Corría el año 1975 y la agitación social era palpable y dolorosa. Los grupos guerrilleros se reunían en caserones destartalados para planear su próxima misión, que los catapultaría, con éxito, al gobierno. Se pasaban de mano a mano una granada que explotaría recién un año después, con el Golpe de Estado a manos de Jorge Rafael Videla, quien dejaría un pozo negro sin fondo en la historia argentina.
En un otoño más frío que lo normal, Antonio, “El Cabezón”, y Ernesto se reúnen en una terraza en Castelar a tomar cerveza y a comer una pizza, mientras a su alrededor vuelan los escombros. Antonio, integrante de la UBC (Unidad Básica de Combate), planea un operativo para llevar a cabo una de las famosas 'expropiaciones', el secuestro a un miembro de una familia burguesa. El dinero recaudado en el rescate, sería destinado a los Montoneros, por una causa social y de bienestar común del pueblo.
Mientras que Ernesto, por el lado contrario, integra el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) y planea un 'ajusticiamiento' hacia un General de alto rango.
Las hojas dejan de caer mientras abundan los golpes, y la historia le da paso al invierno, en donde una mísera colilla de cigarrillo mal apagada, podía delatarlos ante el grupo armado enemigo y costarles la vida, como si ya no hubiese suficiente oscuridad.
En medio de este contexto atroz, un padre está desesperado por salvar a su hijo de las garras del Golpe de Estado, que ya les está soplando la nuca, aunque ellos lo ignoran. Su única arma son sus escritos, donde implora que Ernesto deje de lado los operativos para volver a casa, al calor de los brazos de una madre que vive con una congoja insoportable.
Un padre que retrata con ilusión la infancia entre juegos, sonrisas, lecturas y monopatines. Un hombre sumido en la desesperación, que quiere recordarle a su hijo de 20 años que su vida aún le pertenece.
La calidez de la amistad del “Cabezón” y Ernesto, hace que no todas las páginas de esta desgarradora novela se tiñan de un color borravino. Sacheri ahonda en la firmeza de los lazos afectivos en medio de una película de terror.
Durante este año efervescente, abundan los ideales herméticos, las discusiones entre los grupos armados y la disputa por el poder, por la obtención de los altos cargos. Los personajes vivirán contrariados por el 'deber ser' y lo que realmente quieren hacer. A pesar de esta paranoia, deberán tomar las armas que nunca antes habían tocado y enterrar sus emociones en lo más hondo de su memoria, en donde no hay lugar para las dudas.
En medio del caos, Antonio y Ernesto se siguen reuniendo como pueden, en lugares clandestinos, y alejados de las armas y de las voces que podrían entregarlos sin apenas elevarse. La cerveza no se acaba como tampoco las ganas de seguir manteniendo esa costumbre imborrable de treparse a los techos de sus casas para estar unas horas al calor de las palabras del otro.
Narrada en tercera persona, la historia de estos amigos desde la infancia, conmueve y lacera al mismo tiempo. Eduardo Sacheri desentrama el contexto histórico argentino para darle un nuevo matiz: la importancia de los vínculos en medio de la tormenta.