por Daniel Riera
02 Junio de 2020 14:02
Hoy es el día internacional de las Trabajadoras sexuales. La fecha se conmemora en homenaje a las 100 prostitutas que el 2 de junio de 1976 ocuparon la iglesia de Saint Nizier, en Lyon, Francia, para protestar por sus condiciones de vida, por su vulnerabilidad y la desprotección en la que se hallaban. Por razones obvias, el contexto de la pandemia es completamente desfavorable para el trabajo sexual y genera situaciones de emergencia para quienes dependen de él para subsistir. En este contexto, Nina León, trabajadora sexual y dirigente de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas) explica cómo está la situación actual para su gremio y ayuda a pensar a los más prejuiciosos y prejuiciosas.
-Quería saber, básicamente, cómo están las trabajadoras sexuales argentinas en tiempos de pandemia...
-Es todo un tema, es bastante complejo. Yo trabajo más que nada por Internet, pero hay muchas compañeras que lo hacen desde la calle y son las que más jodidas están. Porque bueno, básicamente no pueden trabajar desde la cuarentena, y la mayoría de ellas vive en hoteles de alojamiento, y van pagando día a día alrededor de mil pesos diarios. Desde que arrancó la cuarentena a lo mejor no pudieron pagar y eso se fue complicando y agudizando día a día. Nosotras desde AMMAR pudimos responder bastante rápido porque poco antes de que se declare la cuarentena obligatoria tuvimos una plenaria en Capital Federal. Nos empezaron a llegar inquietudes de todas las compañeras de distintas modalidades respecto a qué iba a pasar si estábamos en cuarentena Entonces decidimos hacer una colecta nacional. En mi caso, que yo trabajo por Internet, no me afecta mucho porque sé cómo hacerlo, es la modalidad que manejo. Trabajaba también haciendo encuentros, pero la cuestión de manejar el mundo digital para mí no era algo que acarreara problemas. En el caso de algunas chicas fue mucho más complejo, porque no sólo no tenían el conocimiento de cómo manejarse de manera virtual, sino que tenían cuestiones más urgentes a resolver, como la cuestión habitacional,. El 90 por ciento de las trabajadoras sexuales son madres y jefas de hogar. Esa es una complicación que tenemos quienes trabajamos más con lo virtual: estar con los hijos y las hijas en casa es muy complejo. En mi caso, yo zafo porque tengo una vecina con la que trabajo desde antes que pase todo esto, que puede llevársela y está acá en el mismo edificio, pero la mayoría de mis compañeras no tiene esa posibilidad.
-Me contabas, entonces, que empezaron una colecta nacional...
-Empezamos una colecta y a distribuir de acuerdo a las compañeras a las que se llevaba en cada una de esas provincias un porcentaje de lo que la gente fue donando. Eso nos permitió que cada filial se manejara consiguiendo los bolsones de las mercaderías, consiguiendo los medicamentos que hacían falta para un montón de compañeras que de repente tampoco tenían para pagar sus propios medicamentos. Nos dimos cuenta de que las personas que donaban no iban a poder hacerlo todas las semanas porque obviamente esto también empezaba a influir en sus propios trabajos. Más allá de que el Estado no nos reconoce aún como trabajadoras, empezamos a ver que necesitábamos de manera urgente solucionar distintas problemáticas mediante articulaciones con el Estado. Fuimos articulando con el ministerio de la Mujer de la provincia de Buenos Aires, con el Inadi... Conseguimos solucionar tramitando un subsidio habitacional por un lado -que les permite a las compañeras cobrar entre 5000 y 8000 pesos, la tarjeta Alimentar... Fuimos articulando desde diferentes lugares, y también con el tema de los bolsones que el Ministerio de la Mujer provincial nos baja: alrededor de 200, 250 bolsones en La Plata y a partir de esa bajada vamos entregando en la zona a todas las compañeras de ahí. Nos fuimos acomodando... Solamente en Constitución hay alrededor de 700 compañeras a las que se las cubre semanalmente con un montón de necesidades. Y así llegamos a contar 5 mil compañeras en las 12 provincias en las que está funcionando AMMAR de manera organizada.
-Organizadas, solidarias, pero en emergencia, digamos...
