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Que no te rompan el bolsillo: los alimentos "low cost" con los que podés mejorar ya mismo tu salud

Columna de opinión de Sabrina Critzmann, médica pediatra (MN 148279) recibida en la Universidad de Buenos Aires.

20 Julio de 2020 10:13
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Cuando egresé de la facultad de Medicina en 2012 aprendí que tenemos bacterias importantes en el intestino. En esa época, se la llamaba "flora intestinal" y sabíamos que cumplía varias funciones, aunque no le dábamos excesiva importancia. Sobre todo, teníamos claro que si indicábamos antibióticos, esa flora se podía morir y la persona podía tener diarrea. En 2014, la flora intestinal cambió de nombre y se empezó a llamar Microbiota. ¿Por qué? Porque se descubrió que esos microorganismos tienen un rol muchísimo más complejo en nuestra salud.

Llamamos microbiota al conjunto de microorganismos que nos habita. Tenemos microorganismos en la piel, en el intestino, en la vagina, en las fosas nasales, en la boca y en la vesícula biliar. En un adulto, la microbiota llega a representar de dos a tres kilogramos del peso total.

La microbiota actúa como si fuera uno o varios órganos accesorios de nuestro cuerpo:

Ayuda a absorber nutrientes. Nos protege de infecciones. "Conversa" con nuestro sistema inmune y le da indicaciones. Colabora, entre tantas otras cosas, con la digestión de alimentos y genera vitaminas.Si bien en el cuerpo hay diferentes "nichos" de microbiota -distintos lugares con diferentes microorganismos- de lo que más sabemos es sobre la microbiota intestinal. El 95 por ciento de los microorganismos se encuentran en el intestino grueso: portamos un extenso ecosistema con el que convivimos las 24 horas del día.

Hoy por hoy, hablamos de algo que se llama "eje intestino cerebro": sabemos que nuestras bacterias generan interacciones con el intestino de tal manera que afectan directamente ciertos neurotransmisores (sustancias que actúan sobre el cerebro y el resto del cuerpo) que este produce. En resumen: las bacterias que tengamos en el intestino van a influir en nuestra percepción del dolor, en nuestra atención, en nuestra elección de pareja, en nuestra cognición.

Y, ¿para qué nos sirve saber esto? Para cuidar nuestra microbiota y así mejorar nuestra salud, y la de las niñas y los niños que nos acompana. ¿Cómo? Sabemos que la microbiota tiene directa relación con los alimentos que consumimos. Se están estudiando muchos alimentos fermentados como fuente de probióticos (son bacterias que ejercerán un efecto positivo en nuestra salud al consumirlas): kefir, yogur natural, kombucha, chucrut, etc.

Los resultados son prometedores, pero no hay que tomarlos como alimentos mágicos que todo lo pueden: si el resto de la alimentación se basa en productos ultra procesados, no podrán ejercer del todo su efecto benéfico. ¿Entonces? Más que buscar una solución en cápsulas o cucharaditas, como si la compráramos en la farmacia, vayamos a lo simple: los alimentos sin paquete. Las sencillas, simples y económicas legumbres (porotos, garbanzos, lentejas, arvejas, etc), los cereales (mijo, avena, maíz, arroz, quinoa) las frutas y las verduras; los derivados animales poco procesados, si es que los consumimos.

Muchos de estos alimentos actúan como prebióticos: sustancias que alimentan a las bacterias beneficiosas para nuestro organismo. Sí, los mismos alimentos son los famosos probióticos. Increíble, ¿no? Comer sano no es tomar leche de almendras orgánicas (que, de hecho, tiene escasos nutrientes) y plantear patrones de consumo imposibles para la mayoría de la población. Comer sano es apostar a una alimentación consciente, de productos sin procesar o poco procesados, eligiendo la economía local. Nuestra microbiota y nuestra salud nos lo van a agradecer.

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