Las imágenes de las islas de plástico en el medio del océano, y las fotos satelitales que demuestran la deforestación a la que se expone a la selva amazónica, son suficiente ejemplo para sustentar una proyección hacia el futuro: el reciclaje será una actividad cada vez más vital en el mundo. Hoy ya lo es, pero no cuenta con el reconocimiento económico ni el respeto social por la importancia que tiene.
Con caballos, motos, o a pura tracción humana, todos los días recorren las principales ciudades del país miles de trabajadores del reciclado conocidos como "cartoneros". Imágenes de trenes con vagones propios, camiones cargados de bolsones, y hombres y mujeres que llevan a sus espaldas fardos grandes como camas king size, son algunas de las postales que dejan mientras hacen su actividad de separar lo utilizable de la "basura" que el resto tira sin darle importancia.
A pocos kilómetros al sur de la Ciudad de Buenos Aires se encuentra el Ecopunto de Avellaneda, un espacio para agregarle valor y para lograr que los cartoneros de la zona puedan vender colectivamente lo que producen y conseguir mejores precios. Su actividad no tiene la sustentabilidad que debería tener, y requiere del apoyo municipal para tener el predio, las maquinarias, el transporte y el soporte económico. El resto, la organización interna de cómo trabajan y dividen lo que ganan quienes pasan siete horas diarias trabajando allí, lo deciden en asamblea, repartiendo entre todos lo que producen.
Lo primero que vio BigBang al ingresar al predio fueron una quincena de perros que salieron amablemente de los cajones de madera acolchonados donde duermen. Las mascotas de todos los del lugar, acompañaron el trayecto que se hizo con la misma felicidad que se los ve andar al costado de los carros de cartoneros en la calle.
"El apoyo entre nosotros fue fundamental para poder llegar a tener lo que tenemos y sentarnos tranquilos y planificar qué sistema de reciclado queríamos, que era con inclusión social. Y así, poco a poco, debatiendo el camino a tomar, estamos hoy haciendo valor agregado. Molemos, hacemos pellets de plástico, y en poco tiempo pensamos poder hacer palas, escobillones o fuentones".
Jonatan Omar Castillo es cartonero desde chico, pero desde septiembre de 2018, que llegaron al Ecopunto, su vida cambió "100 por ciento", "en lo económico, en la tranquilidad, en todo". "Ya no tengo más bolsones en casa, mi casita es para vivir, donde estaban, ahora mi hijo y mi hija pueden jugar o puedo plantar una plantita", asegura.Hoy Jonatan es presidente de la cooperativa Recicladores Unidos de Avellaneda, la unidad productiva local de Mundo Reciclado Ltda. Además, es referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (Faccyr). Pasos que dio en el camino de dejar de empujar su propio carro, para empujar uno más grande, con todos sus compañeros y compañeras.
"Tenemos que mejorar la calidad de sueldo de los compañeros. Porque con el cuarto paso, la pieza terminada, terminás de esquivar a todos los intermediarios que siempre tuvimos en el medio, que se quedan con la mayor parte de la ganancia y no salen a empujar el carro, a pelarse el culo como todos", explica Jonatan.
El trabajo cooperativo, según él, es difícil, porque quienes "vienen del laburo formal, en blanco, siempre están esperando que venga el patroncito y le diga qué es lo que tiene que hacer y cómo lo tiene que hacer". Algo que con la modalidad que manejan allí no funciona. "Acá el compañero se desarrolla y se desenvuelve depende sus capacidades y cuanto más puede, más rinde personal y colectivamente. Acá sale adelante el que quiere", afirma el referente, quien agrega que "si la economía estuviera bien" no serían pobres.
El presidente de la cooperativa asegura que es una transformación total el hecho de pasar de empujar un carro a utilizar maquinaria. Por eso valora la "inclusión social" que paga Avellaneda. "Es uno de los pocos que a nivel nacional que, mínimamente, reconoce y se hace cargo de que hay gente sobreviviendo de la basura", detalla Jonatan. "Otra no quedó, si no era vender falopa o salir a chorear y terminar muerto o en cana. Elegimos salir a cartonear, revolver la basura aunque la sociedad nos discrimine", afirma el cartonero.
"Ese mismo que nos discrimina desde la comodidad, con un aire acondicionado, pero que apenas tiene para comer, diciendo 'estos negros de mierda'. Todo bien, pero cuando corto una ruta y me caga a palos la Policía, yo gano derechos, y te llegan a vos. ¿Y vos desde tu comodidad me discriminás, me decís planero y vago? Acompañame un día y te demuestro si soy vago o no", reflexiona Jonatan acerca de la discriminación hacia su trabajo.
