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Paz en Colombia: las desgarradoras confesiones de Betancourt en la selva

Hoy se firma el acuerdo de paz que le pondrá fin al conflicto armado que quebró al país vecino durante medio siglo. El relato y las imágenes más impactantes del secuestro que le puso cuerpo y cara al enfrentamiento.

26 Septiembre de 2016 06:53
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La vida de Ingrid Betancourt cambió por completo el 23 de febrero de 2002 cuando, en plena campaña presidencial, la candidata fue secuestrada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia junto a su asesora, Clara Rojas. Permaneció seis años, cuatro meses y nueve días en cautiverio y su imagen en medio de la selva se convirtió en la postal emblemática que le puso cara y cuerpo a la guerra entre las Farc y el Gobierno colombiano. El mismo que esta tarde encontrará un histórico punto final.

Betancourt permaneció seis años, cuatro meses y nueve días en cautiverio.

Siete años después de su liberación, Betancourt reconoció que se siente “satisfecha” y “esperanzada” por el acuerdo que le pondrá punto final al conflicto armado que lleva más de 50 años. “El proceso y este acuerdo me garantiza a mi como víctima de las FARC que aquellos que fueron autores intelectuales y reales de mi cautiverio van a ir ante un tribunal y van a tener que responder con lo que hicieron conmigo y con mis compañeros”, destacó.

Antes de su secuestro, cuando hacía campaña para convertirse en presidenta.

Pero el proceso de “liberación y perdón” es, para la franco-colombiana, un ejercicio que todavía debe plantearse a diario. “Hay momentos en los que ciertos recuerdos vuelven sorpresivamente. Siento el cimbronazo y la carga emocional que tengo”, reconoció tiempo después del operativo que le permitió reencontrarse con sus hijos: Melanie y Lorenzo.

La colombiana junto a sus hijos: Melanie y Lorenzo.

Un libro autobiográfico la ayudó a reencontrarse consigo misma en libertad y revelar en el proceso algunas de las desgarradoras situaciones que vivió durante su cautiverio. “Lloré todo el tiempo, porque para escribirlo volví a la selva y, para ello, necesité meterme en un túnel de gran concentración. Lloraba, escribía y comía Nutella”.

Las confesiones más desgarradoras

“Estábamos aislados, en condiciones infrahumanas. Encadenados por el cuello, privados de las comidas básicas, sin la posibilidad de asearnos, ni ir al baño en privado. Sin ropa limpia, ni asistencia médica. Siempre a merced de la crueldad de nuestros captores”.

“La vida aquí no es vida, es un desperdicio lúgubre de tiempo. Vivo o sobrevivo en una hamaca tendida entre dos palos, cubierta con un mosquitero y con una carpa encima, que oficia de techo, con lo cual puedo pensar que tengo una casa”.

“Aquí nada es propio, nada dura, la incertidumbre y la precariedad son la única constante. En cualquier momento dan la orden de empacar y duerme uno en cualquier hueco, tendido en cualquier sitio, como cualquier animal”.

“Antes disfrutaba cada baño en el río. Como soy la única mujer del grupo, me toca prácticamente vestida: shorts, brasier, camiseta, botas. Antes me gustaba nadar en el río hoy ni siquiera tengo alientos para eso. Estoy débil, friolenta, parezco un gato acercándose al agua”.

“Me quedaron bastantes secuelas físicas, pero digamos que son tratables y uno convive con ellas: un estómago delicado, quemaduras en la piel y cicatrices. Sin embargo, lo más complicado son las que uno no puede manejar, ni tratar tan fácilmente: las pesadillas constantes que hacen que le levante agotada”.

“Mis verdugos están muertos o presos. Dios hizo justicia por mí”.

“Se empezaron a pelear en el helicóptero, hasta que me di cuenta de que el comandante que nos había tenido durante cuatro años estaba a los pies míos, amarrado. Uno de los que estaba en el helicóptero grita, con una voz muy fuerte: 'Somos el ejército de Colombia, están libres'. En ese momento nos enloquecimos”.

El día de su liberación: se la notaba delgada y muy desmejorada.

“Recuerdo que algunos guardias me decían que yo no sería liberada antes de convertirme en abuela. Eso me torturaba porque no podía evitar calcular la edad de mis hijos y lo que esa amenaza significaba en términos de tiempo; eso fue muy doloroso, emocionalmente”.

“Es verdad que de aquellos años hay cosas que nunca voy a contar, pero también tengo la tranquilidad de que siempre supe que no estaba dispuesta a matar para recuperar mi libertad. Por suerte, Dios nunca me puso ante esa disyuntiva, pero apenas llegué a la selva supe que no me iba a convertir en una criminal o en una asesina”.

“Hice vínculos muy cercanos porque allá es imperioso encontrar un alma gemela, alguien con quien poder hablar, en quien confiar. La gente dice que me enamoré, pero no sé. Para mí fue la necesidad de encontrar a alguien a quien amar. En mi caso fue Mark, un prisionero norteamericano. Pero no fue un amor como lo pintan, con todo ese morbo que tiene la gente que quiere ver un romance en la selva. Fue algo que sucedió mayoritariamente por carta, porque nos denunciaron y nos castigaron por esa relación. Luego, una vez libres, decidimos quemar esas cartas”.

El detrás de escena de las imágenes que conmovieron al mundo

Meses antes de su liberación en manos del ejército colombiano, las FARC hicieron público un video en el que se la puede ver a la ex candidata presidencial desmejorada y deprimida. El contraste físico evidenciado por las imágenes sorprendió al mundo, aunque para su familia era una de las primeras pruebas de vida más contundentes.

La imagen que dio vuelta al mundo. "Sólo podía pensar que quería matar al que me grababa".

“Yo no quería que me grabaran, no quería que nadie me viera en ese estado. Llevaba seis meses enferma y uno de mis captores me dijo: 'Le tengo una buena noticia. Va a poder grabarle un mensaje a su mamá'. Me negué, pero me obligó porque decía que tenía que cumplir órdenes”, reconoció tiempo después.

Por ese entonces, Betancourt estaba desnutrida y deshidratada, en el pico del deterioro físico de todo su secuestro. “La estaba pasando muy mal. Vomitaba todo lo que comía y sufría diversas enfermedades virales. Hasta que un enfermero consiguió que me dieran suero intravenoso y así comencé a sanar”, recordó.

La colombiana durante la primera conferencia de prensa tras su liberación.

“Cuando comenzó a grabar contra mi voluntad sentía que era algo tan ofensivo. No quería moverme, no quería ni siquiera mirar a la cámara. Lo único que pensaba era: 'Quiero matar a este hombre, lo quiero matar'”.

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