por Daniel Riera
16 Abril de 2019 12:30Los muros de Facebook y los grupos de WhatsApp arden como la catedral de Notre Dame en una polémica que acaso no tiene demasiado sentido. Los notredamistas se conduelen por la pérdida de un edificio que es parte del patrimonio cultural de la humanidad. Y algunos, claro, sobreactúan un poco, como cuando se muere algún contrabajista de Illinois de quien vieron el primer video hace cinco minutos o cuando se muere un escritor al que jamás leyeron pero alguien les dijo que era bueno. Los antinotredamistas dicen que los notredamistas son una especie de frívolos que se suben al dolor de moda, que los que se conduelen con el incendio de la catedral no se quejan por los niños que pasan hambre acá nomás, a la vuelta de la esquina, e incluso están los que recuerdan los destrozos que la propia Francia causara hace apenas dos años con sus bombardeos sobre el patrimonio cultural sirio, e incluso sobre las vidas humanas de los propios sirios. Y así, desde ese punto de vista, si te da pena lo de la Catedral de Notre Dame y ni siquiera sabías de los bombardeos franceses a Siria serías una especie de cipayo imperialista botonazo. Y hay otra línea entre los anti Notredamistas: los que cultivan una especie de anarquismo un poco rústico. Repiten como un mantra la frase de Buenaventura Durruti sobre "la única iglesia que ilumina es la que arde" y omiten que un edificio como ese, con nueve siglos de vida es algo más, bastante más que un ícono religioso. La verdad es que el silogismo "te duele tal cosa pero no te duele tal otra" esteriliza cualquier conversación. En primer lugar porque uno podría decir "estoy hablando de tal cosa, ¿quién te dijo que no me duele tal otra?". En segundo lugar, porque cada uno tiene derecho a que le duela lo que le parece: a mí me dolió en su momento la venta del Pepe Sand al Deportivo Cali, y créanme que entiendo que la desnutrición infantil es mucho más grave. Pero los seres humanos somos así: nos duele más de una cosa a la vez y no andamos haciendo rankings a cada rato ni preguntándonos si aquello que nos duele es dolorosamente correcto o debería ocupar el primer o segundo o tercer lugar en la escala de dolores humanos. O por lo menos no andábamos haciendo rankings hasta que aparecieron las redes sociales y, de su mano, gente que se siente autorizada a decirnos qué nos tiene que doler y cómo en qué orden. Es notable la agresividad que adquiere la gente en este tipo de discusiones triviales, la capacidad que tienen (o tenemos, también alguna que otra vez me ha pasado) para enfrascarnos en polémicas pelotudas con desconocidos. Desde el lenguaje inclusivo hasta los jugadores que convoca Scaloni, cualquier excusa es buena para tratarnos un poco mal, un poco más mal todavía de lo que nos tratamos en vivo y en directo en la calle, en tres dimensiones, en la vida de todos los días. Y la culpa, claro, no la tienen ni la malhadada Catedral de Notre Dame ni el incendio que se la llevó puesta ni...