación muy grave. Si en una guerra como la que estamos viviendo uno no puede confiar en quien se supone que tiene que tener la voz de mando, todo se torna más complejo y peligroso. Estamos en una situación de saturación, pero no sólo por las camas. El 'recurso humano' ya no tiene más elasticidad. Llevamos más de un año en la trinchera, estamos agotados y cada vez somos menos.
-¿La baja se debe a los contagios nada más?
-No, hay varios aspectos para analizar. Tenemos compañeros que se han enfermado y fallecido. Otros que quedaron con algún tipo de secuela o discapacidad que les impide seguir atendiendo. Hay muchos que en este contexto se fueron a vivir afuera y otros que se trasladaron al sector privado, porque en estos momentos paga más.
En septiembre del año pasado, durante uno de los momentos más delicados de la denominada "primera pandemia", la Policía de la Ciudad reprimió una manifestación de enfermeras y profesionales de la salud precarizados que se manifestaron frente a la Legislatura porteña en reclamo por el pase a la carrera profesional de Enfermería y el equipamiento para los hospitales públicos con los insumos necesarios para poder atender a los pacientes.
"No hemos sido cuidados, todo lo contrario: nos maltrataron y reprimieron. No nos olvidemos de que murió gente por participar de los reclamos. En una de las marchas se nos murió un prestigiosísimo ginecólogo, un compañero que tenía más de cincuenta años. Se murió porque, además de tener factores de riesgo, estuvo sometido a un nivel de estrés tremendo. Estamos todos muy estresados", precisó.
-¿Cuál es hoy la situación del Piñero?
-Está como casi todo el sistema público de la Ciudad. Es un hospital que está al sur y en la trinchera. El nivel de nuestros médicos es envidiado a nivel mundial por su formación, que es realmente muy buena. Pero en el sistema público hay un notorio atraso tecnológico, que viene desde hace varias décadas ya. Son desigualdades que quedaron más que expuestas en esta pandemia. El deterioro tecnológico del sector público en la Ciudad es notorio.
-¿Cómo está hoy la salud mental de los profesionales de la salud?
-Muchos me cuestionan cuando digo que estamos en medio de una batalla, pero es así; con el agravante de que ahora el impacto psicológico es mucho mayor. Fueron muchos los pacientes que se nos murieron y ese no es un dolor gratuito, es similar al duelo que uno elabora cuando pierde a un ser querido. Pero en este último año, tuvimos una acumulación tremenda de todos esos dolores. Eso tiene un impacto en la cabeza, en la disposición, en el ánimo, en todo. Los médicos siempre dicen que el estrés mata y es cierto. Bueno, ahora tenemos a los médicos estresados.
-¿Qué les pasa cuando terminan una guardia y ven que el foco del reclamo social pasa por las actividades recreativas o la presencialidad en las escuelas?
-Es muy duro. El estrés emocional de la sociedad es comprensible, porque todos estamos mal. La angustia y la incertidumbre del no saber qué va a pasar nos afecta a todos. Obviamente nos toca más a quienes estamos todo el día ateniendo pacientes, en la primera línea y con el barbijo clavándose en la cara. El problema que deberíamos plantearnos como sociedad es cómo enfrentamos los problemas. La primera reacción psicológica es la negación. Si sucede algo que no me gusta o que me enoja, lo primero que hacemos es negarlo. Eso es un poco de lo que está pasando. El problema que esto genera es que, si yo niego la realidad, es probable que me termine enfermando y contagiando a otros también. Si entendemos que estamos en una pandemia, aunque el 'enemigo sea invisible', no vamos a evitarla, pero por lo menos el choque va a ser menos fuerte. La primera reacción que necesitamos es que la sociedad o parte de ella deje de negarlo.
-¿Qué impacto tiene esta negación social entre los trabajadores de la salud? ¿Cómo toman el debate entorno a la presencialidad de las clases en la Ciudad?
