Hay cuatro características desde las que se puede entender a un jugador: la técnica, el físico, lo anímico y el concepto. Como si fuera una composición de Play Station, los seres humanos se arman irregularmente con esos elementos, más de uno, menos de otro. Los seres humanos, que en Catalunya, en Yokohama o en Buenos Aires, pueden definirse desde la negación: dícese de todos los que no son Lionel Messi.
Messi, la herencia de la Diez.
La final del Mundial de Clubes, entre Barcelona y River, además de ser un hermoso recuerdo para los hinchas argentinos que se levantan un domingo a las siete y media para ver un partido, es un ejemplo para comprobar empíricamente una falsa hipótesis que ha circulado en el mundo del fútbol de los últimos años: “En Europa no se marca como debiera a Messi, no le van tan fuerte”. El sitio Goal se ocupó de poner el mito a prueba.
La defensa del River de Marcelo Gallardo es un ejemplo destacable en el fútbol sudamericano: fue la garantía clara del campeón de la Copa Libertadores y de la Sudamericana -más allá del cambio entre Ramiro Funes Mori, ahora en Everton, y Eder Álvarez Balanta-. El propio Gerardo Martino terminó convocando a la Selección argentina a dos de sus miembros: Jonatan Maidana y Gabriel Mercado, sumado a Funes Mori y a Balanta en Colombia.
Nadie dudará de que son tenaces, metedores y, en eso, eficientes. Con un agregado más: el volante central es Matías Kranevitter, próximo refuerzo del Atlético Madrid y ya habitué de Argentina, también enorme marcador. Bueno, contra todo eso, puede Messi.
Kranevitter, otro que tampoco pudo frenar al crack.
Messi reaparece luego de unos cólicos y de un tiempo frenado por una lesión en la rodilla izquierda. Desde que volvió, en el último cruce contra Real Madrid, todavía no llegó a su mejor ritmo físico. Sin embargo, el 10 que llega a los 26 títulos ganándole a River es imparable. Lo persiguen, pero no llegan.
Lo gráfico está a los 10 minutos del primer tiempo, cuando Messi aparece, clásicamente, de derecha hacia izquierda, arrancando en mitad de cancha, pasando a un jugador, a otro y recibiendo una patada de Kranevitter, que ya se gana la amarilla. Apenas lo frena, en un instante, Marcelo Barovero, que le saca una volea a un costado del palo. Pero, a la vez, a los 36 minutos del partido, da por terminado el partido cuando, en el área, donde la lógica implica que no debiera ni recibir, logra tocar tres veces la pelota, con una técnica formidable, sin kriptonitas, y mete el primer gol, que sella el destino.
Messi mezcla velocidades: en menos de una decena de segundos, puede caminar y, de repente, estar picando. Logra moverse como nadie, por esa cantidad de concepto que tiene desde chico y abulta con el tiempo. Como los mejores goleadores, entra y sale del área. Maidana y Balanta, que tienen un buen partido, intentan seguirlo, en la difícil tarea de también tener que cuidar de Luis Suárez, pero es imposible.