por Agustin Gulman
20 Abril de 2020 09:26A primera hora de este lunes se cumplieron exactamente treinta y un días desde que comenzó el aislamiento social, preventivo y obligatorio. Unas horas antes de aquel cálido 19 de marzo, millones de argentinos hicieron una vida más o menos normal: se despertaron, se bañaron, fueron a sus trabajos, hicieron alguna compra, regresaron a sus empleos. El ambiente en Buenos Aires ya mostraba algo extraño: no había clases y el Gobierno había recomendado el teletrabajo a todas las actividades que pudieran. El coronavirus había sido declarado pandemia por la Organización Mundial de la Salud unos días antes, el 11 de marzo. Ese jueves, antes de que Alberto Fernández hablara en conferencia de prensa y mandara a todo el país a encerrarse, había largas filas para acceder a los supermercados, que rebasaban de compradores buscando aprovisionarse sin saber a ciencia cierta lo que vendría. La cuarentena total ya estaba entre nosotros.
Ese día el Ministerio de Salud reportaba treinta nuevos casos y el total de contagiados de COVID-19 ascendía a 158, con tres muertes. El plan original del Gobierno indicaba que el aislamiento se prolongaría once días, hasta el 31 de marzo. Luego, se suponía, la vida volvería a la normalidad, un concepto que ahora, a un mes del aislamiento, quedó enterrado en el pasado. Nadie en su sano juicio se atrevería ahora a pronosticar cuándo el mundo volverá a ser algo parecido a lo que fue hasta hace algunas semanas.
Las incógnitas abruman: ¿cuándo abrirán las escuelas y universidades? ¿El trabajo remoto llegó para quedarse? ¿Regresarán pronto los espectáculos deportivos? ¿Y los recitales? ¿Cuándo podremos salir a la calle sin permisos? Si uno quisiera ponerse filosófico, podría ir más allá: ¿tras la pandemia el mundo será un lugar más humanizado o más hostil? ¿Los malos se harán buenos de pronto, sensibilizados por la dramática situación? ¿Los avaros se harán de pronto solidarios, conmovidos por el avance del desempleo y el hambre? ¿Cuidaremos más el planeta, tras ver que gracias al encierro bajaron la contaminación del aire y el agua? ¿Quiénes seremos cuando, de una vez por todas, se abran las puertas de esta confusión generalizada?
METAMORFOSIS
Desde el 20 de marzo, Buenos Aires atravesó una metamorfosis inusual: avenidas y autopistas habitualmente explotadas de tráfico amanecieron vacías. Trenes, colectivos y subtes que solían transitar repletos, comenzaron a andar con unos pocos pasajeros, todos de actividades exceptuadas de la cuarentena. Primero fueron una minoría y desde hoy ya hay 59 actividades exceptuadas. La primera semana, el Gobierno estimaba que debían ingresar a la Capital Federal unas 250 mil personas. El último viernes, con la cuarentena algo relajada, las autoridades porteñas señalaban que había poco más de 800 mil, una cifra alta si se tiene en cuenta que desde el presidente hasta los gobernadores remarcaban que el aislamiento sería cada vez más estricto.El “índice de congestión” que elabora la consultora internacional TomTom revela que en la última semana aumentó un 18 por ciento el tránsito en la Ciudad de Buenos Aires. Sólo en las autopistas, el incremento fue del 12 por ciento. Un ejemplo: el jueves circularon 143 mil vehículos en las autopistas Dellepiane, 25 de Mayo, Illia y Perito Moreno, apenas un 35 por ciento de los valores habituales. También creció la cantidad de pasajeros en las líneas de subte, aunque a pesar del incremento los usuarios no representan ni un tres por ciento del millón cien mil que suelen transportarse bajo tierra.
A la fuerza hubo que acostumbrarse a nuevos hábitos, convivencias, ruidos y olores. Las videollamadas se volvieron moneda corriente y una decena de aplicaciones salvaron de la soledad a cumpleañeros de cuarentena. Parejas consolidadas quedaron distanciadas por el aislamiento, que en otros casos puso a prueba noviazgos recientes que decidieron convivir para no extrañarse. El sexting - sexo virtual - también se volvió protagonista, tanto que hasta fue incluido por el Ministerio de Salud en uno de los últimos reportes sobre el avance del coronavirus. Las semanas quedaron marcadas por hechos, desde graves hasta absurdos: la semana del viral de los africanos bailando con ataúdes, la de los jubilados haciendo largas filas a la intemperie y con frío, la de los millenials amasando pan; la de los músicos haciendo lives en Instagram.
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A siete días del inicio de la cuarentena, un informe de Google detallaba que la afluencia de personas en parques había caído un 91 por ciento. En las farmacias el descenso trepaba al 61 por ciento; y aunque la circulación en estaciones de trenes y subtes o centros de trasbordo de colectivos había caído un 80 por ciento, el tránsito de personas en zonas residenciales había aumentado un 27 por ciento, cifra que se mantiene estable hasta el último informe, del 11 de abril.
A un mes de la cuarentena, Argentina tiene 2.941 casos confirmados y 136 muertes. Los datos de los últimos días son alentadores, y aunque el presidente le dijo este fin de semana al diario cordobés La Voz del Interior que se había logrado “achatar la curva”, aclaró que el problema estaba lejos de terminarse. La “curva achatada” fue un concepto incorporado al léxico habitual, del mismo modo que palabras como “pico”, “contagios”, “reporte diario” y “vacuna”. En el Gobierno creen que sin las medidas restrictivas ya habría por lo menos cuarenta mil contagios. El encierro, para algunos insoportable y tedioso, ha servido. Otra palabra a la que muchos parecen haberse adaptado es “testeo”. Tras la polémica por la baja cantidad de test diarios, en los últimos días la cantidad aumentó un 16 por ciento y prevén que se incrementará aún más en los próximos días.
