Si bien los rumores en relación al tema eran firmes desde hace un tiempo, el libro El gran delirio: Hitler, drogas y el Tercer Reich de Norman Ohler -el cual acaba de lanzarse en edición española- echa aún más luz sobre el consumo de estupefacientes por parte del pueblo alemán durante la Segunda Guerra Mundial.
El Pervitin, la metaanfetamina que volvió adicto a casi todo el pueblo alemán.
"En el primer semestre de 1939 -los últimos meses de paz-, la popularidad de Hitler alcanzó un clímax momentáneo", escribe Ohler poniendo en contexto el fenómeno. "Era una época en la que parecía que el esfuerzo volvía a merecer la pena, pero también una época de exigencias sociales: había que subirse al carro y había que triunfar".
"Al mismo tiempo, el auge generalizado alimentaba la preocupación de no poder mantener un ritmo tan acelerado, mientras que la creciente esquematización del trabajo también planteaba nuevas exigencias al individuo, convertido ahora en un engranaje necesario para el buen funcionamiento del motor. Cualquier ayuda - incluida la química- era bien recibida para animarse", agrega el autor.
Metanfetamina para todos
Así entró en escena el Pervitin, un medicamento producido en los laboratorios Temmler por el doctor Fritz Hauschild. Publicitado como un "potenciador del rendimiento", la droga era nada más y nada menos que metanfetamina: la misma que Walter White fabrica y vende en la serie Breaking Bad.
Se sospecha que Hitler también consumía Pervitin, además de cocaína.
La droga no sólo era utilizada en grandes cantidades por las fuerzas armadas, en búsqueda de potenciar la agresividad y ahuyentar la fatiga, sino también por "amas de casa que, en plena menopausia, engullían pastillas como si fueran bombones; madres primerizas que, durante el período puerperal, tomaban metanfetamina para combatir la depresión posparto antes de dar el pecho; o las viudas exigentes que buscaban a su postrera media naranja en las agencias matrimoniales y se desinhibían en la primera cita con elevadas dosis".
Una prohibición inútil
Fue a fines de 1939 cuando el Servicio de Salud del Reich intentó reaccionar contra la imparable popularidad del Pervitin, buscando rodear su consumo de un marco legal más sólido y ordenando que sólo se distribuyera con receta médica.
Sin embargo, esto no mermó su consumo entre soldados: el pedido de prescripción solo corría para la sociedad civil que, de todas formas, encontraba todo tipo de "huecos" legales para conseguir la droga.
Así, durante prácticamente toda la guerra, el ejército alemán permaneció alerta gracias al Pervirtin que, sin embargo, comenzó también a hacer sentir sus efectos colaterales hacia el final de la contienda: soldados disciplinados se convirtieron en personas irritables, depresivas e incluso psicóticas.