Ayer tiré a la basura una pera que estaba, a la vez, congelada y podrida. No es un milagro de la naturaleza, sino del descuido: la pobre pera se fue apagando en una heladera llena de hielo, una paradójica heladera de las que ya no enfriarán nada hasta que alguien se tome el trabajo de descongelarlas. Una vez que la descongelé, se convirtió en una fiera indomable, el hábitat perfecto para el Capitán Frío, y se vengó de tantos días sin hacer aquello para lo cual fue fabricada.
No importaba a qué distancia del congelador estuviera: todo se convirtió en piedra en segundos. Un tomate, media docena de huevos, un queso... bueno, no mucho más, por suerte, porque no había muchas más cosas en mi heladera.
No intenten vivir de las rosquillas: no es una buena idea.
¿Con o sin freezer?
Queda enunciado el problema: vivo solo, trabajo afuera de casa, como cualquier porquería. Trabajo afuera: por lo tanto, almuerzo en el trabajo (aquí, enl a redacción de BigBang) o no almuerzo. Por lo tanto, sólo ceno en casa. No tengo tiempo para ir al almacén, a la carnicería, a la verdulería.No tengo freezer, tampoco. "Freezer" y "congelador" quieren decir lo mismo, pero no: en inglés, el término remite a un superaparato capaz de conservar alimentos durante meses; en español, a un gabinete de mierda que a lo sumo puede petrificarlos un par de días. Si tuviese freezer, el problema estaría resuelto y la realización de esta nota no tendría ningún sentido. No tengo freezer. Sigo escribiendo.
Heladera moderna: tiene freezer, preserva los alimentos por mucho tiempo.Heladera antigua: preserva los alimentos poco y nada.
El drama de las milanesas
Supongamos que ocasionalmente tengo tiempo, voy a la carnicería, quiero comer milanesas. ¿Cuál es el mínimo que debo pedirle al carnicero para no dar lástima? Recordemos: vivo solo.Si compro medio kilo de milanesas, terminaré comiendo milanesas durante cuatro días seguidos. Si compro menos de medio kilo de milanesas, el carnicero puede llegar a regalarme bofe o carcaza interpretando que estoy en serios problemas económicos. Como no quiero dar lástima, compro, entonces, medio kilo. Me resigno a comer milanesas de lunes a jueves.
Medio kilo de milanesas pueden abrumar a un hombre solo. Y entonces, ¿qué hago? Si las preparo por adelantado, para el día siguiente el pan rallado se pondrá húmedo y deberé pasarles una nueva capa. Si no las preparo, al cuarto día me toparé con alguna suela oscura y reseca (lo de "suela reseca" es un oxímoron, lo sé, pero les juro que con eso me encuentro). Y al cuarto día, claro está, estaré harto de las milanesas.
Bananas: comerlas rápido, o estamos perdidos.
El dilema de las frutas
Lo de las frutas, directamente, no tiene solución. Una banana, por ejemplo. Lisa, ecuatoriana, larga, imponente. Dejamos pasar un día, nomás, y la cáscara tiene manchas negras, como si fuera un dálmata amarillo. Tres días y, claro, no sirve más: lo mejor es no quitarle la cáscara y tirarla directamente. Y convengamos que cobrar una sola banana en la verdulería es vergonzante.Las naranjas, hay que decirlo, envejecen con más dignidad: se van achicando y arrugando día a día. Un día nos sorprende una mancha gris verdosa: en algunos quesos -no en todos- puede ser hasta bienvenida. En una fruta, no. Y así llegamos a la conclusión de que hay que ser prudente en la compra de frutas.
Moñitos: una vez por semana, para no morir.
La opción de los moñitos
Las pastas son una opción: los moñitos con manteca y queso se hacen rápido y el queso se puede comprar rallado directamente. Es decir, llegás de trabajar, ponés agua a hervir, su ruta. Ahora bien: es importante no errarle a la cantidad de moñitos.La tercera parte de un paquete de medio kilo es una ración suficiente para un hombre de mediana estatura y buen apetito, salvo que uno quiera que los moñitos le salgan por las orejas. La tercera parte de un pan de manteca de 100 gramos también alcanza. Ahora bien: los moñitos pueden resolver el problema una vez por semana, salvo que pretendas convertirte en el sucesor de Homero Simpson.
Empanadas: agotan y, a la larga, destrozan el estómago.
¿Empanadas o lechuga mantecosa?
Las empanadas, así sean las mejores del mundo, además de engordar, agotan. Sobre todo si son siempre de la misma pizzería. Lo ideal es no comer más de una vez por semana. ¿Y entonces? No podemos acumular fruta, no podemos comprar milanesas, no podemos excedernos con los moñitos ni con las empanadas...Desde luego que comer afuera todos los días no es una solución. No sólo porque la plata no alcanza sino porque el estómago terminará pidiendo a gritos un sencillez y porque a menudo, cuando uno sale de laburar, pretende volver a casa.
Lechuga mantecosa: despierta el odio del solitario.Alguien pensará que en esta enumeración faltan las ensaladas. Ok Una planta de lechuga mantecosa es interminable para alguien que vive solo. Al tercer día, la lechuga ya no está tan bien como al principio. Y ni hablar del hastío. Si uno se agota de las empanadas, no quieran saber, no le pregunten a nadie hasta qué punto puede odiar uno a la lechuga mantecosa.
¿Qué hacemos, entonces? Porque algo hay que comer para no morirse. Dejar de trabajar no es una solución, porque aunque haya tiempo para hacer las compras, no habrá dinero. Comprarse una heladera con freezer puede ayudar, pero tampoco es la solución: hay que acordarse de sacar la comida del freezer antes de ir a trabajar. Lo que queda es preocuparse, mucho, mientras la panza vuelve a crecer, seguir haciéndose esta pregunta y tratar de hallar una respuesta lógica antes que sea demasiado tarde.