EL GRAN ENIGMA: ¿HASTA CUÁNDO SIGUE LA CUARENTENA?
Mientras se atropellan las semanas, la duda que invade a millones es cuándo se terminará el encierro forzoso. En algunas ciudades y pueblos es posible que esta semana sea la última, analizaban en el Gobierno tras una serie de planteos de gobernadores e intendentes. La flexibilización se hará, sobre todo, en lugares donde no haya personas contagiadas de coronavirus. Además, es posible que en los próximos días se sumen nuevas actividades exceptuadas, como la construcción privada (la pública está activa), y queda definir si en todos los casos o sólo en obras pequeñas. Cerca de Alberto Fernández confían en que no habrá grandes cambios en los centros urbanos, donde hay circulación comunitaria del virus.Por fuera del andarivel sanitario, la economía atraviesa un complejo momento en todo el mundo, que se agrava aún más en la Argentina, que estaba en crisis desde mucho antes de la coronacrisis. Como dijo en su momento la canciller alemana, Angela Merkel, las metas fiscales quedaron enterradas, al menos para este 2020. La frágil situación económica del país puede ser graficada con sólo un ejemplo: cuando Alberto Fernández anunció el Ingreso Familiar de Emergencia se esperaba la inscripción de 3,6 millones de personas, pero se anotaron más de 11 millones y lo recibirán 7,8, entre trabajadoras domésticas, trabajadores informales y monotributistas A y B.
La sociedad, a su vez, reclama mayor presencia del Estado, un planteo que incluso sorprende al venir de sectores que “pre-cuarentena” se alzaban en discursos de odio irracional a todo lo que tuviera olor a estatal. La Unión Industrial, por ejemplo, dijo que el 87 por ciento de las empresas tendrán problemas para pagar sueldos y le pidieron ayuda al Estado, del mismo modo que las PyMES y la Cámara de Comercio. Por decreto, el Gobierno anunció que pagará el salario de los trabajadores privados. Según la AFIP, más de 420 mil empresas pidieron recibir el Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción. Los monotributistas de categorías más altas podrán sacar créditos a tasa 0. Hasta ahora se preguntaban ¿y a mi qué me toca? Un profesional que factura por mes 35 mil pesos y se ve impedido de trabajar no parece estar en una situación privilegiada.
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La situación se repite en muchos países, donde se les reclama a los gobiernos que inyecten dinero para garantizar la subsistencia. En Estados Unidos, por caso, el New York Times publicó el miércoles pasado un duro editorial titulado “Spot dawdling, people need money”, algo así como “dejen de dar vueltas, la gente necesita dinero”.Se trata de un enigma que invade a todos, desde una psicóloga que no cobra hace un mes; hasta el presidente, que imaginaba que su primer año de Gobierno quedaría marcado por dos ejes: la renegociación de la deuda y la reactivación económica. Una buena de la pandemia: puso en pausa la grieta boba argentina. ¿Quién hubiera imaginado un año atrás que se sentarían a la misma mesa Horacio Rodríguez Larreta y Cristina Fernández de Kirchner, como ocurrió la semana pasada?
¿Se extenderá la cuarentena después del 26 de abril? La desesperada búsqueda por incrementar la capacidad sanitaria, con hospitales de campaña que avanzan a todo ritmo, donaciones de China, médicos repatriados y el pedido de salir con barbijo hacen pensar que para regresar a la normalidad todavía falta. Hasta hace algunos días, en el Gobierno hablaban de un pico de contagios para fines de mayo, principios de junio, aunque la semana pasada hubo quienes escucharon al presidente hablar de “curva amesetada”.
MUCHAS PALMAS Y SONREÍR CON LA MIRADA
-¿Che, por qué aplaude la gente?Por WhatsApp y con palmas de fondo, a las 21 del 19 de marzo una amiga me hizo la pregunta, que me dejó mudo. En su casa, a pocas cuadras de la mía, en Caballito, ella escuchaba el mismo coro de aplausos. Como yo, millones. Esa noche comenzó un inusual ritual respetado a rajatabla desde entonces: los aplausos para médicos, médicas y enfermeras que están en el llamado “frente de batalla”. En algunos barrios desempolvaron las vuvuzelas del Mundial de Sudáfrica 2010 y las hacen sonar. Los bomberos ponen las sirenas, se escuchan gritos, silbidos, chiflidos, hay quienes acompañan con música. No falla: desde que estamos encerrados entre las paredes de nuestras casas nos asomamos a las ventanas, balcones o patios a un espectáculo único e increíble. Alguno le suma un feliz cumpleaños; otro grita alguna ironía. La cantidad de aplausos, a pesar del tiempo, permanece intacta.
Pero más allá de la inusual metamorfosis que transformó por completo al país, tal vez uno de los hechos más llamativos se dio en la última semana, con la obligación de utilizar barbijos o tapabocas en colectivos y comercios. Casi de forma automática, la medida se autoextendió a las calles y todos andamos más cubiertos de lo habitual. Desde entonces, no nos queda otra que mirarnos los ojos para captar algo de lo que le pasa al otro, sus miedos, sus temores, su angustia.
Una influencer decía en Twitter que era momento de sonreír con la mirada.