Aprender a utilizar las maquinarias tampoco fue fácil. Había recicladores que ante tantos nuevos aprendizajes decían "dejame con el carro". La maquinaria que funciona dentro del complejo muestra una imagen de industria pesada, con escaleras, largas cintas de separación de residuos, enfardadoras gigantes y paquetes de plástico apilados ordenadamente a los costados.
La visión que tiene Jonatan sobre los planes sociales es distinta a la de muchas personas que insultan al compás de quienes criminalizan la protesta desde los noticieros. "Nos nos digan vagos, nosotros laburamos. No es un Potenciar Trabajo, porque al trabajo lo potencio yo. Para nosotros es un complemento salarial. Y si eso vuela por los aires, vamos a estar por debajo de la línea de la indigencia", señala.
"No puede ser que siendo un país tan rico, que produce alimentos para 400 millones de personas, somos 44 millones y hay gente que se está cagando de hambre. ¿Me están jodiendo? ¿Qué quieren? Váyanse a vivir a Marte y déjenos a nosotros vivir como queremos vivir, no como que nos dicen que tenemos que hacerlo. Ya no queremos comer más fideos con manteca, quiero comer un churrasco", reclama Castillo.
Jonatan milita todos los días para que sus hijos tengan un futuro mejor, "para que algo cambie y haya una sociedad más justa". Su hijo mayor, tiene 10 años, salió a trabajar con él en la camioneta "porque no tenía quien lo cuide" y si se pagaba una niñera no se comía.
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"La señorita le preguntó cuando tenía ocho años, qué quería ser cuando sea grande. Todos querían ser abogados, querían ir al espacio, ser submarinistas, mi hijo le dijo que quería ser cartonero", cuenta Jonatan con una sonrisa que se transforma en lágrimas enseguida. "Perdón, cada vez que lo digo me llena de orgullo. Qué más lindo que tu hijo quiera ser igual que vos. Y para la sociedad sos el descarte, la peor mierda que puede ver", agrega."Me causa emoción y un poco de gracia, porque la señorita se preocupó porque mi hijo 'quiere ser parte de la escoria de la sociedad'. Cuando le contamos por qué quiere ser cartonero lo entendió y nos felicitó por la lucha que llevamos adelante y cómo transformamos nuestra vida", resume la anécdota el cartonero.
El predio es de Avellaneda, pero las máquinas las trabajan ellos. Así lo sienten. "Esto es de todos los compañeros y compañeras. De acá no nos saca nadie, aunque gane Juntos por el Cambio, (Javier) Milei, quien gane, esto es nuestro, nos corresponde. Es una indemnización por recuperar basura toda la vida, que nunca me reconociste".
"Cartoneaba desde los siete años"
José Luis Rojas es tesorero y responsable administrativo de la cooperativa Recicladores Unidos de Avellaneda. Empezó con una bicicleta cuando tenía siete años. "Viene de la experiencia de mi viejo, que me crió así, para cartonear", asegura, mientras le muestra a BigBang cómo funciona el lugar.
"Yo laburé casi toda la vida con carro a caballo, me gustaba el animal y todos los días tenía que llevar el plato de comida a mi casa. Porque mi vieja era soltera y tenía que rebuscármela para darle de comer a mis hermanos", cuenta José Luis. "Y hoy soy el tesorero del Ecopunto de Avellaneda. Nunca me lo imaginé, ni en los mejores sueños. Lo único que hacía era cartonear, no sabía ni usar un mouse de la computadora", recuerda.
El tesorero es muy consciente de cómo cambió su vida su nuevo desarrollo laboral. "Yo antes vivía en una casita de chapa, ahora tengo una de material. Mi vieja quería que salga del pasillo y ahora está contenta. Vivíamos en una casita de chapa, todos apretados", cuenta.
"Mis hijas salían conmigo en el carro. Hacíamos las panaderías y ellas comían arriba del carro facturas. A veces encontrábamos carne en la basura y la comíamos. Al carrero nunca le faltó comida en la casa, siempre nos rebuscábamos", asegura Rojas, quien también rememora que "le daba una mano" a todos sus vecinos cuando traía comida que le daban.
"Yo siempre cartoneé. Nunca toqué nada ni hice nada". Para José Luis es un orgullo grande "nunca haber robado". "Me dejaban solo dentro de las casas de los clientes míos y se iban a trabajar", precisa con el orgulllo de quien vive de su trabajo. Igualmente, eso no lo privó de ser discriminado. "Muchas veces pasaba con carro a caballo y la gente corría para dentro de las casas. Me sentía mal porque no somos todos iguales", afirma.
Para la sociedad sos el descarte, la peor mierda que puede ver"
"Siempre fue todo contra los pobres. La discriminación porque somos cartoneros, somos cirujas, antes nos decían 'ahí viene el croto'. Ellos no se dan cuenta que mantenemos las fábricas pymes. De este reciclado se hacen las zapatillas, los buzos, se recicla todo eso", reclama el hombre que pasó tantos años revisando la basura.
