09 Noviembre de 2016 07:03
Elegí este título porque me pareció una divertida ironía empezar a hablar de un candidato que bajó constantemente un discurso xenófobo, misógino y prepotente con la figura de un mexicano simpático, inocente y humilde que conquistó el corazón de Latinoamérica. Pero, títulos aparte, es importante hacer énfasis en lo sucedido. Pasó lo que casi nadie quiso ni pudo ver. Nos intentamos sostener en los discursos casi sobradores de los medios; en los que se hablaba de si Trump iba a reconocer la derrota o no; mientras los Estados se iban pintando, uno a uno, de rojo. Nos había llamado la atención que alguien con un discurso tan pobre haya llegado a ser candidato a Presidente, y terminó ocupando el Salón Oval.
Pero, yendo a lo importante, es fundamental pensar en frío antes de dar por muerta a Estados Unidos. ¿La victoria de Trump significa el acabóse? ¿Es el Armaggedon? ¿Llegó el Anticristo que la Biblia predice? Quizá convenga analizar un poco la coyuntura antes de entrar en pánico.
En primer lugar, hay que remarcar que estamos ante un Presidente entrante que no tiene el apoyo, ni siquiera, de su propio partido. Con la prepotencia de su riqueza y su discurso, se llevó por delante a todos sus oponentes internos y, finalmente, también a Hillary Clinton. Ahora, como máximo mandatario, deberá combatir en un entorno que, a priori, se muestra hostil hacia su mandato. No estamos hablando de la oposición Demócrata, sino de un Congreso con una mayoría Republicana (otra vez, dato no menor) que no lo quería como candidato del partido de Thomas Jefferson y Abraham Lincoln. Las propuestas como la ya famosa del muro pagado por los mexicanos, o la prohibición del ingreso a musulmanes, como la de ampliar el número de milicias en Medio Oriente, son todas ideas que deberán pasar por el Congreso antes de que se hagan realidad. Con lo cual, hay un gran trecho hasta que alguno de estos nefastos proyectos se concrete. Sumado al trabajo que desempeñará el Poder Legislativo, también será interesante el rol de la Corte Suprema de Justicia estadounidense, siempre referente en lo que a leading cases se refiere, para ponerle un coto a las medidas de la administración Trump.
En esta coyuntura, no hay que soslayar el hecho de que el Presidente de Estados Unidos, si bien es una figura importante, no es la única instancia decisoria a la hora de llevar las riendas de la Nación norteamericana. Y esto Trump lo sabe mejor que nadie; principalmente, porque estuvo del otro lado del mostrador. Sectores como el financiero, petrolero, farmacéutico, entre otros, son actores principales y fundamentales de las decisiones políticas más importantes. Esto es algo que no sucede únicamente en Estados Unidos, pero sí se ve mucho más acentuado que en otras naciones donde sus posturas políticas tienen menos repercusión y las corporaciones no tienen tanta incidencia en la economía mundial. Un Presidente, en este sistema pos capitalista, no es el único que dirime las cuestiones que hacen al gobierno de un país. Las grandes empresas tienen influencia directa en congresistas, jueces y la misma administración pública. Repito, Trump conoce este juego mejor que nadie, porque ahora invirtió el rol. Será muy importante ver cómo se distribuye el poder en este nuevo entorno. En principio, Trump propuso una idea mucho más proteccionista, donde el libre mercado se vea más atenuado que en los últimos años. En un panorama industrialista y que apueste por la infraestructura interna, restará ver cómo se acomoda el resto del mundo si esto se termina plasmando en la realidad; ya que se pueden generar tensiones si, como propone el magnate neoyorquino, Estados Unidos empieza a salir de todos los acuerdos comerciales vigentes o pretende renegociarlos. China, obviamente, será un factor clave en el desarrollo de estas idas y vueltas comerciales.
