Los seres humanos deseamos obtener soluciones a los distintos desafíos que la vida nos presenta. En ocasiones desde nuestra percepción nos vemos sobrepasados por la contundencia o magnitud de éstos, al punto de sentirnos frustrados de intentar vías, permaneciendo en los mismos círculos y no visualizar las luces en el túnel. Lo que no deja de asombrar es la forma como vamos conviviendo con los problemas hasta llegar a un punto de acostumbrarnos a morar en ellos, asumiendo un rol de víctima que nos garantiza la excusa o en su defecto, que el hastío se presente, y allí la reactividad hace su acto de aparición, llevándose con ella el aprendizaje que subyace.
Estamos influenciados principalmente por la cultura a la que pertenecemos, por el sistema familiar del que provenimos, sometidos constantemente a acoplarnos dentro de un contexto que nos conceda aprobación. Todo ello pasa a conformar un kits de inseguridades que encuentra sus bases en edades tempranas y que van repicando a lo largo de la vida sin ser en la mayoría de los casos determinadas y escuchadas. A esto le sumaremos una predisposición a mantenernos largos periodos vinculados al sufrimiento como signo de pertenencia o similitud con el entorno, reciclándonos dentro de experiencias conocidas. Recordemos la siguiente expresión utilizada como argumento “no seré ni el primero ni el último que pase por algo así” sin llegar a vislumbrar que la vida transcurre en modo individual y que esa aparente resignación no significa que no esté causando grandes estragos.
Existen dos grandes bloques que en mi opinión dificultan llevar cambios en nuestra vida a buen puerto y reconocerlos como enemigos del mismo. El primero compuesto por las tres “I” inmediatez, impermanencia e indeferentismo, el segundo bloque contenido igualmente en una triada conformado por una cantidad extraordinaria de información, recuerdos, memorias o programas, nos referimos a la mente subconsciente, donde diversos estudios la comparan con un gran ordenador por su capacidad de procesar aproximadamente 400 mil millones de bits por segundo, mientras que nuestra mente consciente puede procesar alrededor de 2000 bits de información, en comparación, ésta no tiene la capacidad de rechazar, absorbe, no juzga y manifiesta de forma obediente, de allí la suma importancia de desentrañar muy bien la forma y con qué alimentamos nuestro subconsciente ya que lo que la mente consciente acepta como cierto ésta lo reproducirá.
Ambos aspectos son de vital valor, pero considerando que obedecemos a una serie de mandatos o grabaciones inconscientes debemos vigilar de cerca y extremar esfuerzos en nuestra mente subconsciente. Ahora bien, refiriéndonos a las tres “I” mencionadas, la inmediatez nos representa el camino directo para el abandono. Pretendemos que los resultados se presenten en forma breve sin realizar el proceso necesario, y éste no depende de nosotros, es competencia de la vida. La impermanencia nos recuerda que todo es transitorio, que nada es estático y que el cambio es lo único seguro. Los distintos aspectos de nuestra vida y que son de gran importancia, los enmarcamos dentro de lo permanente, pareja, trabajo, bienes, y nos confronta el hecho de que estos se vean afectados en lo más mínimo, tratando de evitar el aprendizaje que revisten los inicios y la finitud de los mismos, colocándonos en una carrera agotadora en lo que definitivamente carece de garantías. El indiferentismo, término adscrito al ámbito de lo religioso, representativo para nuestro objetivo, es el descuido en el cumplimiento de esos deberes esenciales, en la falta de compromiso ante el propio proceso de cambio, sustentado en una actitud indiferente y poca combativa.
Deseamos que las situaciones cambien, efectivamente es nuestra prioridad, pero requieren de diseñar un mapa que nos marque nuestro transitar alejándonos de los posibles atajos, es necesario estar atentos y enfocados ante esto para no desgastarnos, conformarnos o desistir. Comencemos por aceptar el cambio con flexibilidad y como un gran aliado, y preguntémonos ante esas situaciones que nos resultan difíciles ¿cuán profundo es nuestro deseo de cambio y que tan comprometidos estamos?, buen punto de partida.
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