Diego Maradona, padre, y su mujer, Dalma Salvadora Franco dejaron su pequeño pueblo -Esquina, Corrientes- para buscar un mejor futuro en la gran ciudad de Buenos Aires. El modesto trabajo de lanchero, llevando animales a las islas cuando el río crecía, no alcanzaba para llevar el pan todos los días a la mesa. Sus cuatro hijas -Ana, Rita, María Rosa y Lili-, se instalaron a fines de los 50' en la humilde casa en Azamor 523, Villa Fiorito.
Allí fundaron su gran familia: allí nació el mejor jugador de todos los tiempos. Un día como hoy, pero de 1960, Doña Tota comenzó con las contracciones, caminó tres cuadras hasta la estación Fiorito y ahí se tomó -siempre en compañía de Don Diego- el tranvía hasta Lanús. Se bajó a una cuadra y media del hospital Evita y ya en el hospital nació Diego Armando. "Felicidades. Tiene un hijo sano y es puro culo", le dijo el médico.
El Diez, como hoy todo el mundo le dice tras alzar la tan anhelada Copa del Mundo en 1986 a base de coraje, gambeta, habilidad y ese potrero que siempre lo caracterizó, creció en la muy humilde Villa Fiorito. Sin luz, agua o gas. En más de una oportunidad, Maradona contó que de chico veía que otros tenían zapatillas nuevas y juguetes, algo que su familia no podía ni siquiera considerar por su situación económica.
Eso le provocaba una envidia sana, era lógico: el de al lado tenía una bici que él ni siquiera podía soñar. Durante las noches, Doña Tota era la única que no comía. Siempre ponía de excusa que le dolía la panza para que sus hijos no se preocuparan: "Cuando llegaba la hora de la cena, la Tota siempre decía que le dolía la panza. 'No, hoy no voy a comer, porque ando mal del estómago´", recordó en más de una entrevista el propio ex DT de la Selección.
Pero entre tantas anécdotas, llenas de amor y tristeza, existe una que pudo haber cambiado no solo el rumbo del Diez, sino el de todo el clan Maradona, desde Don Diego hasta Dieguito Fernando. Hubo un día que de no ser por su tío, Diego Armando Maradona casi no se convierte en El Diez que todo el mundo futbolístico ama y adora.
Era de noche. Como ya repetimos párrafos más arriba, no había luz ni juguetes. Lo único que entretenía al pequeño Diego era una pelota. Con menos de 10 años, un día se escapó de la casa con el afán de encontrar ese esférico que años más tarde tantas alegrías, y algunas tristezas, le iba a generar. Sin embargo, a causa de la poca visibilidad se perdió y terminó cayéndose en un pozo ciego.
Maradona lo recuerda siempre como un hecho que cambió su vida: "Habría muerto en ese pozo... corriendo detrás de una pelota", sostuvo en una oportunidad. El héroe que salvó al "cebollita" fue su tío, Cirilo, quien al escuchar los gritos de ayuda se sumergió en el pozo con el único objetivo de salvar a su sobrino. "Corrí detrás de una pelota, tendría menos de 10 años, y por buscarla me caí en un pozo ciego", contó El Diego.
Y siguió: "Quedé hundido hasta el cuello en la mierda, pero no intenté salir: seguía buscando la pelota y me hundía cada vez más... Mi tío me salvó metiendo la mitad de su cuerpo en el pozo, casi colgado de cabeza, y estirando su mano para tomar la mía. Si él no lo hubiera hecho, habría muerto en ese pozo... corriendo detrás de una pelota". Afortunadamente para todos, aquella historia terminó de la mejor manera.
Maradona jugó en el equipo de Don Diego, Estrella Roja. Trabajó por primera vez a los 13 años, en una empresa de desinfección, en el puente San Martín. Su primer sueldo lo usó para llevar a Doña Tota a cenar al restaurante La Rumba. Se probó y triunfó en los Cebollitas de Argentinos Juniors (la categoría 60 fue campeona), jugó en Boca, Barcelona, Napoli, Sevilla y Newell's . Batió récords y entrenó diversos equipos. Pero su mayor logró será siempre haber levantado la Copa del Mundo en el Mundial de México 1986 con los colores que amó, ama y amará por siempre.