La montaña de salsa de tomate con gusto a barbacoa invade la boca como una ola. El jamón se mezcla con un pimentón ahumado que hace aplaudir las fosas nasales. Encerrado entre fetas de salame colorado y pedacitos de carne, aparece un queso muzarella que funciona como tabla de barrenar de tanto sabor y explota apenas toca la punta de la lengua. “Una hora va a demorar”, avisan los ojos verdes de la piba que está en la barra y ninguno se hace el ofendido y se va.
El imponente paisaje de Chicago.
Ofrecen seis tipos de cerveza tirada, vino, martinis y tragos que salen mareados del agite de esas muñecas de cinturita pequeña. Delante, una pantalla muestra la goleada de Estados Unidos contra Costa Rica, aunque mucho no le importa a nadie. Otra tele enfoca un partido de softball femenino. Un proyector gigante transmite una victoria agónica de Phili en baseball. Pero cuando entra ese sabor increíble envuelto en una cuna de masa casera, todos levantan por el aire los 24 dólares que sale la de pepperoni de Gino's East. Un hogar que hace homenaje a ese vox pópuli de que Chicago es una ciudad brillante en el arte de la pizza.
Una pizza tentadora en Gino´s East.
Uno de los dos porteros del Park Hyatt es mexicano y desborda de felicidad cuando se entera que Argentina va a pasar, a la madrugada, por sus puertas. Todo portero en el mundo considera que las puertas del edificio donde trabaja son suyas. Éste, sin embargo, tiene algunos problemas más para hacerlo propio. Es que dormir en ese hotel gigante de 69 pisos cuesta entre 475 y 2.300 dólares por noche. Las habitaciones rentables están entre el 3 y el 18. De ahí para arriba, solamente descansa gente constantemente poderosa y no ocasional, como sucede en quien se da el gusto en semejante propiedad.
El Park Hyatt aloja al plantel.
En la esquina, en la avenida Michigan, tres personas se ocupan de que Chicago no parezca ajena al mundo: dos reparten volantes de una iglesia de testigos de Jehová y uno es un homeless que pide para comer. El resto es único. O casi: en algunas cosas, esta ciudad de más de dos millones de habitantes maneja una escenografía parecida a la de Nueva York. Quizás, menos pornográfico.
Una imagen interior.
Quizás, sea eso: el brillo no es imponente como la Quinta Avenida sino con calles donde se exhiben las joyas de Tiffany o los detalles de Chanel o la ropa de Armani o las tiendas de Prada o de Harry Winston. Pero su marca más dura está apenas se camina a una cuadra de la cama donde dormirá Messi: la Water Tower recuerda el gran incendio de 1871, donde la ciudad sufrió muchísimo.
Messi está bien atendido.
Chicago tiene estilo, aunque su nombre, puesto por los pueblos originarios de Estados Unidos, signifique cebolla de feo olor. Una rubia hermosa, con un jean que tiene clavado por encima del ombligo y un peinado que hace volar el pelo por los aires, pasaría como maniquí, sino fuera porque existe el WhatsApp y ella está clavada en eso.
Otra toma de la tercera ciudad más poblada del país.
Un negro gordísimo baja de una camioneta BMW con unas gafas y un pañuelo en la cabeza y dice "hey man". Una pareja de sesenta años va de la mano, sin hablarse, pero sin que la piel se les mueva ni con el viento y, cuando una resolana los molesta, bajan a las galerías subterráneas que hay para transitar cuando el invierno golpea con 30 grados bajo cero y la nieve invade la ciudad.
Cada pedazo de Chicago guarda una historia para la historia: nació Ernest Hemingway, se creó el mítico House of Blues, se hizo el kilómetro 0 de la Ruta 66, Al Capone armó su imperio mafioso, el 1 de mayo los mártires de Chicago gestaron el Día del Trabajador tras una represión violenta en una manifestación pacífica -aunque la ciudad no guarda testimonio de eso, tal como remarcó Eduardo Galeano en "El libro de los abrazos"- y encontraron un tiranosaurio rex entero que se exhibe en The Field Museum.
Hemingway nació en Chicago.
Casi todos conocen a Messi pero casi nadie sabe por qué está acá. La Copa América, aunque está jugando Estados Unidos y golea en esta ciudad a Costa Rica, pareciera no existir, en la competencia prime time con la NBA y el baseball. La ciudad donde Michael Jordan desafió a Newton sigue pintando en las paredes de las autopistas graffitis con el toro de los Bulls.
En la playa, mientras el verano levanta 25 grados y permite los pies en la arena, el piberío juega el voley. Nadie le pega a la pelota con el pie. Todo es con los manos. O con un dedo, como el de un dibujo gigante del Tío Sam, que hay sobre unas rocas y que tiene un mensaje bien claro: bienvenida, Argentina, a Chicago.
Ezequiel Scher, desde Chicago.