17 Noviembre de 2016 07:59
Queridos lectores: antes de empezar la lectura, les advierto que en esta nota se vuelcan opiniones que no coinciden del todo con los memes y publicaciones de perritos hermosos que se suben a todas las redes sociales.
Hace algunas horas, para alegría de una gran parte del pueblo, se prohibieron las carreras de galgos en todo el país. De manera muy breve, el proyecto establece en su artículo 1° que “queda prohibida en todo el territorio nacional la realización de carreras de perros, cualquiera sea su raza”. El artículo 2° dice que el que “organizare, promoviere, facilitare o realizare” una actividad de este tipo “será reprimido con prisión de 3 meses a 4 años y multa de $ 4000 a $ 80.000”.
No me quiero poner técnico en cuanto a monto de penas, que es una discusión que debiera haberse dado en las Cámaras. Sólo me gustaría remarcar que es, como mínimo, cuestionable el hecho de que la pena mayor de organizar, promover, facilitar o realizar carreras de perros le quita a la persona el beneficio de la condenación condicional o de la suspensión del juicio a prueba (más conocido como probation). Sumado a esto, vale decir que también es polémico en cuanto a comparativa con otros delitos. Las acciones prohibidas enumeradas en la ley acarrean una pena de prisión mayor que, por ejemplo, privar ilegítimamente de la libertad a alguien (art. 141 del Código Penal) o amenazar con un arma a otra persona (art. 149 bis del mismo plexo normativo). Repito, es un debate que debiera haberse dado y que, por presión mediática y apuro en estos días finales del año, no se dieron. Así suceden algunas incoherencias que se manifiestan en el Código Penal y las demás leyes penales que circulan, y que lamentablemente, cada día son más.
“El argumento central del proyecto es que el maltrato animal es inherente a la actividad y que, ante la imposibilidad de controlar estas prácticas de manera eficaz, la única alternativa es la prohibición de las carreras. Los impulsores de la ley advierten que los perros son sometidos, para mejorar su rendimiento, a todo tipo de vejámenes: son drogados, reciben estimulación eléctrica y castigos con látigos”. Esta cita, textual, es extraída de varios portales de noticias, entre ellos La Nación; y responde a un criterio muy común entre los legisladores de nuestro país.
¿Debo ponerme contento con que los perros dejen de sufrir estos vejámenes para satisfacer la codicia de algunos desalmados? Por supuesto que sí. Nada me pone más feliz que la detención del sufrimiento de alguien.
Ahora bien: ¿tengo que celebrar que en nuestro país se vuelva a prohibir por la imposibilidad del control? Para nada.
Si uno reflexiona en frío, es una lógica tan absurda como peligrosa. Consiste en admitir la inutilidad del Estado en regular y controlar actividades; y por ello, prohibirlas y penar a aquellos que las realicen. Para darle más fuerza a este pobre argumento, se habla de una “única alternativa”. Pero, por más hermoso que suene que a los perritos los vamos a liberar de la opresión enfermiza que venían sufriendo, el trasfondo de esto es que el Estado -ese ente superior en el que nosotros depositamos parte de nuestra libertad a cambio de un poco de orden para vivir en comunidad- no cumple con su real trabajo. El trabajo de mejorar la calidad de vida de todos, sin coartar más libertades que las ya otorgadas al momento de la constitución del Estado. En este sentido, la tarea de aquellos que detentan el poder estatal (en este caso, el Poder Legislativo) no debe prohibir conductas (y sobre todo, mediante aberraciones penales como esta), sino regularlas y controlarlas. Hablar de imposibilidad estatal y de la prohibición como única alternativa sólo es una forma de admitir la inutilidad de aquellas personas y la falencia del Estado en su función principal. En tal caso, deberían dar paso a personas más eficientes para poder dar soluciones reales al problema de las carreras de perros.
La ley seca. La problemática mundial e histórica de las drogas. El aborto. Todas conductas que son, o fueron, prohibidas por una supuesta imposibilidad de controlarlas. Imposibilidad mejor traducida como falta de voluntad y decisión política. Ahora sumamos las carreras de perros en medio de vítores y fotos de perros corriendo por un campo en todas las redes sociales. Es difícil competir contra el sentimentalismo, porque este no responde a razones. Pero es necesario.
Quiero dejar en claro que deseo fervientemente que los perros dejen de sufrir mediante estas carreras. En realidad, deseo que cualquier animal deje de sufrir en cualquier actividad que los humanos lleven a cabo y que no sea fundamental para nuestra supervivencia.
Pero es fundamental entender que prohibir no es la solución a ningún problema social. Nunca lo fue y nunca lo será. Las prohibiciones generan dos consecuencias, ambas nefastas. La primera es subsumir esa conducta prohibida (en este caso, las carreras de galgos) al ámbito de la ilegalidad. Porque debemos tener en claro que esta ley no va a detener las carreras, sólo va a trasladarlas al ámbito de la marginalidad, donde la violencia (inherente a lo ilegal) va a verse ampliamente potenciada. La segunda consecuencia es que seguimos dejando que el Estado avance y recorte conductas permitidas para inmiscuirse en nuestra vida. Dejamos que aumente el control y nos impide vivir una vida más libre y democrática. Con esto no quiero decir que no debieran haberse prohibido. Quiero dar a entender que la solución real es legalizar este tipo de actividades. Y con legalizar no me refiero a hacerlas legales, sino que me refiero a que quede plasmado en una ley los métodos de estas conductas y las tareas de control por parte del Estado para evitar sufrimientos y daños que sí son ilegales y antinaturales. Por supuesto que esto conlleva un trabajo que requiere planificación, preparación en distintos ámbitos y gestión eficiente de recursos. El resto es educar a las generaciones venideras para desalentar este tipo de actividades.
Volvimos a optar por la solución fácil, la prohibición. Nuevamente, dejamos pasar la oportunidad de solucionar un problema de raíz. Decidimos, con hacemos con todo, ponerle un parche y “ver qué pasa”. La Argentina de los parches nos lleva adonde estamos hoy. Deberemos seguir trabajando para que el cambio, social, cultural y educativo nos permita sacar estos infecciosos parches y abocarnos a la tarea de un país más eficiente, trabajador y, especialmente, libre.