Miedos
Tengo miedos completamente vulgares. Temo a las enfermedades, esa pérdida de tiempo tan espantosa. Temo a la agonía, que debe ser una pesadilla horrible, y a la muerte. Esto último, más que miedo es una íntima pereza de dejar las costumbres, las cosas que a uno le gustan, el olor a pan tostado.
Primeros recuerdos
Mis primeros recuerdos están en el campo, mirando la luna. Siempre me pareció maravillosa, siempre pensé que había algo ahí adentro. Una vez me regalaron un bolón grandote y lo encontré parecido a la luna. Creo que tuvo algo que ver con la literatura fantástica ulterior.
Primeros amores
-¿Qué características le atraían de aquella prima que fue su primera novia?En principio, virtudes puramente físicas. Las mujeres se ofenden cuando uno dice que le gusta la belleza femenina. Pero cualquier mujer a quien le manifiesten que no es linda, se mostrará ofendida y triste. Yo me acuerdo de mi prima y de la pollera tableada que usaba, me parecía la más linda del mundo. Además era mucho más inteligente y más viva que yo. Cuando una persona tiene siete años y la otra cinco, la de siete es muy superior a la de cinco. Para colmo, en su cumpleaños boxeamos y mi prima me tiró al suelo. Fue el primero de una larga fila de amores desafortunados.
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-¿Y los demás?
Después hubo una chica que vivía en un conventillo enfrente de mi casa. Ella me llamó para que saliéramos juntos. Fuimos a un ombú en la Recoleta y allí nos besamos, pero muy pronto se aburrió de mí. Me faltaba coraje para pasar a otras cosas. Creí que si se lo proponía, me iba a abofetear. Así tuve varias personas que me dejaron, hasta que llegué a la conclusión de que no podía sufrir tanto y empecé a aplicar estrategias con las mujeres, a mentirles, a engañarlas con otras... Descubrí algo que me escandalizó mucho: cuando tenía dos, las dos estaban más interesadas en mí que cuando tenía una, sin que lo supieran. De algún modo eso influía en mi conducta y determinaba que no me consideraran un zopenco, como me consideraban antes. Empecé a tratarlas como un fascista del amor, hasta que años después una mujer me dijo: "¡Qué buena vida!, ¿no? Has dejado un tendal de mujeres". Comprendí que ése no era mi ideal y -como comprobé que las mujeres podían quererme- comencé a tratar de ser más auténtico, a quererlas de verdad. A veces personas menos complejas que uno pueden enseñarnos cosas importantes.
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Primeros relatos
Al principio, cuando me dijeron que mejor me fuera a plantar papas en vez de escribir, pensé que el que me decía eso tenía razón. No porque fuera un gran plantador de papas, pero sí porque esos libros no valían nada. Mientras escribía esos primeros libros pensaba que eran buenos, pero luego, cuando se publicaban, ya estaba arrepentido de ellos. Por eso uno se llama Diecisiete disparos contra lo porvenir, porque pensaba que iban a ser diecisiete relatos de los cuales me iba a arrepentir algún día.
La invención de Morel
Partamos de La invención de Morel. Desde entonces escribí bien. Me parece casi un milagro que se me haya ocurrido una historia en la que hay un fugitivo que va en un bote y llega a una isla que parece despoblada, que se queda dormido y que a la mañana siguiente de ese día, en esa isla remota y desierta, lo despierta la música de Té para dos. Creo que se me ocurrió eso al principio y me dio ánimo para seguir inventando las cosas. Pero que le diga cómo pasó es difícil, hace ya muchos años de eso. Ahora, yo estaba tratando de, por fin, escribir un texto que fuera de grata lectura. Borges me había dicho que era inútil escribir y terminar una obra rápidamente. Por eso, cuando yo escribía rápido, mi estilo era tan malo. Es doloroso decirlo, pero yo tildé trabajosamente de malos esos textos. Con La invención de Morel me di cuenta de que, antes, había algo en mí que me hacía equivocarme. Tomé el mayor cuidado para evitar errores. No lo escribí para lograr aciertos, sino para evitar errores. Creo que cualquier lector que leyera ahora la primera y la tercera edición de La invención de Morel podría ver que casi son dos libros distintos. En la tercera las frases son más largas y el ritmo de los párrafos es más agradable. Me costó muchísimo conseguir todo eso.
El día ganado
Soy fácil de contentar. Si al final del día recuerdo cosas divertidas, inteligentes y pintorescas, si tuve un sueño entretenido tengo la sensación de que el día está ganado. Vivo contento, aunque con la preocupación porque puedan morirse personas que quiero o porque un día deba acabarse con la muerte ese cine mío de la imaginación. Fuera de eso voy bien. Pediría vivir un poco más. La vida es muy corta para la imaginación y la conciencia.
La vida después de la vida
-¿Qué cree que le sucederá después de muerto?-Nada. No tengo convicciones religiosas. Cuando era chico mis padres me llevaron a un convento, por sugerencia de mi abuela. Fue uno de mis períodos más desagradables. Me tocó una monja que me hizo sentir que el mundo era como una frágil cáscara de huevo, que en cualquier momento yo iba a pisar, una pierna se iba a ir para abajo y un demonio iba a llevarme a un sótano sin salida, que era el infierno. Cuando tomé la primera comunión, un amigo me preguntó: "¿No creerás en esos embustes, ¿no? Fue una gran revelación.
La política
Cada vez que apoyé algo en política, tuve motivos luego para arrepentirme. La política es una obsesión de nuestra época. En un cuento mío relato que hubo una época en la cual la gente creía tanto en la inmortalidad que mataba por motivos religiosos. Ahora cree tanto en la posibilidad del paraíso terrenal, que mata por motivos políticos. Aunque la situación del país me preocupa, este ejercicio de esperanzas y desesperanzas continuas.
Escribir
Mi rutina de trabajo es escribir a la mañana, lo que puedo, y volver a hacerlo después de la siesta. A la noche veo televisión, después de comer. Trato de buscar algo que sea divertido, no que me haga olvidar lo que estaba escribiendo, sino algo que me entretenga. Si me acuesto antes de la una o una y media me despierto a las seis de la mañana y soy un azote para las demás personas. Para que no pase eso, trato de acostarme tarde.A veces voy a un restaurante, miro a la gente y me pregunto cómo puede ser que no escriban. Me parece muy raro que no les llegue un momento de gran angustia, si no toman la precaución de aprovechar la vida para reflexionar sobre la vida. Escribir es un báculo. Todas las desdichas se transforman en una enseñanza, en algo. Uno hace un papelón, lo escribe y el lector se va a reír, porque le gustan más los papelones que los triunfos.
Todos los textos corresponden a una entrevista de Daniel Riera publicada en el diario Sur en algún momento de 1989, con el título "Pediría vivir un poco más", excepto "Primeros relatos", "La invención de Morel" y el primero de "Escribir", que corresponden a una entrevista titulada "De vez en cuando se me ocurre una buena idea", coescrita por Daniel Riera y Miguel Russo y publicada en la edición especial de la revista La Maga "Homenaje a Bioy"en abril de 1996.