La pelea protagonizada por los dos personajes públicos causó un gran revuelo. Feinmann llamó "cagón" al ex secretario de Comercio (insulto ofensivo si los hay para algunos hombres), y minutos después, Moreno le dijo a Alejandro Fantino que, ante su avance, el periodista se había amedrentado como “una nena de liceo que va a debutar” (¡chan!).
Muchos hombres, heridos en su orgullo, reaccionan así. ¿Pero cómo nos cae a las mujeres que ellos se trencen a piñas? A las que les copa, ¿por qué les copa? Aquí, algunas tipologías de minithas ante el síndrome Ringo Bonavena.
Están las que tienen cierto trauma de princesa desprotegida y sueñan con que un caballero de armadura de acero las defienda siempre. Otras adoran a los tipos que practican artes marciales, sólo porque creen que con esas dos clases de Kung Fu que tomaron, las van a defender como nadie de los infortunios callejeros. Se sienten cuidadas si el señor en cuestión no tiene reparos en avanzar en la pelea. Después se lo cuentan a las amigas, orgullosas: “mi Roberto casi le pega al del estacionamiento porque me contestó mal”.
A algunas señoritas la violencia de las piñas las calienta, las pone cachondas. Y hasta pueden alcanzar un orgasmo con sólo recordar una escena de puños cerrados. Les encanta que dos tipos se muelan a golpes, que destilen adrenalina y hormona masculina. Adhieren al voyeurismo violento, digamos, y hasta pueden llegar al punto de provocar la situación, ¡porque quieren que suceda! Después les gusta curarle las heridas a su macho como previa hot. Y su peli favorita es El Club de la Pelea, obvio.
Si pelean así no nos jode mucho, ¿eh?
A las que claramente les parece una grasada de mal gusto, les provoca rechazo y les da vergüenza. Si de repente se le sale la cadena al señor en cuestión (que además no sabe pelear muy bien), todo se transforma en una danza torpe de manotazos y brazos y ellas sólo quieren salir corriendo, tapándose la cabeza con la capucha para que no las reconozcan.
También están las pacifistas. En principio, es raro que siquiera salgan con un señor de este estilo. Pero si sucede y son testigos de una riña, tratan de separarlos, al grito de “¡violencia no, por favor!”, y al llegar a casa lo primero que hacen es prender un sahumerio, mientras el novio la mira sorprendido (con la mejilla ensangrentada) porque estaba pegándole al ladrón que le sacó la cartera. Obviamente, la relación termina en ese momento.
Y para finalizar, no dejemos de lado a las que les encantan las peleas y se enganchan a pegarle al enemigo con carterazos, con el paraguas o con patadas, al grito de "¡dejalo tranquilo a mi Juancito, animal!". Gritan llamando a la policía y acto seguido se llevan al novio colgando, diciendo "pobrecito, mirá lo que te hizo ese hdp".