La comparación con su estilo de vida previo con el actual es inevitable. "Acá nosotros no tenemos jefe, patrón. Somos cartoneros y sabemos lo que tenemos que hacer. En una fábrica a la segunda falta te echan a la mierda, acá a los compañeros le damos seis oportunidades. No los dejamos de lado. Tenemos algún compañero con adicciones y lo sacamos. Le hablamos", expresa José Luis.
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"A mí me pone orgulloso que esté la gente bien. Cuando nosotros ingresamos comíamos de la basura. Yo hace cinco años que estoy acá dentro, cuando esto comenzó", precisa José Luis. "A los cartoneros se los tiene que reconocer por el laburo que hicieron toda la vida. Nosotros limpiamos la ciudad y generamos laburo", añade."Acá se reparte todo por igual. Tenemos compañeros en las rutas laburando en carreta y le pagamos 38 pesos, cuando en el depósito te lo están pagando 25. Acá generamos todo y lo vendemos a la industria. El galponero hace esas cosas, pero se lleva toda la torta. Acá somos 70 compañeros y nos la llevamos todos por igual, si tenemos que mirar números, miramos números", explica Rojas sobre cómo funciona la cooperativa.
Está muy agradecido de todo lo que consiguieron, pero eso no quiere decir que no le queden reclamos. Uno de ellos es tener un espacio sanitario en el predio donde trabajan. "Nosotros necesitamos tener una salita de emergencias acá, porque hay compañeros con presión. El otro día un compañero se cortó la mano con una máquina y tuvimos que ir volando a un hospital, que tenemos un trayecto largo desde acá. Tuvimos una compañera con ataque de epilepsia y no sabíamos qué teníamos que hacer. Por lo menos necesitamos una ambulancia acá dentro", reconoce el cartonero.
"Me crié debajo de las patas de los caballos"
Silvia Viviana Ayala es responsable de la unidad productiva. Hace casi cuatro años entró por un reemplazo de cocina, cuando ella todavía salía con el carro y su yegua a la tarde. Su organización empezó en Quilmes para que no le saquen los caballos, y terminó en Avellaneda, donde su vida cambió para siempre.
A "Muñeca", la yegua que los acompañó tantos años, la dejaron suelta en el predio, estaba feliz y "re gorda", hasta que un día la robaron. Silvia asegura que se crió entre las patas de los caballos, cuando desde muy chiquita fue a cartonear con su padre. Ahora, pasó a manejar una computadora. "Nunca me lo imaginé, y me cuesta todavía. No sabía cómo se prendía y ahora cargo planillas", cuenta a BigBang.
"Mis hijas anduvieron en carro a caballo, comieron de la basura que tiraba la gente, pero desde que nosotros nos organizamos, no lo necesitan. Pueden estudiar, porque a veces no podían antes. Y otra de ellas está acá adentro trabajando para hacer arreglos de computadoras", cuenta orgullosa la mujer.
Junto con su marido, el tesorero José Luis Rojas, trabajaron toda la vida de cartoneros, pero su experiencia política les enseñó "a crecer todos juntos" en la lucha colectiva que emprenden todos los días para que los respeten por su trabajo.
"Mi viejo estaría orgulloso de ver que me bajé del carro y ahora estoy coordinando una planta. A lo que yo vivía, en una casa de chapa, al lado de unos paqueros, y entrar acá y poder tener mi casa con agua. Con patio, no como vivía antes. No me hace menos tener una casa de chapa, porque me crié en casilla, pero ahora mis hijas pueden tener una casa con losa", indica la referente.
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El padre de Silvia falleció hace 8 años, después de 15 que estuvo recibiendo diálisis. "Estoy orgullosa de que mi viejo siempre me enseñó que tenía que laburar y no andar robando ni vendiendo nada. Me llevaba a la feria y me decía 'si tenés que ponerte un puesto para comer hacelo, tampoco vayas a prostituirte ni nada para tener plata para mantenerte'", recuerda la responsable.La maquinaria que utilizan la mantienen ellos mismos. "Dos compañeros se fueron a formar a Tierra del Fuego y ahora forman más desde acá", cuenta Ayala, mientras camina con BigBang y muestra cómo es el proceso productivo que conduce.
Con orgullo, la referente muestra los carros que le enviaron desde la Municipalidad de Avellaneda. Flamantes, azules, con gomas negras y brillantes, preparados para empujar desde el pecho y para llevar con motos. Son los pequeños pasos para ganar dignidad y poder transformar la vida de más personas. "Para que los compañeros sigan creciendo", asegura Silvia, que de eso sabe mucho.