-Es complicado. Hay compañeros que se enojan cuando, por ejemplo, un paciente dice que tiene tos porque durmió con el aire acondicionado fuerte. Hoy por hoy, la tos es sinónimo de virus. Este tipo de razonamientos forman parte de los mecanismos de defensa que uno tiene para creer que no estamos enfermos o expuestos. Lo mismo sucede con esta discusión de la presencialidad de las clases. Yo también quiero que mi hijo vaya a la escuela, pero en algún momento hay que tomar conciencia de lo que está pasando. Ayer leía un estudio de Estados Unidos con mucha cantidad de datos que advertía que el 12 por ciento de los contagios se dan en chicos y que uno de cada tres necesita asistencia mecánica. Chicos con respiradores, esa es la postal que se está dando en el mundo. Les pasa menos que a la gente grande, pero pasa. Es un mecanismo de defensa mirar para otro lado y hacer de cuenta que no pasa nada, pero es muy irresponsable y va a tener consecuencias tremendas.
-Algunos comunicadores e incluso la oposición no ayudan tampoco a generar conciencia
-Todos tenemos que plantearnos qué responsabilidades sociales tenemos porque a esta pandemia la combatimos entre todos, no sólo los médicos. El rol de los medios de comunicación es clave, lo mismo con la oposición y de todo el arco político. Tenemos que ser responsables, desde el señor que sale a la calle sin barbijo, al que asiste a una fiesta clandestina, al que comunica lo que está pasando. Hace unos días me llegó una foto de la epidemia de polio en la que se puede ver a diez chicos alrededor de una radio, porque fue en la década del cuarenta. Es cierto, algunos chicos no tienen computadoras y hay mucha desigualdad tecnológica. Pero usemos la televisión, los diarios. Los pibes tal vez este año no aprendan matemática, pero aprendan otras cosas: cómo cuidarse en una pandemia, biología, ética.
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-No es menor recordar que la administración anterior había convertido al Ministerio de Salud en Secretaría y todo lo que eso implica
-Absolutamente. El impacto fue muy importante y no es un dato menor. Resulta un poco absurdo ver cómo ahora hablan de la salud, cuando fueron ellos los que lo bajaron a Secretaría. Fueron ellos los que dejaron vencer vacunas y no pudieron ni siquiera controlar el brote de sarampión. Son ellos los que ahora intentan marcar la hoja de ruta. Ni hablar de los que niegan la enfermedad o la minimizan. Es cierto que todavía tenemos mucho por descubrir de este virus, pero ya sabemos algunas cosas. Si me encuentro con cinco personas por día voy a tener menos chances de enfermarme que si lo hago con cien. Es momento de ir en contra de todo lo que siempre recomendamos desde la salud mental que es que el vínculo con la gente cura. Hoy los encuentros son peligrosos. Lo ideal sería mantenerlos a través de una pantalla.
-Se naturalizó incluso hasta el concepto de tener que estar conectado a un respirador...
-Estamos en un momento en el que tenemos que hablar de cosas incómodas como esa. La intubación implica un riesgo de muerte, no todos los pacientes que son conectados logran sobrevivir. La mitad lo hace y la otra mitad no. Hoy tenemos gente intubada en habitaciones comunes por la falta de camas en las unidades de terapia intensiva y eso es grave, porque tienen más riesgo de infección. Es por eso que es necesario e imperioso que avance la campaña de vacunación, para reducir la cantidad de pacientes que eventualmente termine necesitando de la asistencia respiratoria.
-¿Cuán alarmantes son las secuelas que deja el Covid-19?
-Es una infección de la que se sabe poco, pero no van a ser sólo secuelas respiratorias. Los estudios demuestran que hay secuelas posibles en cerebro, riñones. Es un virus que ataca a muchos órganos y todavía no sabemos cómo termina. Tenemos por delante la atención de nuevos cuadros que van a ir apareciendo con el tiempo entre los pacientes recuperados.
"Además de la vacunación es imperioso que se mantenga el sistema de detección temprana y aislamiento. Hoy por hoy, no veo que estemos con la misma efectividad que la del año pasado. Necesitamos trabajar para que nadie llegue a un respirador pero, en caso de que eso suceda, que tenga uno a disposición en una sala de terapia intensiva, bajo el monitoreo correspondiente", cerró.