02 Marzo de 2020 12:49
“Caer está permitido; levantarse es obligatorio” - Proverbio ruso
La llegada del nuevo milenio a Rusia no sólo trajo aparejada una crisis económica producto de la caída en los precios de los hidrocarburos, sino que también un traspaso del poder político que marcaría un hito en la historia contemporánea del gigante eslavo. Tras una convulsionada década del '90, bajo el liderazgo de un debilitado Boris Yeltsin, Rusia se vio humillada ante la comunidad internacional luego del fracaso de la Primer Guerra Chechena, demostrando que el gigante euroasiático, heredero de la Unión Soviética, ya no era un actor determinante en las dinámicas del sistema internacional.
Es en este contexto, bajo una clase política influida por clanes mafiosos y nouveau oligarques de dudosa reputación, que el flamante Primer Ministro, anteriormente Secretario de Seguridad Nacional, y ex KGB durante el periodo soviético, es ungido por Yeltsin como su sucesor para presidir un Rusia en decadencia económica, política y social. El 31 de Diciembre de 1999 Vladimir Putin accede a la presidencia rusa de manera interina, logrando posteriormente triunfar en las urnas y asumir finalmente en mayo del 2000.
El traspaso de mando, sin embargo, no produjo cambios inmediatos en la realidad rusa, y a poco más de tres meses de haber accedido al poder, Putin debió enfrentarse al desastre del submarino nuclear Kursk , el cual se hundió bajo condiciones inusuales en el contexto de la reanudación de ejercicios navales a gran escala luego de la caída del comunismo. Ello trajo aparejado el primer gran desafío para el ex-espía, quien manejó la crisis con nervios de acero (ni siquiera interrumpió sus vacaciones y rechazó en primera instancia la asistencia internacional) y tratando de brindar una imagen de líder tenaz en los escenarios de crisis. Finalmente, el destino del Kursk fue fatídico, pero a diferencia de lo que se pudo esperar no generó un clima de inestabilidad interna.
En sintonía con la catástrofe del Kursk, la reactivación del conflicto de Chechenia durante los últimos meses de la presidencia de Yeltsin trajo aparejado una cruzada ortodoxa y nacionalista por recuperar el control de los territorios insurrectos del Cáucaso. La segunda guerra chechena, así como los daños colaterales de la misma sobre civiles (el ataque al teatro Dubrovka en 2002 y a la masacre de la Escuela N°1 de Beslan en 2004), dieron a Putin el capital político necesario para consolidar su proyecto Neozarista, bajo la premisa de ser el defensor de una identidad nacional que estaba siendo amenazada por las fuerzas del capitalismo occidental desde la administración Yeltsin y estaba cediendo ante el atropello del islam más radical.
Para ello, fue necesario que las reglas de la clase política se reformulen. Si durante la presidencia de Yeltsin los clanes mafiosos y los recién erigidos oligarcas eran influyentes en la dinámica estatal, ante la asunción de Putin el crimen organizado fue combatido y la clase oligarca fue aleccionada por el Kremlin, brindando el control de los principales grupos empresarios al Estado (1), y siendo perseguidos aquellos que no fuesen funcionales u opositores al proyecto de Putin. Tales son los casos de Roman Abramovich, quien recibió sus merecidos incentivos como partidario acérrimo del Presidente Putin, mientras que los opositores como Borís Berezovski afrontarìan el exilio o el encarcelamiento, como en el caso de Mijaíl Jodorkovski.
Dichas adquisiciones, así como la alianza entre oligarcas y el Estado, bajo el control de las fuerzas de seguridad e inteligencia que encarna Putin, fomantaron un contexto de bienestar económico, aunque carente de libertad de expresión, contrarrestando el escenario de recesión vivido durante los años de Yeltsin. Esto cimentó el apoyo a la figura de Putin, quien logró ser reelegido como Presidente en 2004 y para 2008 se vio forzado a recurrir a la designación de un Delfín, Dmitri Medvedev, como candidato presidencial por “Rusia Unida”. En dicho contexto, Vladimir Putin ejerció el poder real pero desde el cargo de Primer Ministro.
En la Rusia de Putin la competencia política no genera sobresaltos, ya que “Rusia Unida” se logró consolidar como partido hegemónico, logrando que partidos minoritarios y funcionales al Kremlin orbiten como alternativas al partido presidencial. Mientras tanto, aquellos espacios políticos opositores no logran ser habilitados por el poder judicial ruso, el cual está en sintonía con el proyecto presidencial.
El escenario internacional ha variado sustancialmente desde 1999 a la fecha. Sin embargo Vladimir Putin se mantiene más vigente que nunca y en dicho periodo ha logrado consolidar a Rusia como uno de los actores de mayor relevancia en el sistema internacional. Esto se vio demostrado mediante el triunfo de las repúblicas separatistas prorrusas del Cáucaso, Osetia del Sur y Abjasia, en la guerra contra Georgia en 2008, sino que también lo ha hecho mediante su crucial intervención en Siria, garantizando el mantenimiento del gobierno de Al-Assad, aliado de Putin en la región.
A su vez, sus vínculos con Europa y Estados Unidos han sufrido periodos de tensión y distensión, sin embargo, Occidente ha cedido o tomado medidas de menor envergadura ante las ofensivas rusas en materia de política exterior. Un claro ejemplo de ello fue la ya mencionada intervención en Georgia, generando que la relación con la OTAN se quebrara definitivamente, aunque no hubiese una intervención de la alianza en el conflicto.
En una lógica similar, Putin ha salido airoso en su empresa bélica en Medio Oriente, ya que los efectivos rusos no han confrontado con fuerzas occidentales de manera directa en Siria, mientras que el caso de Ucrania podría ser el más emblemático de la política exterior del actual Presidente ruso, ya que la anexión de Crimea podría considerarse el culmine del proyecto Neozarista puesto que en el ideario ruso la península representa un sitio sacro y es inmanente a la identidad nacional rusa. Una vez más, Occidente ha repudiado el accionar de Rusia, conllevando la implementación de sanciones por parte de la Unión Europea; increíblemente, en la Rusia de Putin su imagen logró un aumento considerable en la opinión pública de carácter positivo, y tal como lo describe Hinde Pomeraniec:
“El lado “positivo” de las sanciones a Rusia llegó en lo que muchos describen como la vigorización de la industria local y el mejor momento de los pequeños productores agropecuarios [...]” (2)
En estos últimos 20 años, el escenario internacional ha atravesado nuevas guerras, secesiones, crisis económicas y políticas. Sin embargo, Vladimir Putin se ha mantenido firme en el lugar en el cual comenzó el milenio.
Se ha calificado a su liderazgo y su forma de hacer política de diversas maneras, pero puesto que es nada más y nada menos que el líder de Rusia, teniendo en cuenta las particularidades que ello conlleva, si queremos entender su figura, debemos considerarlo como Neozarista, ya que ha demostrado que su forma de ejercer el poder, férrea y tenaz, es propia de los zares.
Notas:
(1) Casos como los de Gazprom, Aeroflot o Piervy Kanal ejemplifican la adquisición estatal de las principales empresas de Rusia desde 1999.
(2) Hinde Pomeraniec. (2019). Rusos de Putin: Postales de una era de orgullo nacional y poder implacable. Buenos Aires: Ariel.