Si nos adentramos en lo que fue la campaña, lo primero que surge es una felicitación a quienes hayan planificado la operación que desembocó en la presidencia de Donald Trump. La estrategia fue un éxito rotundo, y quizá su mayor virtud fue la simpleza. Las elecciones, en el contexto actual, se basan en competencias de popularidad. Quién tiene más seguidores, más audiencia, más entrevistas, más imagen positiva, etcétera. No hay grandes diferencias entre vender un candidato presidencial y un celular último modelo. Entonces, con esto en mente, la táctica de los asesores de Trump fue orientada exclusivamente a eso. Frases altisonantes, gestos estrambóticos, discursos extremos y una estética muy particular apuntaron a que Trump siempre esté en el epicentro de los medios de comunicación. La campaña giró en torno a él, desde las diferentes aristas mencionadas. Cuando parecía que pasaba la tormenta por alguna frase xenófoba contra los mexicanos, ahí estaba Trump en todas las portadas de los diarios, hablando de prohibir la entrada a los musulmanes. Cuando esta controversia se iba extinguiendo, el magnate se veía protagonista de un escándalo por frases machistas que, supuestamente, se habían dicho en privado. Y, con este ritmo vertiginoso y extremo, lo tuvimos presente a Donald Trump en cualquier medio del mundo, hasta que finalmente se hizo con la presidencia. Algunos podrán decir que esta estrategia es, como mínimo, peligrosa. Comparto absolutamente. Es un arma de doble filo. Pero, ¿acaso no lo son todas las campañas presidenciales?
En este sentido, es menester recordar precisamente esto. Que en campaña se usan estrategias de diversa índole, y que no siempre (es más, diría que casi nunca) los discursos que se aplican en plena promoción del candidato son los que después se van a utilizar cuando haya que gobernar de manera efectiva. Dicho en otras palabras: el muro a los mexicanos, la prohibición de musulmanes, la devolución de los refugiados sirios, las ideas machistas o la proliferación de armas en los habitantes son frases que hacen muchísimo ruido en una campaña presidencial (y con las que mucha gente se identifica; de otro modo, no hubiera ganado) pero que, a la hora de gobernar, no es tan claro que se vayan a hacer realidad. Y no sólo por el contexto político previamente mencionado. Trump, aunque se haya esforzado por demostrar lo contrario, es una persona muy inteligente, que sabe cómo moverse en las más altas esferas sociales, políticas y económicas. Su discurso fue esencialmente dirigido a un sector de la sociedad que no estaba representado, y que es relativamente nuevo en Estados Unidos. La clase baja blanca. Es raro y triste tener que hablar de colores de piel en pleno siglo XXI. Pero es lo que sucede. Hasta hace no mucho tiempo, el sector socioeconómico bajo estaba reservado exclusivamente para los afroamericanos y los latinos. Hoy, un importante grupo de gente blanca que supo ser clase media se vio profundamente afectado, fundamentalmente, por la crisis mundial de 2008. Esta catástrofe derivó en el nacimiento un nuevo sector socioeconómico que carecía de un representante político que los ampare y los represente. Y hacia ellos fue el discurso de Trump. Con ideas retrógradas y que están completamente refutadas, como la nefasta responsabilidad que se le atribuye al extranjero por la falta de empleo o el acceso al sistema de salud. Pero, cuando hay desesperación y pobreza, la gente escucha lo que quiere escuchar, y eso es lo que hizo Donald Trump. Si a esto le sumamos que la campaña de Hillary se mostró solamente como una continuidad del mandato de Obama, excluyendo a los descontentos y a los opositores, tenemos una base importante de electores que se decantaron para el otro lado. El sistema bipartidista tiene esta idea: o sos parte de la solución, o sos parte del problema. En algún lado hay que enrolarse.
Para ir terminando con esta nota en la que hablamos con el diario del lunes (o del miércoles, en este caso), es necesario relativizar y derribar algunos mitos que nos hicieron creer desde hace mucho tiempo. Primero, es urgente que se haga un debate serio sobre la utilidad de las encuestadoras políticas. Año tras año, elección tras elección, vienen errando de una manera tan ridícula que ya pasó de causar humor a ser indignante. Se gastan (no se invierten, se gastan) millones y millones de dólares en encuestadoras cuya única misión es influir en el voto de la gente. Y lo peor de todo es que ni siquiera eso logran. En lo concerniente a resultados, está clarísimo que son completamente inútiles. Productos radicalmente distintos en el mismo momento de dos encuestadoras dan la pauta que se vende un porcentaje y no un estudio serio de la realidad, que se manipula y acomoda para que el cliente se vaya contento. En lo que respecta a influencia en el público, quedó nuevamente demostrado que su capacidad es nula. La pregunta es: ¿para que gastan millones de dólares en una actividad tan obvia e inútil como una encuesta, cuando puede invertirse ese dinero en otro aspecto más importante para la campaña? Mi escaso conocimiento hace que esta pregunta me sea imposible de responder.
