Hay mentiras que nos decimos a nosotros mismos, mentiras que les decimos a los demás, mentimos con el argumento de evitar herir a alguien, también se puede vivir bajo una o varias mentiras y en ocasiones la convertimos en una gran verdad que pretendemos defender a toda costa. La mayor premisa es que los demás no se den cuenta, verse al descubierto no es una opción y para preservar esto, se es capaz de llegar a extremos inimaginables.
A consecuencia de las mentiras, muchas veces nos insertamos en relaciones donde dar de forma desmedida es lo más común. Claro, mientras más se agobia con esa conducta, se va desarrollando una cortina de humo que brinda cierta seguridad y disimula en el otro la realidad, que no quiero mostrar. Pero lo más relevante de la mentira es la intencionalidad del que miente, es lo que verdaderamente clava la daga porque nos sitúa o enfrenta con la finalidad de la misma, más adelante se hace necesario puntualizar la diferencia entre mentira y engaño. Estas prácticas pueden ser asumida como un medio de dominio, manipulación y control que nos mantiene a espalda de nuestra propia realidad y en estado inconsciente ante lo que sucede, porque en esa búsqueda de alimentar la mentira y el engaño, una parte de sí se va perdiendo en ello. Razonemos en estas líneas tanto, cuando somos objetos de una mentira y engaño, como también cuando somos los actores de éstas.
[mentirosa]
La seducción por ejemplo, es una forma de mentira ya que presenta o exagera algo que no necesariamente es para hacerlo más atractivo. Se trabaja mucho para construir una imagen que se desea proyectar y en este ámbito, si adicionalmente percibimos o consideramos que se requiere de una serie de condiciones para ser aceptados, la mentira pasará a ser la excusa perfecta dentro de un sistema de valoración que la incentiva. Esto lo vemos con frecuencia en el mundo de los adolescentes y su lucha por ser aceptados, llevándolos a no reconocer su propia identidad y comienzan por falsear todo aquello que le permita o garantice inclusión y pertenencia.
Hay muchas razones por las cuales se miente: vergüenza, aceptación, falsas referencias, valoración negativa, miedo, por señalar algunas, no obstante diferenciemos la mentira del engaño. La mentira se conoce como la expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa, afirmamos algo aun cuando sabemos que no es cierto o exageramos una verdad. Engañar es dar a la mentira apariencia de verdad o inducir a alguien a tener por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras y de obras aparentes o fingidas. El engaño lleva implícito el ocultar con un propósito mayor, donde existe una voluntad, una premeditación y en definitiva, la búsqueda de un beneficio.
Extendiendo un poco más, puede utilizarse en el perjuicio de otros; un ejemplo sería cuando permitimos que nuestra responsabilidad en alguna situación recaiga en otras personas permaneciendo en silencio.
El ser humano utiliza la mentira con tal facilidad que se ha convertido en un mecanismo para salir de ciertas situaciones que no deseamos explicar, porque nos compromete o simplemente porque nos incomoda; sin darnos cuenta vamos minando la confianza en otros a través de una práctica que consideramos inocente.
No abordaremos aspectos morales, religiosos o filosóficos de estos dos conceptos, lo cierto es que ambas lesionan, desgastan, hieren y más allá de que existen técnicas de interpretación para la mentira y el engaño, lo que nos ocupa y quiero hacer énfasis, es la mentira y el engaño que habita sutilmente en nosotros, en la que vivimos, esa que está gritando a nivel interno, buscando qué o quien nos la actúe y la muestre en vista de nuestra incapacidad o poco interés para determinarla. Porque estimados lectores y he aquí lo menos agradable, para experimentar o atraer situaciones con ese contenido, necesariamente la mentira y el engaño se ha apoderado de nuestra vida, está presente.
Sea de forma inocente, inconsciente, o porque la consideramos permisible, quizás manipulamos a través de ellas para la obtención de determinadas cosas, o bien porque la utilizamos de forma natural para sacar provecho de las personas. Tal ves el vacío que sentimos es tan grande, que nos valemos del engaño y la mentira para sentirnos satisfechos, un poco mejor, pero nunca realizados.
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