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Por dentro: así es subir y estar en la cima del Obelisco

BigBang subió a lo más alto del monumento que esta semana cumplió 82 años. Más de 200 escalones y una vista increíble. Mirá el video.

25 Mayo de 2018 13:52
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Subimos a la punta del Obelisco porteño.

No solo es una experiencia física. Subir a la cima es un reto mental. Cada peldaño requiere concentración y mirar hacia abajo puede ser traicionero. Subir el Obelisco es un desafío que tiene una recompensa especial: poder observar la Capital Federal desde el monumento más importante del país.

BigBang trepó los 206 escalones para subir al punto más alto del histórico monumento, que esta semana cumplió 82 años. Con 67,5 metros de alto, el Obelisco lejos está de ser el sitio más alto de la Ciudad, aunque sí es de los más llamativos: cientos de miles de personas lo cruzan a diario, pero apenas unos pocos tuvieron el ¿privilegio? de conocerlo por dentro.

Primera impresión: el monumento es mucho más lindo por fuera que por dentro. Una pequeña puerta permite el ingreso a un gran cuadrado en la base, donde reinan la oscuridad, el frío, el eco y unos cuantos mensajes escritos en la pared. Por el cumpleaños 82, el Gobierno de la Ciudad impulsó un concurso para que puedan subir 82 vecinos, por lo que en la base hay una decena de rescatistas de Defensa Civil, arneses y otros elementos de seguridad. En una esquina, la pequeña escalera marinera de hierro por la que se asciende.

Ventana sin vidrio, desde la punta del Obelisco.

Subir es una experiencia que deja algunas preguntas. La primera me la hice a los pocos peldaños: ¿por qué estoy acá? Desde afuera se lo ve pequeño, pero desde el décimo escalón se lo ve inmenso. A medida que avanzo, las mujeres y los hombres de Defensa Civil que hay en la base se hacen cada vez más pequeños.

Cada tanto hay unos descansos donde aguarda al menos un rescatista para cambiar la línea de seguridad enganchada del arnés. Algunos descansos son pequeños y solo entran dos personas, mientras que otros son más grandes, aunque el paisaje es siempre el mismo: eco, cemento y una luz fría que ilumina el pequeño espacio. Cada tanto se siente la vibración del subte.

Para cuando llego al cuarto descanso comienzo a sentir que quizás no fue una gran idea someterme a semejante travesía vistiendo un jean, ni mucho menos usar dos abrigos. Cada tanto me toco los bolsillos para confirmar que el celular y la billetera estén en su lugar. Si se caen, podría ser un desastre para quien suba detrás de mí.

La Ciudad, desde lo más alto del Obelisco.

Cuando me faltan unos pocos escalones ya veo a los dos hombres de Defensa Civil que me aguardan en la punta del Obelisco. Se ríen al verme llegar agotado. Me gritan que falta poco. Pienso que quizás no haber hecho deporte en la última década no ayudó demasiado. Cuando la escalera se termina me invade la luz y una imagen única. Al fin, después de media hora de subida estoy lo más alto del monumento.

La Ciudad se abre ante mis ojos en cuatro direcciones: veo el río, veo un avión que se prepara para aterrizar, la avenida Corrientes y la imagen de Evita inmortalizada en el edificio del Ministerio de Desarrollo Social. Estoy ahí. Llegué. Agitado, pero llegué. Transpirado y con sed. Pero ahí estoy.

Con 82 años el Obelisco fue testigo silencioso de hechos históricos para la Argentina. El cierre de campaña de Alfonsín probablemente sea de los más importantes. Para la cultura también es todo un símbolo: el show de Soda Stereo en la 9 de Julio de 1991. Más acá en el tiempo, los festejos del Bicentenario en 2010, la celebración cuando Argentina clasificó a la final del Mundial 2014. Eje de marchas y protestas y represiones variadas, el monumento es la postal que todo turista extranjero se quiere llevar de Buenos Aires.

Paso a paso. Por esa escalera se sube al Obelisco.

El Obelisco fue protagonista, además, de varias intervenciones: en 2009 lo cubrieron con un preservativo rosa gigante para concientizar sobre las enfermedades de transmisión sexual. Y en 2015 le “robaron” la punta y un domingo, sin más, amaneció sin su clásica postal de cuatro ventanas que desde abajo parecen pequeñas pero que en la cima compruebo que son grandes y no tienen ningún vidrio.

Algunos datos. El Obelisco se construyó en 1936, costó 200 mil pesos y la obra demoró apenas dos meses. En la cima hay una frase tallada en la pared, bajo una cámara de seguridad, con la fecha de su inauguración. Se construyó allí porque fue el lugar donde se izó por primera vez la bandera Argentina en Buenos Aires. Y para construirlo hubo que demoler la iglesia dedicada a San Nicolás de Bari.

En total son 206 escalones hasta llegar a lo más alto del Obelisco.

Pero sin lugar a dudas uno de los hechos más llamativos ocurrió en 1939: una ordenanza del Concejo Deliberante determinaba que debía ser demolido por razones económicas, estéticas y de seguridad, ya que tiempo antes se había desprendido parte del material que lo recubre. Sin embargo, esa ordenanza se vetó y el monumento quedó en pie.

En lo más alto del Obelisco hay una chapa que no se debe pisar por razones de seguridad. A los pocos minutos ya somos varios allí arriba: una venezolana cuenta que no había subido nunca, otra chica que llegó agitada pero contenta y no deja de sacarse selfies, los dos hombres de Defensa Civil y un fotógrafo que subía por segunda vez en el día. A los pocos minutos comienza el descenso.

El Obelisco cumplió 82 años este miércoles.

Si en la subida las “protagonistas” son las piernas, al descender son las manos y lo brazos. Por seguridad hay que descender agarrado de los peldaños y no del lateral de la escalera. Siempre hay que tener tres puntos de apoyo, me repiten. Cuando llego a la mitad las manos no me responden. Ya estoy cansado y solo puedo pensar en estar afuera, en volver a ver la luz natural. A pesar de los guantes, las manos me arden y cerrar el puño se convierte en un desafío casi sobrenatural. Por el cansancio, me quedo quieto unos segundos en la escalera, aferrado como puedo, haciéndome la misma pregunta que cuando subía: ¿por qué estoy acá?

Selfie en la punta del Obelisco. BigBang subió al monumento este miércoles.

Cuando finalmente llego a la base, lo único que deseo es sentarme y tomar agua sin parar. La vista desde lo más alto del monumento es un recuerdo que además quedó inmortalizado en una decena de fotos guardadas en el celular. Un día después les cuento a dos amigos cómo fue la experiencia y cuando termino de hablar me recuerdan algo que había olvidado por completo: hace unos meses les había dicho que mi desafío para este año era subir al Obelisco.