En la tarde del 21 de diciembre de 1988, el vuelo 103 de Pan-Am partió del aeropuerto de Heathrow, en Londres, con destino a Nueva York en ruta desde Frankfurt. Poco más de una hora después, el control de tráfico aéreo entró en pánico cuando la nave dejó de responder.
La parte delantera del avión se desprendió por completo.
Así comenzaba la historia trágica de uno de los atentados más sangrientos de la historia, cuyos resultados devastadores comenzaron a avizorarse cuando un piloto de British Airways reportó haber visto grandes llamas en territorio escocés.
Pronto, el hecho se revelaría en su total horror. El vuelo 103 había explotado en el aire justo encima de Lockerbie, en Escocia. Todos los pasajeros, 259 en total, murieron al igual que 11 residentes de la ciudad, que perecieron a causa de las partes de la nave que cayeron a tierra.
Cruel atentado
La confusión inicial sobre las causas se aclaró cuando investigadores británicos y norteamericanos analizaron los restos. Fragmentos de una placa de circuitos y de un cronómetro apuntaron a la verdad: el avión no había sido víctima de un accidente sino de un hecho terrorista.
Eventualmente se descubrió que la bomba, armada con explosivos plásticos, había sido escondida dentro de una grabadora de casettes colocada, a su vez, en una valija colocada en un vuelo de Air Malta y luego transferida al vuelo 103.
El aparato estalló en la sección de carga provocando un hueco en el fuselaje que determinó una diferencia de presión que comenzó a despedazar las piezas de la nave, las cuales llovieron sobre Lockerbie provocando muerte y destrucción.
Uno de los cráteres provocados por parte del fuselaje.
Varios grupos terroristas se declararon como responsables del atentado pero recién años después se identificaría a los dos principales sospechosos: Abdelbaset Al-Megrahi, oficial de inteligencia libio y Lamin Fhimah, encargado de estación de la aerolínea nacional de Libia en el aeropuerto de Malta.
Sin embargo, el líder libio Muammar Khadafi se negó a entregarlos, lo cual le trajo al país una serie de sanciones de la ONU. Recién en 1999, los acusados pudieron ser juzgados.
¿Justicia?
El 31 de enero de 2001, Al-Megrahi fue sentenciado a 27 años de prisión y terminó libre ocho años después por causas humanitarias: sufría de un cáncer de próstata que determinó su muerte en el 2012. Hasta ese día, continuó asegurando que era inocente. Fhimah, por su parte, fue absuelto.
El gobierno libio accedió también a pagar alrededor de ocho millones de dólares en concepto de resarcimiento cada una de las familias de las víctimas, aunque Khadafi dejó entrever que sólo lo hicieron para que la ONU levantara las sanciones y que no significaba una admisión de culpabilidad.
Sin embargo, en el 2011, en plena guerra civil en Libia -hecho que terminaría con el derrocamiento del líder islámico, el ex ministro de Justicia Mustafa Abdul Jalil señaló que Khadafi en persona había ordenado el atentado, dichos que terminó luego retractando.