-Sí, claro, nosotras somos un sindicato que muchas de las cosas que hacíamos previas a la pandemia las hacíamos autogestionándonos, a pulmón, con un montón de personas aliadas que por ahí al conocer nuestra lucha de fondo, al sensibilizarse con la batalla que estamos dando, obviamente que tratan de estar en el día a día. Pero la realidad es que también entendíamos que el Estado no podía darnos vuelta la cara porque son muchas las mujeres que están super expuestas. Acá pudimos resolver muchas cosas desde el Estado, con Ornella Infante del Inadi. Se pudieron hacer varias cosas, pero todo es insuficiente cuando vemos que se van sumando varias compañeras todas las semanas. Hemos contado con la solidaridad de mucha gente que nos ha donado alimentos, productos de limpieza, productos de higiene , incluso muebles, abrigos en buen estado... Había hoteles en condiciones deplorables, que así y todo funcionan, y las compañeras por ahí no tenían siquiera una cama como la gente y estaban pagando 1000 pesos por día en la habitación. Y la realidad es que no es una cuestión de Uy, qué boba, cómo es que paga tanto...
-Claro, no tienen garantías, no....
-No, y no tienen las posibilidades tampoco, al ser putas, al ser migrantes, al ser negras, hay un montón de situaciones que hacen que las estigmaticen, que las discriminen y que la única opción que tengan a mano sea ese tipo de lugares.
-¿Hay chicas que, o por desesperación o por irresponsabilidad, están laburando igual?
--Sí, claro. Nosotras tratamos de concientizar hasta donde podemos, pero las necesidades y urgencias de cada una, qué se yo... cuando vos tenés a tu pibe cagándose de hambre y el Estado no te responde como te tiene que responder, llega un momento en que... Bueno, está buenísima la ayuda de las 10 lucas, pero es una realidad que con 10 lucas no mantenés a nadie, no te mantenés ni vos misma. Sabemos que hay limitaciones, que hay compañeras a las que es muy difícil decirles que se queden en su casa y que cuiden su salud, cuando en realidad cuidarse la salud también tiene que ver con comer todos los días y esa es una necesidad básica que no está cubierta. Entonces, bueno, contra eso cada una decide también qué hacer. Hay muchas que han optado por aprender lo virtual, hay otras que no tienen las herramientas, hay otras a las que se les dificulta un montón, porque son por ahí más grandes y bueno, como no tienen tanta afinidad con lo tecnológico no se van a poner a esta altura a hacerlo. Imaginate que hay compañeras desde los 20 hasta los 65, así que hay muchas realidades...
-Habrás visto a ese personaje tragicómico que gritaba "Hace 80 días que no la pongo" en la marcha anticuarentena... ¿Cómo te imaginás el futuro pos pandemia? ¿Clientes paranoicos, regreso lento, o una ola de gente desesperada como ese manifestante?
-Me parece que va a haber de las dos cosas. Yo tengo clientes virtuales que no ven la hora de que pase la cuarentena para que yo los habilite para poder vernos. Y hay otros y otras que también te das cuenta que tienen una cuestión más, digamos, sanitarista... El paso de esta pandemia está dejando traumas psicológicos. A todos y a todas nos está tocando desde distintos lugares. Por un lado va a haber gente a la que se le va a dificultar muchísimo más. Más allá de que el trabajo sexual no es solamente una cuestión genital y de que tampoco sí o sí van a existir los besos, una parte del trabajo sexual -al menos para quienes hacemos encuentros- sí lo es. Entonces, desde ese lugar obviamente que por un lado vas a encontrar gente con una alarma distinta respecto a lo higiénico. Por otro lado, vas a encontrar gente que no ve la hora de garchar y de pagarte.
-¿Hicieron algo así como un protocolo para cuando pase la pandemia, están pensando en eso?
-No, la verdad es que en lo único que tenemos tiempo es de pensar en el día a día de nuestras compañeras y de cómo solucionar ese problema. Mantenemos nuestras redes de seguridad y de autocuidado y tratamos de bajar línea con la mayor conciencia posible. Pero también en ese bajar línea hay que tener conciencia de clase. Porque yo tengo el beneficio de poder llegar a poder pagar el alquiler, de poder pagar los impuestos, de poder sostener económicamente lo básico. No puedo no tener la conciencia de clase ni ir a hablar a mis compañeras sin entender y complejizar sus realidades, que en muchas de ellas son muy distintas a las mías y son un caos diariamente. Tenemos necesariamente que articular con el Estado, que es quien nos tiene que dar las respuestas necesarias y las soluciones para nuestras compañeras.
-En estos días se hubiera realizado el Encuentro Nacional de Mujeres. ¿Cuál es la actitud que prevalece ahora dentro del feminismo: la de las abolicionistas o la de quienes las reconocen como trabajadoras sexuales?
