Quiero escribir esto lo antes posible. Con la final de la Copa aún por jugarse, y con el partido frente a Paraguay todavía fresco en mi mente. Y lo voy a escribir rebosado de orgullo, pero también con un dejo de pena. Dos sentimientos muy distintos y en este caso por gente muy distinta, pero que se relacionan directamente. No quiero que se me juzgue por hablar con el diario del lunes (en este caso, del domingo) y por eso tengo tantas ganas de comunicarles lo que siento ahora.
Luego de hablar un rato durante el partido con unos amigos, llegamos a la conclusión de que Messi debería ser incuestionable. ¿A qué me refiero con esto? A que ya no tiene nada más por demostrar. Si quisiera dejar de jugar, debería estar prohibido reprocharle algo. No lo hace, simplemente porque lo disfruta, pero podría hacerlo tranquilamente. Si tiene ganas de correr para atrás, que lo haga. Tiene permiso. Si tiene ganas de irse al baño en el medio del partido, concedido. Pero no simplemente porque es supersónico. Lo puede hacer porque se lo ganó, con actuaciones estelares como la de hoy. Esta noche, así como con Colombia y con Uruguay, Lionel demostró su grandeza, no solo como jugador sino como persona. Su altura. Su temple. Porque habiendo jugado un partido extraordinario, con los goles servidos en bandeja, el tipo no se la queda, por más que sepa que puede hacer lo que quiere con la pelota. Lo que quiere, eh. El tipo, el mejor jugador del mundo de los últimos 20 años (y no de la historia simplemente porque existe Maradona), no hace un gol hace 4 partidos y tiene una chance inminente de meterla finalmente luego de tanta espera, de tantos cuestionamientos de gente que, seamos sinceros, no sabe nada, pero nada dela vida. Sin embargo a él no le importa, por más de que Los Que Hablan crean que sí. En vez de tratar de hacer la gambeta larga y darle él al arco, abre la pelota para su fiel compañero, su mano derecha, su Robin. El señor Javier“Que viva el futbol” Pastore. Le cede el gol, que finalmente termina siendo de otro de los gratos puntos altos de la noche y de la Selección de los últimos años, Ángel Di Maria. 4-1. Ya no importa todo lo que se habló de los árbitros, de los rendimientos, de Chile, de Jara, de las amarillas o de las rojas. Hoy la selección hizo lo que tenía que hacer de la mejor forma que puede hacerlo: explotando sus talentos, sublevando a su rival. Y en este equipo, Messi pudo demostrar lo que sabe hacer, que es jugar al fútbol. Jugar al fútbol no solo es hacer goles. Jugar al fútbol no solo es ser guapo y hacer lujos para demostrar tu habilidad. Jugar al fútbol, es acariciar la pelota, llevarla, tocarla suavemente con la fuerza correcta, pero sobre todo, buscar el bien del equipo por sobre el individual. Y Lionel, el enano hermoso como diría Varsky, lo entiende a la perfección. Se ve en el Barcelona con Neymar, y se ve ahora con sus compatriotas. No hace falta una corona para ser el rey, aunque sería la mejor forma de terminar la Copa para él. No me malinterpreten, porque ya son exageradas e incontenibles las ganas de gritar nuevamente un gol suyo que tengo. Pero acá lo que vale es la paciencia. Si él me dice que no le preocupa del todo anotar, yo estoy tranquilo. ¿Saben por qué? Porque se ganó mi confianza, como debería haberse ganado la de todos. Que haga lo que quiera, es el mejor del mundo, es la pura verdad. Es todo lo que está bien en este deporte. Yo ya no soy nadie, estoy a su disposición.
Y acá es donde aparece esa pena que me es imposible no sentir, un poco manchada de bronca. Simplemente y para ser conciso porque no entiendo como existe gente que lo detracte, que lo critique a Messi, y a la Selección en general. Nada les viene bien. Por Dios. Ya debe haber muchas personas que escribieron sobre esto, pero yo también quiero que ustedes sepan de mi parte, que esa gente me da mucha bronca, pero más que nada pena. Pena de que no puedan disfrutar del fútbol en serio. Que no puedan olvidarse aunque sea por un rato de todo lo demás y usen ese tiempo para gozar de Lionel. Cuando quieran acordarse, va a ser muy tarde. La verdad, me muero de ganas de salir campeón del mundo, pero hay que esperar tres años. Y ustedes, detractores, no pueden acelerar la vida para que llegue más rápido. Basta. Basta de gastar su tiempo en denigrar a alguien que se ganó todos los derechos que deseé tener. Que no escucha las críticas, porque lo único que quiere es jugar al fútbol. Lo digo por su bien. Basta de buscarle el error, de decir que si no hace goles, no sirve. Basta de decir que es un pecho frío y que no corre, por favor. Miren los partidos. Analicen un partido entero de Messi, y van a ver lo equivocados que están. Critican a un tipo que literalmente abandonó su infancia para hacer lo que más le gustaba y regalárselo al mundo. ¿Entienden? El tipo dejó todo para darnos un regalo de otro mundo y nosotros lo rechazamos, sospechamos de todo, criticamos ese regalo y pensamos que todo tiempo pasado fue mejor. Pero el pasado es el pasado, y por más lindo que haya sido, no está más. Disfrutemos el ahora. Aprovechemos las chances que tenemos de ver a Lionel. Pensemos antes de hablar. Por favor, no sé como más pedirlo.
La verdad, no sé ni por qué los escucho. Interrumpen mi gozo. Mientras yo estoy teniendo aunque sea 90 minutos de felicidad en este caos que es el mundo con tan sólo mirarlo jugar, ustedes hacen ruido en mis orejas. Son moscas, muy molestas. Hagan lo que quieran, lo mejor que puedo hacer es ignorarlos. Es muy difícil, se los juro, y por eso les dejo un solo consejo por su bien, por el de todos y también, no voy a mentir, para satisfacerme aunque sea un poco: Olvídense del pasado. Regocíjense con el presente, y sólo esperen el futuro, pero sin apurar el tiempo. Y a vos, Lionel, solo puedo decirte algo. Seguí así. Así se ganan las cosas. No solo los trofeos, si no el respeto del mundo entero. Como diría Cerati, “Tarda en llegar, y al final hay recompensa”. Deja que Hablen, Lionel. Vos, para mí, tenés derecho a todo. Seas cómo seas, tengas lo que tengas, juegues como juegues, vos, Lionel, ya tenés el cielo ganado. Solo te pido que, por lo menos a mí, me sigas haciendo feliz. Siempre y cuando vos también seas feliz.