Denunciá, hay que visibilizar. La única forma que tenemos para frenar la violencia machista es que vayas, vuelvas a exponer tu cuerpo (tu alma, tu persona, tu identidad e incluso hasta tu privacidad) y cuentes "lo que te pasó". Pero, ¿qué pasa después? ¿A qué nos exponen a las que alzamos la voz, denunciamos un abuso sexual y nos obligamos a revivir una y otra vez esa pesadilla en pos de que no le pase a otra chica más? ¿Qué acompañamiento social, político y judicial tenemos las mujeres que sufrimos abusos y los denunciamos? ¿Cómo nos tratan los mismos medios que nos instan a denunciar y después nos revictimizan en el proceso? Del "entonces no fue abuso" al "por qué estabas sola".
El crudo relato que Belén Riva Roy grabó y compartió en redes sociales expone uno a uno los "lugares comunes" de las frías y violentas reacciones que seguimos recibiendo quienes nos animamos a hablar. Todavía con el cuerpo temblando y atravesada por esa sensación de fragilidad extrema que te invade en el "después" (y del que se sale, les juro que cuesta pero se sale), la profesora de yoga relató en primera persona el abuso sexual que sufrió este fin de semana en los Lagos de Palermo, lugar al que había ido para poder meditar tranquila.
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"En un momento miro para el costado y veo que empiezan a caminar hacia mi dos hombres; uno sin remera. Intenté pensar de forma positiva y volví a lo mío. Cuando volví a girar hacia ese lado, ya los tenía muy cerca. Me quedé totalmente dura e intenté respirar. Empiezo a pensar en darles todo con tranquilidad: darles el celular y la bicicleta. Se acercan y me expresan que tenían ganas de hacerme lo mismo que le hace un actor a una actriz en una película muy conocida mundialmente sobre sexualidad y masoquismo", reconstruyó como pudo Belén.
Hay un momento clave del relato de Belén. Un dato que no pasa inadvertido para quienes sufrimos y denunciamos abusos sexuales. "Lo que quizás pueda parecer poco, pero cuando te lo dicen es un montón. Porque una nunca sabe si lo van a cumplir o no. Entonces me quedé dura, cerré los ojos y en ese momento sentí que se me paró el mundo. Realmente sentí miedo por primera vez en mi vida. Y me pasa el hombre por atrás y siento su miembro pasándome por atrás, por la cabeza. Empiezo a escuchar: '¿Estás bien?'. Quiero recalcar esto. Un hombre que pasaba con su auto vio la situación y se involucró. Agradezco de corazón a ese hombre, porque estoy segura que no me hicieron nada porque ese hombre me ayudó"."La" aclaración. Sí, la explicación que todavía nos obligan a dar cada vez que visibilizamos un ataque sexual. "¿Hubo penetración?, ¿hasta dónde te tocaron? ¿Te tocaron? ¿Cómo fue entonces?", son las preguntas que se imponen cuando hablamos, incluso cuando lo hacemos ante los más íntimos y en la esfera privada. Como si existiera una suerte de semáforo sexual que mide la intensidad del ataque y en función de eso se establece el "alcance" de la denuncia. Si no hubo penetración, ¿no hubo abuso? Si no llegaron a tocarte, ¿entonces no pasó nada?
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El impacto que todavía tienen esas preguntas no es ingenuo. Nos obligan a preguntarnos a nosotras mismas si "fue tan grave" como para denunciarlo o exponerlo. Se nos impone el velo de la "medición" y se categorizan los "tipos de abusos", incluso por fuera de lo que detalla el código penal. No hay abusos de primera y de segunda. La vara de la "penetración" como índice que determina si fue o no un ataque sexual deja abierta la puerta a que lo que sufrió Belén siga siendo considerado por muchos como "algo normal". Nos siguen pidiendo que naturalicemos y aceptemos los ataques sexuales.
Belén seguía sentada sobre su mantita. Tenía el pene de un extraño frotándose contra su cabeza ante la vista de todos y sus oídos escuchaban el amedrentador relato de las vejaciones a las que querían someterla. La presencia del hombre que frenó su auto los amedrentó. "Cuando los hombres se van, quedé totalmente asustada y perpleja. Se me paró el mundo. En ese momento vino otro hombre y dice: 'No, no le hicieron nada'. Bueno, volvemos a lo mismo. ¿Qué es hacer algo y no hacer nada? A mí sí, me hicieron todo".
