En el suelo de una cancha de básquet al aire libre, en las escaleras, debajo de las camas o en las hamacas hechas de mantas. Allí duermen 3.800 internos de la Prisión de Quezón, en el corazón de la ciudad más poblada de la República de Filipinas, donde en realidad deberían rehabilitarse 800 presos.
La Prisión de Quezón, construida para 800 internos, ahora alberga a 3.800 personas. Gentileza: AFP.
Las condiciones de hacinamiento, incluso, empeoran las noches de lluvia porque quienes duermen en la cancha de básquet al aire libre deben resguardarse en el interior de la cárcel construida hace 60 años atrás. Además, el servicio penitenciario invierte sólo US$ 1,21, es decir, $ 18 por día por interno para sus alimentos y remedios.
Cientos de detenidos duermen a la intemperie en el suelo de una cancha de básquet. Gentileza: AFP.
Este es el resultado, aseguran en el Gobierno, de la orden del flamante presidente Rodrigo Duterte de librar una guerra sin cuartel al narcotráfico. En su primer mes de gestión, que comenzó el 30 de junio pasado, las fuerzas de seguridad ya detuvieron a 4.300 personas sospechadas de participar en delitos relacionados con las drogas.
Sobrevivir en Quezón
Mario Dimaculangan es el interno más antiguo de la Prisión de Quezón. Cayó en el 2001 acusado de participar en un robo seguido de muerte. Sin embargo, quince años después, que es lo que lleva el juicio en su contra, insiste en su inocencia ante AFP: "Dios no me envió aquí por ser ladrón sino para ayudar a mis compañeros del pabellón".
Otros internos se turnan para dormir en las escaleras y debajo de las camas. Gentileza: AFP.
"Está tan lleno de gente que la mayoría se vuelve loca. Con el más leve movimiento ya te topas con alguien o algo", explica quien en su unidad debe compartir el baño con otros 130 internos. De todas maneras, otros detenidos aclaran que el Estado ha mejorado en los últimos años algunos servicios básicos, como la alimentación.
La Universidad de Londres considera al sistema filipino como uno de los tres peores. Gentileza: AFP.
De hecho, la secretaria de Justicia, Vitalino Aguirre, afirmó que el Gobierno trabaja para abrir nuevos centros de detenciones para acabar con el hacinamiento que se extiende por todo el servicio penitenciario. Hasta ahora, sin embargo, la Universidad de Londres considera al sistema carcelario filipino como el tercero más superpoblado del mundo.
De la prisión a la universidad
"Este tipo de cárceles no es apto para la vida humana". Quien lo asegura a AFP es un conocedor en primera mano de la Prisión de Quezón. Es que Raymund Narag sufrió allí siete años de encierro antes de convertirse en investigador de Justicia Criminal de la Universidad del Sur de Illinois, del centro este de los Estados Unidos.
El Gobierno invierte US$ 1,21, es decir, $ 18 por día por interno para alimentos y remedios. Gentileza: AFP.
Acusado de asesinar a un estudiante de una universidad contraria, fue detenido en 1995 a los 20 años, hasta que siete años después una corte local por fin decidió absolverlo. Por eso, estudió para, título en mano, investigar la problemática de su país: "Si esto sucediera en los Estados Unidos habría revueltas todo los días".
"Este tipo de cárceles es inhumana
"Si no se abren nuevas cárceles, si no aumentan el presupuesto del servicio, si no suman tribunales y fiscales, el sistema explotará, tarde o temprano habrá una crisis humanitaria", concluyó Narag. Los compañeros de Dimaculangan ya la sufren. Es que sobreviven en una de las prisiones más superpobladas del mundo.