Alguien hizo una broma de mal gusto y decidió perpetuarla en el tiempo. Alguien hizo una broma que más bien parece una tortura. Es una pesadilla sin fin. La historia es espeluznante, tan espeluznante como real. Ocurre, religiosamente, todas las semanas, en Bélgica. Le ocurre a un hombre llamado Jean Van Landeghem. Una o dos veces por semana, a veces tres, alguien le toca el timbre. Es un delivery. Le trae una pizza que no ordenó. Todas las semanas. Ring. Van Landeghem pregunta quién es. "Pizzería", le responden. Todas las semanas. Inexorablemente. Puede ocurrir a la mañana, a la tarde, o a la noche. Pero ocurre. A veces, incluso, de madrugada. Cuando está durmiendo.
Van Landeghem decidió hacer público su calvario. "Esto comenzó hace nueve años. En ese momento, de repente, un repartidor de pizza me entregó un montón de pizzas. Pero yo no las había ordenado", le contó al diario Het Laatste Nieuws. Lo despachó sin más trámite. Un error. Todo bien. No pasa nada. Ignoraba, Van Landeghem, que era el principio de una pesadilla.
"Ya no puedo dormir. Empiezo a temblar cada vez que escucho una moto en la calle. Y temo que venga alguien a dejarme pizzas otra vez", contó al diario belga Het Laatse Nieuws. Jean no lo dice, pero al drama que sufre ha de adosarle otro: la incomprensión de aquellos que creen que lo que le ocurre es gracioso.
Llamó a la policía. Hizo la denuncia reiteradas veces. Nada. Cabe imaginar la psicopática disciplina del acosador, que se las arregla para que su llamado no sea rastreado y que a esta altura de la broma debe haber llamado a todas las pizzerías de Bélgica. Cabe imaginar cierta desidia en la policía a la hora de investigar los hechos.
En mayo de 2019 llevó a recibir 14 pizzas. Las rechazó todas, claro. "Es triste, porque a las pizzerías les cuesta dinero y tienen que tirar la comida. Cuando descubra quién me estuvo molestando durante los últimos nueve años, no será su mejor día", jura y rejura. Pero pasa el tiempo y no descubre a nadie.