03 Septiembre de 2015 16:21
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La foto del pequeño Aylan en la costa turca alumbró un drama que los sirios viven a diario: el exilio forzado, la huida hacia tierras de paz. Según la ONU, hay 4 millones de ciudadanos sirios que huyeron del país y hay 7,6 millones desplazados de sus hogares dentro de Siria.
Mossar, que tiene 32 años, llegó a la Argentina hace dos años empujado por la guerra. Sus padres le pidieron por favor que saliera del país, y sus parientes argentinos lo acogieron. Hoy trabaja en el restaurante Al-Rayan, en Honduras y Fitz Roy. Allí despacha shawarmas y fuma. Fuma mucho. “Lo de ese nene es tremendo, muy duro”, se lamenta.
Mossar, de 32 años, llegó de Siria hace dos años y ahora vende shawarmas en Palermo.
Mossar no quiere fotos. Tampoco quiere que lo graben. Y explica por qué: “El drama es tan grande que prefiero que ponga una foto de Internet de esos terroristas. Además mi idioma es muy malo”. Miente, habla casi a la perfección, y explica: “Mi familia vive en Damasco. Lo que procuran todos es que la juventud busque un futuro mejor. La gente de mi edad no tiene trabajo. Las empresas son casi todas europeas y por la guerra cerraron”.
Asegura que sus amigos emigraron hacia Europa hace dos años, por eso no sufrieron las penurias que viven sus compatriotas hoy, que mueren intentando cruzar el mar. Como Aylan. Como su hermano Ghaleb, de 5 años.
Los sirios cruzan la frontera hacia Turquía y luego atraviesan el mar rumbo a las islas griegas.
El vendedor de shawarma de Palermo vivió 3 años de una guerra que lleva cinco. Y brinda un panorama geográfico de la situación: “En Damasco no es grave porque es una capital; el problema se da en el norte, en Alepo. Ahí la mitad de la ciudad es de los terroristas y la otra mitad es del ejército”. Y Mossar necesita aclarar una confusión que le duele, le molesta: “Los terroristas son algunos, y son criminales. El pueblo no es así. Alepo es la frontera con Turquía, y hace años que vienen terroristas de Qatar, de Arabia o de Europa para sumarse a ISIS”.
La misma permeabilidad que permite a los extremistas llegar a Siria se da en sentido inverso, con los desesperados que cruzan a Turquía para llegar a las islas griegas, puerta de entrada del continente europeo.
ISIS maneja la mitad de la ciudad de Alepo, a 360 kilómetros de Damasco y frontero con Turquía.
La distancia entre la capital y la ciudad tomada por ISIS es de 360 kilómetros, pero el miedo penetra en cada hogar.
“Yo soy católico, y los terroristas no nos quieren. Ellos quieren que todos sean musulmanos (sic). A los que no los son les cortan la cabeza o los tiran a la parrilla como haciendo un asado. Yo no quiero que me corten la cabeza
”A los que no son mulsulmanes le cortan la cabeza. Yo no quiero que me corten la cabeza”, dice Mossar.
“La gente sigue viviendo. Hay que laburar, hay que comprar, hay que comer. La gente sale a cenar, a bailar. En definitiva, hay que vivir”. Mossar habla con frecuencia con su familia en Siria. Están acostumbrados a la guerra. Están acostumbrados al drama, a los Aylan y Ghaleb. El ser humano se acostumbra a todo.
En la Argentina, Mossar trabaja los siete días de la semana. Para él no hay descanso. “Estoy solo. No tengo familia ni amigos. Si no trabajo me quedo encerrado en casa. Prefiero trabajar”, y lo dice como si se justificara. Su idea es regresar a Siria una vez que finalice el conflicto. “Mi familia no se quiere venir para acá. Llevamos cinco años de guerra, pero todo termina. No hay guerras eternas”.