-Se dio todo un proceso donde se comenzaron a visibilizar muchas trabajadoras sexuales y a poner sobre la mesa la diferencia que hay entre la trata de personas y el trabajo sexual. Y eso hizo que muchas académicas de siempre, que han tomado la cuestión del trabajo sexual para hablarlo en primera persona sin ser trabajadoras sexuales, tuvieran que ir corriéndose a un costado. Cuando tu propia realidad como trabajadora sexual empieza a ser escuchada, se desploma la teoría de quienes no ejercen el trabajo sexual y sin embargo han tergiversado nuestra lucha desde posturas abolicionistas que nada tenían que ver ni con nuestra temática ni con nuestras urgencias. AMMAR tiene 25 años, durante muchos años se ha desoído la lucha de todo el colectivo, y eso con el auge del feminismo se modificó un montón. Pero se modificó un montón cuando también nosotras cambiamos el eje y dejamos de ir a las asambleas a discutir si nuestro trabajo era o no trabajo. Entonces empezamos a plantear si querían que siguiéramos trabajando en la clandestinidad o si querían que accediéramos a derechos laborales, porque la realidad es que, les guste o no les guste, las trabajadoras sexuales vamos a seguir existiendo. Entra en juego la cuestión discursiva de la puta pobre o la puta víctima que elige el trabajo sexual de una manera engañosa, y no, la realidad es que hay un monton de compañeras que vienen de sectores populares y que las únicas opciones que tienen son o laburar en una fábrica o limpiar casas o cuidar ancianos toda su vida. Ante esas opciones que son recontrachotas para trabajar, que en general son laburos precarizados que los hacen por dos mangos y te rompés el cuerpo, hay compañeras que dicen “No, prefiero ejercer el trabajo sexual”. Ahí es cuando se genera el escándalo, porque antes era muy poco disimulado el discurso de la puta pobre. Claro que las otras opciones son malísimas, pero tratar a una puta de tonta cuando en el trabajo sexual va a ganar cinco veces más que en los otros trabajos y quizás va a poder ordenarse y ser su propia jefa de un modo completamente distinto a estar en una fábrica con un jefe misógino y con gente de mierda que te maltrata por dos mangos, y sí, lo va a elegir... Les quedó chico el discurso, porque además el trabajo sexual se ejerce desde todas las clases. Y desde todas las clases pasamos por no tener derechos laborales, por temer visibilizarnos para no recibir violencia. En el Encuentro Nacional de Mujeres de 2016, en nuestro propio taller, a una compañera nuestra una abolicionista le pegó una piña. Empezamos a entender que si no nos visibiilizábamos era difícil poner esas problemáticas sobre el escritorio y blanquearlas. Yo mentí seis meses en mi casa con mi familia, que está en Formosa. Les decía que lo que hacía en el sindicato era dar talleres de escritura. Y pude blanquear a los seis meses gracias al apoyo de años de una organización, pero tuvimos compañeras que vivieron 10 o 15 años en una doble vida. Ya está. Basta. Y basta además de pensar en el trabajo sexual como una cosa genital donde viene un tipo a tirarte dos mangos y vos tenés que responder a la violencia que va a ejercer. Nada más aislado que eso. No voy a romantizar el trabajo sexual, porque claro que existen situaciones violentas, pero existen en todos los trabajos. Esto tiene que ver con la violencia que existe contra los trabajadores en el capitalismo. Si nosotras pasamos por una situación de violencia en el trabajo sexual, tiene que ver con que somos mujeres, travestis, personas trans o no binaries atendiendo a hombres y que esos mismos hombres no son machistas solamente con nosotras. Son los mismos machistas que les pegan a sus mujeres, violentan a ls directoras del jardín de sus hijos, violentan a la cajera del supermercado, se cagan a palos en la cancha... Yo llevo tres años de trabajo sexual y no atravesé por ninguna situación violenta, pero no voy a romantizar por eso el trabajo sexual. ¿por qué? Porque no voy a romantizar ningún trabajo, ni ese ni ninguno. Fui administrativa, periodista, y en todos los trabajos me tuve que comer garrones y exponerme a situaciones para que no me echaran, o comerme el garrón de que me echen por exponer mi disconformidad.
-Hace un rato hablaste de no reducir el trabajo sexual a lo genital, me parece que quedó inconclusa esa idea...
-Reducir el trabajo sexual a una cuestión genital es una estupidez, en principio porque no sólo los hombres contratan nuestros servicios: también lo hacen muchas mujeres, y además porque hay una cuestión que tiene que ver con la contención emocional y psicológica que buscan las personas, que no siempre tiene que ver con la cuestión genital. Y ese discurso tiene que ver con las limitaciones sexuales de las abolicionistas que con la realidad del trabajo sexual, porque la verdad es que nada más lejano de nosotras que esa idea de que nos sentimos violadas.