Nos siguen pidiendo que naturalicemos y aceptemos los ataques sexuales"
"Está bien, tuve suerte. No me tocaron, no me penetraron; pero sí me cagaron el día, sí me dejaron con miedo. Sí sucedió algo que no debería suceder. Las mujeres deberíamos poder estar en una plaza sin que nos sucedan estas cosas. Deberíamos poder caminar sin que nos sucedan estas cosas. Es la primera vez que me pasa a mí. Hago este video recién llegada a mi casa. Sufrí miedo de verdad. Siento que nunca tuve el miedo que tuve hoy. No me pasó nada, le agradezco a la vida. Pero fue una situación realmente de mierda. Porque un hombre cuando te dice que te va a hacer algo sexual no sabés si es capaz de hacerlo o no. Gracias a Dios no fueron capaces de hacerlo, pero esto no debería pasar más".
Belén también denunció la falta de seguridad en los Bosques de Palermo, uno de los lugares turísticos más importantes de la Ciudad de Buenos Aires que, a su vez, es el distrito más rico del país. "No hay seguridad y después veo en la Ciudad a policías amontonados y mandando mensajes de texto por todas las esquinas. Empiecen a poner más seguridad en la calle porque esto no puede pasar. Una vez más, siento que esa supuesta libertad que tenemos las mujeres de poder sentarnos en los Bosques, en una plaza y de caminar libremente, no podemos. ¡No podemos!".
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"No podemos porque nos pasa esto. Viene una bestia y nos arruina el día. Agradezco una vez más que no me pasó nada, pero cuento esto también para recalcar la ayuda de ese hombre. No sé quién es, no sé cómo se llama. Me subí a la bici y me fui andando rápido hacia mi casa. Pero no saben cuánto lo agradezco, porque después de que te pasa una situación así que haya un hombre que te pregunte si estás bien, realmente ahí me sentí protegida. Le agradezco muchísimo a esa persona y estas cosas ya no deberían existir", cerró la joven en su video.
El uso de la primera persona no es algo que profesionalmente celebre, ni aplauda. Pero esta nota no la está escribiendo la "Manuela" periodista. Estas palabras las está escribiendo "Manu", la chica que el 29 de enero del año 2017 fue víctima de un abuso sexual en el por entonces denominado "corredor de Juan B. Justo". Fueron las marcadas -y no casuales- similitudes entre lo que sufrió Belén y lo que sufrí yo lo que motivaron a esa "Manu" a volver a la superficie. Todavía con la piel de gallina y la resistencia a recordar lo que me hicieron, me invade la bronca e indignación de ver que cuatro años después sigue pasando lo mismo. Pero no hablo solamente del ataque, sino de todos los comentarios que leí después de que los medios se hicieran eco de la denuncia de Belén.
¿Hasta cuándo nos van a seguir preguntando si nos penetraron? ¿Hasta cuándo nos van a acusar de "exageradas" por denunciar abusos sin "acceso carnal"? Al igual que Belén, a mí también me "salvó" un hombre. Un hombre al que al día de hoy le sigo agradecida, pese a que no llegué a preguntarle ni siquiera el nombre. Todavía no recuerdo cómo volví a mi casa. Tengo baches y me sigue costando hablar o escribir sobre el tema porque, además del abuso sexual, también fui víctima de una campaña posterior de revictimización encabezada -paradójicamente- por uno de los diarios más importantes del país en el que trabajé durante años y que no dudó a la hora de robar todas mis fotos privadas de las redes sociales para "contar mi historia", sin siquiera tener la dignidad de levantar el teléfono y preguntarme cómo estaba, ni cómo habían sido las cosas.
A mí también me cuestionaron. Muchos colegas que se mostraban compungidos en la televisión me acusaron en privado de querer "llamar la atención" porque no quería someterme a una ronda de entrevistas en las que sabía, porque me lo habían anticipado sin ningún tipo de filtro, que me preguntarían de forma directa si me habían penetrado o cuánto me habían tocado. En los días posteriores tuve guardias televisivas en la puerta de la redacción de BigBang y en mi casa. Recibí mensajes de productores que me recomendaban no ir a mi sesión de terapia, para poder hablar "a flor de piel" sobre lo que había vivido.