Por otra parte, es hora de hacerle caso a los que fue “6, 7, 8” y hablar del bendito rol de los medios. Washington Post, Huffington Post, New York Times, CNN, NBC, ABC y otras grandes cadenas se decantaron, hace bastante tiempo, por Hillary Clinton. Día tras día, denostaron a Donald Trump, reivindicaron las cuestionables políticas de Hillary como Secretaria de Estado, hicieron memes, entrevistas, estadísticas y debates cuyo único objetivo era ensalzar a Hillary y derribar a Trump. Los medios, incluso, expusieron públicamente su apoyo a la ex Primera Dama y Secretaria de Estado. Y, aun así, quien consiguió hace pocas horas 276 delegados fue Donald Trump. ¿Cómo se explica este resultado con semejante operación mediática? Simple: el rol de los medios está tan sobrevalorado que los mismos dueños de las corporaciones mediáticas más importantes creyeron que tenían poder sobre la opinión pública. En una época en la que nos cansamos de ver en nuestro país a los grandes diarios y cadenas televisivas operando a favor de determinado candidato, vemos que en la Nación donde proliferan las comunicaciones y la gente parece más apegada a ellas, va para el lado absolutamente opuesto.
Hay una verdad que no puede dejar de ser advertida. Estas elecciones se caracterizaron porque tuvieron a los dos peores candidatos de la Historia. Con bajísima imagen positiva, discursos mediocres y escaso apoyo por parte de sus Partidos, salieron a disputarse una Presidencia dos personas cuyos anteriores trabajos fueron, de un lado, una secretaría de Estado que falló claramente en mantener la paz mundial y en evitar la escalada de violencia en Medio Oriente y en el otro, un magnate alejado de la realidad y con un turbio historial en manejo de dinero y empleos. Ningún medio de comunicación era suficiente para levantar la imagen de dos personas con obras tan cuestionables. Sin embargo, se intentó con todas las armas que poseen las cadenas mediáticas. Y fallaron. Quizá sea hora de replantearse hasta qué punto el famoso cuarto poder tiene tanto de esto último.
El panorama, tras una larga espera, quedó delineado. En lo relativo a nuestro país, creo que Susana Malcorra se apuró en manifestar su apoyo de una manera tan explícita a Hillary Clinton. Hubo frases demasiado arriesgadas para una victoria que no estaba tan clara, a tal punto que terminó por no darse. Ahora habrá que recomponer relaciones con la nueva administración, quien ya tiene como base una reticencia a estos pagos (o por lo menos, eso fue lo que expresó en su campaña).
Queda, solamente, ratificar el título de esta nota. No hay que desgarrarse las vestiduras ni anunciar el fin del mundo. De hecho, el primer discurso como Presidente del enfermo de violencia y xenofobia circundó sobre la unificación del país, gobierno para todos y trabajo conjunto con el resto del mundo. Y, por su lado, la candidata que parecía como la guardiana de las libertades, la República y la Democracia no reconoció la derrota ni salió a consolar a sus votantes.
Será muy interesante ver las batallas políticas, judiciales, económicas y diplomáticas que vendrán con la administración Trump. La victoria del magnate es, también, la victoria del partido Republicano, que hace ocho años no gobernaba. Y la alternancia siempre es garantía para un sistema democrático.
Argentina, como país que quiere abrirse al mundo, debe seguir construyendo. En este caso, con el nuevo Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Siempre llevando las banderas de Libertad e Igualdad por delante, que sólo se consiguen con Democracia, Paz y Educación. Si encaramos ese camino, el futuro será brillante para todos.