Nunca supieron nada. Mientras que el piloto Miguel Quiroga solicitaba desesperado la prioridad de aterrizaje a la torre de control, los jugadores del Chapecoense seguían festejando su pase a la final de la Sudamericana. Jamás se enteraron de lo que sucedía: la tripulación no los preparó, ni les anticipó que el vuelo atravesaba momentos críticos.
Los tripulantes jamás le dijeron a los pasajeros que estaban por caer en picada. Podrían haberlos preparado.
El avión consumía segundo a segundo litros del escaso combustible con el que había despegado cuatro horas y media atrás del aeropuerto de Viru Viru de Santa Cruz de la Sierra. En la cabina, la desesperación comenzaba a imponerse. “Mi papá era el que pedía ayuda. Lo noté muy afligido y con miedo. Obviamente creo que sabían que iban a caer al suelo”, reconoció Bruno, hijo de Ovar Goytia, copiloto.
El pedido de auxilio de los pilotos, los jugadores ignoraban lo que sucedía
Sabían que enfrentaban momentos decisivos, pero no prepararon a los jugadores, ni a su tripulación. La tragedia los encontró por sorpresa, cuando el avión comenzó su indeclinable caída hacia la región de Cerro Gordo, a sólo 18 kilómetros de la pista en la que debían haber aterrizado de haber realizado la escala técnica para recargar combustible.
Nadie sabía qué estaba sucendiendo.
“No nos dijeron nada. Las luces se apagaron y el avión empezó a vibrar. Pensé que estábamos aterrizando. Ante la situación, muchos se levantaron de sus asientos y comenzaron a gritar. De pronto, escuché un ruido y no recuerdo más nada”, precisó el técnico aéreo Erwin Tumiri, uno de los seis sobrevivientes de la tragedia.
Erwin se encontraba en el fondo del avión junto a su compañera, la azafata Ximena Suárez, que en las últimas horas fue criticada por defender el accionar del piloto. Fueron los únicos miembros de la tripulación que lograron salir con vida y lo hicieron por dos motivos: en principio, se encontraban en la parte posterior de la nave, que sufrió un impacto menor en comparación a la cabina.
El clima era de alegría. “Jamás olvidaré las caras de felicidad que tenían. Fue una bendición haberlos conocido”, recordó Ximena. El clima, según el relato de los tripulantes, era de inmensa alegría, tal como quedó registrado en las dos grabaciones que los jugadores llegaron a publicar en las redes sociales antes del fatal desenlace. "Estaban escuchando música, era un ambiente alegre", sumó Erwin.
La alegría se potenció hacia el final del vuelo. Quedaban sólo cinco minutos para llegar a destino y empezar a pensar en el partido de ida que iban a jugar con el Atlético Nacional de Medellín. Estaban a horas de alcanzar el mayor mérito deportivo de la historia del club. Erwin se encontraba con el entrenador del equipo, Caio Junior, minutos antes del accidente. Le estaba enseñando a hablar portugués.
Murieron 71 de los 77 pasajeros que viajaban en el avión.
Pero, además, la levedad de sus lesiones se debe a que conocían y aplicaron los protocolos de seguridad frente a un accidente. Algo que el resto de los pasajeros no sólo desconocía, sino que además ignoraba qué es lo que estaba sucediendo. Un apagón de luces y, de golpe, el descenso. Nadie les advirtió lo que iba a suceder, ni los preparó. La desesperación se impuso entre el plantel y la comisión directiva del club brasileño.
Del apagón a la caída, pasarían sólo 50 segundos letales. La nave, cuya última altura registrada fue de nueve mil pies (836 metros del suelo), tardó menos de un segundo en estrellarse.
La tripulación, bajo la lupa: cuestionan el plan de vuelo.
“Sobreviví porque seguí los protocolos de seguridad. Puse maletas entre mis piernas para formar la posición fetal que se recomienda en los accidentes”, sumó Tumiri. Lo mismo hizo su compañera, Ximena, quien sólo se fracturó algunas partes de su cuerpo.
Al despertar, se encontró con la peor de las postales.
“Habían cuerpos desparramados por todos lados, pero no había más nada que
pudiéramos
hacer”, recordó.
“Era como una pesadilla. Me desperté y pensé: '¿Qué ha pasado aquí?'. Tomé mi linterna y empecé a gritar.
Ximena
estaba a unos cinco metros. Me asusté, corrí hacia ella. Estaba muy oscuro”.