No me perdonaron el silencio, ni respetaron mi decisión de no dar entrevistas. Me cruzaron por no haber avanzado con una denuncia judicial, hicieron notas poniéndome como el "ejemplo de lo que no hay que hacer", sin saber -porque insisto, ni siquiera levantaron el teléfono para indagar en el porqué- que en los días posteriores a que hice público el abuso seguía recibiendo amenazas de madrugada en mi casa. No sabían, por ejemplo, que tuve que irme a vivir unos días a la casa de mi mejor amigo porque tenía miedo de que me volvieran a hacer algo.
El título de la nota -que todavía sigue online- fue: "A la periodista que sufrió un intento de abuso la critican por no hacer la denuncia". ¿Quiénes me criticaban? El diario se hizo eco de un par de trolls de Twitter para transferir el ataque que ellos mismos querían realizar, pero sin asumir la responsabilidad de que estaban llevando adelante una campaña en contra de una chica de por entonces 28 años que todavía estaba en shock y no podía ni siquiera salir sola a la calle. Y un dato no menor: en ningún párrafo de la nota se aclaró que fui yo -en mi por entonces rol de editora- quien publicó en este mismo medio, sólo horas después de relatar el horror que había vivido, una nota sobre la importancia de realizar la denuncia, pese a que en esos momentos no estaba en condiciones de seguir sometiéndome a la revictimización que sabía implicaría abrirle la puerta a la Justicia.
Muchos colegas que se mostraban compungidos en la televisión me acusaron en privado de querer 'llamar la atención' porque no quería someterme a una ronda de entrevistas"
Nos siguen responsabilizando y culpando a nosotras. Si tardamos años en hablar se preguntan, ¿por qué nos demoramos tanto? Si lo hacemos público en el momento y nos negamos a dar entrevistas nos acusan de "estar escondiendo algo". Si les pedimos a los medios que dejen de difundir nuestras fotos privadas o información personal, se defienden argumentando que fuimos nosotras quienes "abrimos esa puerta". No, que yo haya contado lo que sufrí no les dará jamás el derecho de invadir mi intimidad y la de mi familia. Esa puerta no estaba abierta, la forzaron. Y si denunciamos, pero la respuesta que recibimos de la Justicia son más revictimizaciones y carpetas que terminan juntando polvo en juzgados, sólo aparecen cuando la situación "escaló al punto máximo".
Pienso en Belén y pienso en Úrsula Bahillo. Pienso en las 18 denuncias que radicó antes de que su ex pareja, el efectivo de la bonaerence Matías Martínez, la llevara a un descampado y la degollara. Pienso en Lucía Pérez y los jueces que absolvieron a Alejandro Maciel y condenaron a ocho años de prisión a Matías Farías y Pablo Offidani por comercialización de drogas, pero los dejaron libres de culpa y cargo por el "abuso sexual con acceso carnal favorecido por el suministro de estupefacientes en concurso ideal con femicidio".
Pienso en todas las mujeres a las que los periodistas les exigimos que si sufren violencia de género llamen al 144, pero que después dejamos solas a merced de la revancha del agresor. Pienso en la Justicia, en las Fuerzas de Seguridad y en el poder político. Pienso en lo que me costó hablar, denunciar y en todo lo que me tuve que bancar después, porque "me lo busqué al hacerlo público". Pienso en Melina Romero y el titular "fanática de los boliches". Pienso en Ángeles Rawson y todo el escarnio mediático al que sometieron a su familia -tanto la Justicia, como los medios de comunicación-. Pienso y repienso. Muchas veces lograron su objetivo de hacerme arrepentir de haber contado lo que me pasó. Pero, por suerte, no estoy sola. Esa "denuncia mediática" sirvió, entre muchas otras cosas, para que se tirara abajo el puente de Juan B. Justo y se eliminaran todos sus peligrosos pasos a nivel.
La Justicia patriarcal nos acorrala y nos ataca. La Policía nos sigue cajoneando las denuncias y protegiendo a los agresores. Los medios dicen que nos "acompañan", pero nos siguen revictimizando y exprimiendo como productos que generamos lecturas o rating. Pero en estos años algo cambió. Ahora nos tenemos. Ahora, si tocan a una... nos tocan a todas. No nos preguntamos más entre nosotras "cuán grave fue el abuso". Nos abrazamos y salimos a marchar juntas. Por vos, por mi y por todas las pibas que no volvieron.